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Título:  EL ELOGIO DE LA SOMBRA (escrito en 1933)

Autor: Junichiro Tanizaki.

Edita: LIBROdot.com (29 páginas).


Mi hijo Javier me recomienda este ensayo en la creencia de que me va a gustar. Me avisa de que me olvide de la portada que es demasiado sombría; el resto, añade, ya es otra cosa.


La verdad es que me ha gustado la forma en que está escrito; no en vano el autor ha sido siempre un aspirante frustrado al Nobel japonés de Literatura. Pero el contenido no resulta de mi agrado, lo cual no quiere decir que yo vaya a desmentirlo. Simplemente, ni lo comparto ni estoy seguro de que sus razonadas tesis sean acordes con la opinión mayoritaria de los japoneses de hoy.


Me mosquea, sin embargo, lo que mi hijo añade: Es que tú no has tenido ocasión de vivir el Japón tal como yo lo viví. Efectivamente, él estuvo trabajando allí durante tres meses, hace cuarenta y tantos años.


El prologuista, en su primer párrafo dice algo con lo que estoy de acuerdo:


<En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética tradicional japonesa lo esencial está en captar el enigma de la sombra. Lo bello no es una sustancia en sí sino un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de las diferentes sustancias que va formando el juego sutil de las modulaciones de la sombra.>


A propósito de comparar sombras he juntado a las de la portada del autor nacido en Tokio, las del pintor valenciano Joaquín Sorolla. Algo más al norte de Tokio está la ciudad de Kamaishi, también en la costa oriental de Japón, el país que conocemos en Occidente como el del sol naciente. A Japón le nace el sol desde el Pacífico, y a Valencia, desde un Mediterráneo más modesto.


Y ¿saben qué tienen en común Kamaishi y Valencia? Yo se lo digo: la latitud, exactamente 39º Norte.

Pues párense a comparar la gracia de la sombra de una sombrilla o de un sombrero en la playa valenciana de la Malvarosa, por la tarde, con las sombrías modulaciones de la portada.


De la página 7:

<Veamos por ejemplo nuestro cine: difiere del americano tanto como del francés o del alemán, por los juegos de sombras, por el valor de los contrastes ... La originalidad del genio nacional se revela ya en la fotografía … suponiendo que hubiéramos elaborado una técnica fotográfica totalmente nuestra podríamos preguntarnos si no se habría adaptado mejor a nuestro color de piel, a nuestro aspecto, a nuestro clima, a nuestras costumbres. >


Nuestro autor se adelantó a los acontecimientos porque no muchos años después de escribir esto, Japón era la punta de lanza mundial en materia de fotografía y de la industria de todo tipo derivada de ella. Pero estos avances japoneses no tienen nada que ver con que estuvieran adaptados al color de la piel de los japoneses ni a su aspecto, ni al clima de Japón ni a las costumbres de los japoneses, ni a su genio nacional. A mi modo de ver, éste es el gran error que mantiene el autor a lo largo de todo el ensayo.


Seguramente tiene razón al asegurar que el cine japonés difiere del occidental; no estoy en condiciones de juzgar eso. Lo que sí sé es que un cine tan próximo al alemán como es el danés produjo por los años cincuenta del pasado siglo un genio del blanco y negro tan notable como Dreyer que manejaba la luz y los claroscuros como nadie: era el dueño del contraste armónico más bien que de las sombras que viran hacia la oscuridad que, al parecer, tanto ilusionan a los japoneses, según nuestro autor.


Para que vean que no exagero en lo que digo, copio el párrafo final del ensayo que nos ocupa:


<A decir verdad, he escrito esto porque quería plantear la cuestión de saber si existiría alguna vía, por ejemplo, en la literatura o en las artes, con la que se pudieran compensar los desperfectos. En lo que a mí respecta, me gustaría resucitar, al menos en el ámbito de la literatura, ese universo de sombra que estamos disipando... Me gustaría ampliar el alero de ese edifico llamado “literatura”, oscurecer sus paredes, hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo. No pretendo que haya que hacer lo mismo en todas las casas. Pero no estaría mal, creo yo, que quedase aunque sólo fuese una de ese tipo. Y para ver cuál puede ser el resultado, voy a apagar mi lámpara eléctrica.>


El alero es para Tanizaki la metáfora por excelencia


< Si en la casa japonesa el alero del tejado sobresale tanto es debido al clima; para proteger las paredes contra las ráfagas laterales de lluvia, ha habido que proyectar el tejado hacia delante de manera que el japonés, que también hubiera preferido una vivienda clara a una vivienda oscura, se ha visto obligado a hacer de la necesidad virtud. Y así fue como nuestros antepasados, obligados a residir, lo quisieran o no, en viviendas oscuras, descubrieron un día lo bello en el seno de la sombra y no tardaron en utilizar la sombra para obtener efectos estéticos.>


Resulta al menos chocante, que en el país del sol naciente, el que tiene por bandera sobre un fondo blanco al sol rojo del amanecer que emerge del océano, los antepasados japoneses estuvieran obligados a residir en viviendas oscuras. Aquí decimos (o más bien decíamos) que en la casa donde entra el sol no entra el médico.


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