QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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SAN ISIDORO de Sevilla


Como tengo dicho en otros sitios, yo me parezco mucho a Pérez Galdós en lo de la manta y a Chaplin, porque me pican los oídos como a él. También me parezco al santo sevillano que no lo era, sino cartagenero, por lo de las etimologías. Lo único que nos diferencia es que él era un sabio que se sienta al pie de la escalinata de la Biblioteca nacional y yo soy un aficionado.


Para que vean que no miento, no tienen más que comparar lo que digo en


https://caprichos-ingenieros.com/que.html  ( Inglés moderno / Griego clásico)


con lo que puede decir el arzobispo (siglos VI / VII) en sus 20 libros que tituló ETIMOLOGÍAS. Su obra es una gran enciclopedia en medio de la cual, su libro Nº 10, está dedicado exclusivamente a describir la etimología de muchas palabras.


Lo escribió todo en latín, así que esas etimologías resultan ser un trabajo cocido en su propia salsa. No es propiamente un diccionario etimológico como el de Chile. Es más bien una mezcla de especies tales como diccionario, etimologías, glosario, catálogo de sinónimos, etc. Sus críticos apuntan que muchas veces la transformación etimológica resulta algo forzada y pintoresca.


Los estudios etimológicos pueden tener una componente de fantasía muy simpática sobre todo si se trata de una etimología traductorial. Pondré algunos ejemplos.


Estudiando la carrera, mi compañero Ricardo Hoppichler y yo nos acercábamos donde la patrona de Pepe Osuna, otro colega, para estudiar juntos y compartir dudas y soluciones. La Patrona de éste llamó desde un principio y con toda naturalidad señor Júpiter a mi otro amigo, el austriaco.


En cierta ocasión tuve acceso a los Manuscritos de Madrid de Leonardo de Vinci. En su “Cuaderno de notas” Aparecen las costumbres, manías, desarrollo de ideas, etc. del gran artista, todo ello ilustrado con fantásticos dibujos, ya artísticos, ya geométricos. Entre la multitud de curiosidades pude ver un dibujo a sanguina que, perdido entre notas, dibujos en borrador, tachaduras y resaltes, mostraba un hermoso león rodeado de ardientes llamas; al pie se leía: león ardo. Sin duda, la forma ioconda de confiarnos la etimología de su nombre.

Otro caso me viene de la mano de Antonio de Solís y Ribadeneyra (siglo XVII; muy posterior a Cortés), creador del acertado aforismo “La envidia viene a ser la ira de los pusilánimes” y autor de la Historia de la conquista de México, que conservo con forro de pergamino. En él hace referencia a Bernal Díaz del Castilllo (historiador y compañero de Cortés en la conquista) que cuenta cómo los españoles de Cortés transformaron al dios azteca Huitzilopochtli en el dios Vichilobos: El paradigma de la ingeniería etimológica.


Véase la meticulosa labor lingüístico-fonética de aquellos soldados, al contemplar las dos palabras enfrentadas (Hui-Vi; tz-ch [casi como en el euskera actual]; po-bo [dos bilabiales]):

Huitzilopochtli

Vichilobos     


Allá por los años 60 del siglo pasado yo disfrutaba de mis andanzas profesionales por las Marismas del Guadalquivir. Tuve ocasión de encontrarme con naturales de profesiones variadas: unos, de instalaciones eléctricas y otros gente de campo. Los primeros tropezaban a veces con terminología inglesa asociada a cosas que tenían que ver con los agujeros de hombre (los man hole, en inglés).


Por si alguien no sabe qué es esto, les cuento. Por entonces se construían en Cordoba los gigantescos transformadores eléctricos de potencia llamados Fort Fit. Tenían la particularidad de que en vez de fabricarse bobinando el cobre sobre el hierro como era habitual, el bobinado se producía al revés: el hierro sobre el cobre. Su tamaño exigía que un hombre había de meterse en la cuba receptora del transformador para guiar y asegurar su anclaje. Y después, tenía que salir de allí por una escotilla llamada agujero de hombre.


Pues bien, los sevillanos de la traducción etimológica de marras llamaban a aquellos agujeros, los Manolos. Pruebe usted mismo a poner esta palabra al lado de la originaria inglesa.


Los otros, los de campo, tenían que ver con la botánica forestal. Por allí se veían bastantes eucaliptos. En tiempos de Franco se generalizó la repoblación forestal con eucaliptos de las tierras más adecuadas para ello destacando las provincias de Huelva, Sevilla, Santander, Pontevedra entre otras muchas. La idea era evitar la importación de pasta de papel procedente del norte de Europa. Para ello se construyeron importantes plantas papeleras entre las que recuerdo la de SNIACE (Torrelavega, Santander) y Pontevedra.


Cuando preguntabas a algún paisano por dónde caía tal sitio, podías encontrarte con una respuesta como ésta: ”¿Usté ve aquellos carlitos d´allá? Pos un poco más parriba”. Lo que se veía allá era un apretado grupo de eucaliptos.


Yo siempre pensé que había entendido mal, pero me quedé con la copla. Y miren por dónde, ahora, sesenta años después, necesitando reverdecer mis recuerdos, he recurrido al sitio web de la etimología chilena (que les recomiendo vivamente por su calidad: http://etimologias.dechile.net/), y me encuentro con lo siguiente:


             El nombre del árbol eucalipto viene del griego (eu, denota perfección, ver: eufonía, Eugenia, euritmia) y (caliptos, que significa oculto).

             Por lo tanto, nos da que eucalipto equivale a “perfectamente oculto”, refiriéndose a sus minúsculas semillas que se encuentran protegidas

             dentro de un pixidio o cajita.


             Al ser el eucalipto de una flora exótica, ni ibérica ni americana [vino de Australia], cuando llegó a nuestra lengua lo hizo con el nombre latino

             helenizante del género que le habían inventado los botánicos para la nomenclatura binomial, Eucalyptus, que fácilmente se hispanizó en  

             eucalipto. Pero esta palabra tiene dos incomodidades fonéticas, el diptongo inicial eu y el grupo consonántico –pt-.


             Inmediatamente el genio lingüístico hispano se puso en marcha para ir adaptando a los usos fonéticos este fitónimo raro a medida que se  

             iba popularizando. Se redujeron los dos escollos mencionados y empezaron a surgir múltiples variantes imaginativas y preciosas, plagadas

             de etimologías populares muchas de las cuales recoge el RJB (Real Jardín Botánico) de Madrid (www.anthos.es) aunque ninguna de ellas

             haya merecido hasta la fecha el honor de figurar en el DRAE.


            Una de mis favoritas es alcolitos, que parece venir de “ull “alcohol”. Otras son adaptaciones a nombres propios de persona como calixtos o

            carlitos. En mi zona, la Andalucía atlántica, el más extendido es calistro y de ahí, calistral, terreno plantado de calistros. En México tengo  

            entendido que se dijo ocalito pero, como es tan elevado, muchos entendieron que era impropio que terminase como un diminutivo y lo  

            llamaron ocalo.


PS (Post Scriptum)

Cuando yo era niño en San Vicente de la Barquera (Santander), veía desde mi balcón, a lo lejos y sobre una colina, el grupo de árboles que en el pueblo se conocía como Los eucaliptos. El árbol era allí muy popular.


A lo largo del año los niños nos ocupábamos en juegos diversos que se sucedían por temporadas con precisión parecida a la que brinda la naturaleza con sus estaciones. No me pregunten cómo se gestionaba aquel calendario, pero el resultado era inequívoco. Los niños podíamos jugar, en distintas épocas, al aro; al hinque; con nuestros barcos de barro en el arenal; a las canicas; a tres navíos en el mar; a la pita; a la luz; con la carioca; a pulpo o calamar; a la peonza; a garbancito, haba: ¡qué ricamente me monto encima de tu pava!; a piola (nosotros vulgarizábamos la palabra pídola)… De los juegos de las niñas sólo recuerdo saltar a la comba, la peñuca (el tejo, fuera de la tierruca) y las tabas.


Mi niñez barquereña se extendió hasta el año 1942 en que nos trasladamos a Soria capital donde yo habría de comenzar el bachillerato. Mi sorpresa al poco de llegar fue ver que allí, las niñas también jugaban a las tabas. Las tabas sorianas eran  de hueso, uno de los del tarso de cordero (patas traseras), mientras que las de san Vicente consistían en pixidios de eucalipto. Recuerdo esas cajitas portadoras de las semillas como de forma de pirámide cuadrangular.


Todo se explica: en Santander no había ganado lanar; sólo vacuno (vacas holandesas y del país). En Soria, en cambio, lo propio era el ganado ovino (mi recuerdo a las merinas trashumantes). Las niñas de san Vicente no tuvieron más remedio que mutar de la zoología (la cosa ya venía del latín) a la botánica para poder jugar a las tabas.


Otras etimologías infantiles, de cuando mis tres hijos eran pequeños: Javier, al teléfono lo llamaba xénono; Mª Jesús, cuando pasábamos por Despeñaperros en nuestros frecuentes viajes Linares / Madrid, a aquel lugar lo llamaba Doñaperros. Y para Virginia, ya no tan pequeña, la clásica respuesta “gracias, igualmente” se transformaba en “gracias, igual muerte”. Para mi nieto Juan, el chocolate era “cacule”.