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LA RISA

Bergson

La flor que le faltaba al ramo

(Juan Valera en Pepita Jiménez)


Es una cosa intermedia entre la sonrisa y  la carcajada. Cuando tenemos un mínimo de sentido del humor, es decir, cuando estamos inclinados o sensibilizados al contraste jocoso, podemos asistir a situaciones graciosas con satisfacción interior pero sin inmutarnos hacia fuera.

     

La evolución natural es pasar de ahí a la sonrisa, y si no podemos aguantarnos (risum teneatis, que decían los latinos), a la risa. La carcajada ocurre ya cuando somos flojos de músculos faciales o de los centros nerviosos competentes.


Damasio dice (En busca de Espinoza: Neurobiología de la emoción y los sentimientos) que probablemente es el cerebelo el que ajusta los comportamientos de la risa y el llanto a determinadas situaciones sociales, disponiendo el umbral de cúando ha de producirse o no la risa. Esa acción moduladora se produce automáticamente como consecuencia del aprendizaje.


El cerebelo recibe las señales y coordina las respuestas que implican la coordinación de movimientos faciales, laringofaríngeos y diafragmáticos. Hay una viñeta muda de Mingote en la que aparece uno contándole un chiste a otro: éste muestra unos espasmos diafragmáticos que son todo un poema; aún más expresivos, si cabe,  que el gesto carcajeante de su cara.

     

Lo importante de todas estas manifestaciones es que arrancan de un choque, una emoción aperceptiva que se sustancia en un contraste. Claro que el choque, el contraste, no siempre conduce a una manifestación de humor y alegría. Según sea su naturaleza y la disposición de la nuestra, puede llevarnos también a expresiones de asombro (por lo sombrío que pueda ser el caso), tristeza o dolor.

     

Nuestros centros neuronales diferenciados, se ocupan de dar contenido y gestionar las diferentes situaciones. Se pueden poner ejemplos de cómo lo chocante, lo que nos choca porque no contamos con ello, nos puede mover a la risa.

     

De la risa, la sonrisa, el humor y el chiste que son tan simpáticos y beneficiosos, han tratado a fondo gente tan seria como Freud o Bergson. El primero, como judío y siquiatra que era, analiza los chistes de judíos que es un primor.

     



Bergson, en su famoso estudio sobre la risa, filosofa sobre el particular de forma que permite analizar las situaciones cómicas sin caer en el gracioso esperpento de cierta emisora de radio. En su programa, cobijaba ésta la parodia que se hacía del expresidente del Gobierno Calvo Sotelo que contaba un chiste y luego lo explicaba: él, tan serio, tan inteligente, en plan soso, con esa voz entrecortada tan suya, que cuando hablaba parecía acabar de subir las escaleras …

     

Pues bien, Bergson inventa la palabra heroicómico para designar una situación pretendidamente heróica, en el sentido de exagerada, que al mismo tiempo se hace risible por su entorno, aspecto o circunstancias.

     

Tal sería el caso de llamar solemne a un acto al que acuden parcialmente disfrazados para la ocasión gentes de diverso pelaje en actitudes donde se mezcla la socarronería y una forzada seriedad. Berlanga (el paladín del sentido del humor) capta muy bien esto en sus parodias de moros y cristianos.

     

El cuadro puede completarse con auxilio de la polisemia. Imaginemos el risible contraste de “la tonta del bote” asomándose desgarbada dentro de un bote de mermelada. O la chica medio sexi, medio tonta de pretendidamente ingenua, que se muestra provocativamente sentada a los remos de un bote en la playa …

     

Mutatis mutandis, nos podemos imaginar a la ministra del ramo colaborando en la solemnidad del cuadro: no hace falta explicarlo como haría el alias de don Leopoldo.

     

El análisis del chiste soso de la antes mencionada emisora de radio no constituye un caso aislado. Además, lo desarrolla con la ventaja de enmarcarlo en un contexto de gracia como vehículo de su construcción.

     

El propio Freud emplea un montón de páginas de su obra para profundizar en la técnica, génesis y consecuencias de chistes concretos. De sus reflexiones quisiera destacar dos cosas. Primera, que por más que haya técnicas diversas detrás de los chistes, siempre tiene valor, al final, el efecto sorpresa. Y segunda, la semejanza que tienen los chistes, en su estructura, con la de los sueños.

     

En ambos casos se da lo que se conoce como consistencia aparente (contenido manifiesto del sueño) y lo que Freud llama ideas latentes. Es decir, los chistes, como los sueños, hay que leerlos entre líneas.

     

Acabo de decir que las más variadas técnicas del chiste siempre conducen a la sorpresa. Cita Freud un chiste de dominio público en su tiempo que venía a decir que un conocido señor de entonces “tenía la vanidad como uno de sus cuatro tendones de Aquiles”: Técnica de condensación. De manera comprimida la gente opinaba de aquel individuo que, aparte de vanidoso, era un cuadrúpedo.

     

Y os preguntaréis, queridos viejitos, qué tiene que ver todo esto con los mayores? Pues realmente, nada, salvo que como los mayores somos una partida de desocupados, siempre podemos encontrar en qué ocupar nuestros devaneos mentales.


NOTA FINAL

Lo anterior se publicó en el Boletín SECOT de Junio 2006 acompañado de uno de mis montajes en que aparecía una especie de ninfa con un ramo obsequiando a un conjunto paródico de Moros y Cristianos. Total, acabo de perpetrar lo de las parodias de C. Sotelo explicando un chiste. Vs. disimulen; no he podido evitarlo.