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TÍTULO: ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?


AUTOR: Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias 2010 de Comunicación y Humanidades.


Ed. PAIDÓS Estado y Sociedad. 1ª edición, enero 2014; 108 páginas.



El tema de la desigualdad económica entre naciones o entre individuos ha ido creciendo en interés desde hace pocos años a esta parte. Y ha pasado de ser tema de debate entre el común de la gente a ser considerado un serio asunto de academia.


En enero de 2010 pronunció en la Fundación Ramón Areces una conferencia titulada El futuro de la desigualdad. Una perspectiva histórica, el profesor de Harvard Jeffrey Gale Williamson. Mis comentarios están recogidos en  


Supongo que ese interés creciente por el tema se debe a que también es creciente la misma desigualdad que se observa: creciente de modo desorbitado y alarmante. Casi no merece la pena extraer cifras de las variadas y abundantes estadísticas porque, apenas publicadas, ya se han quedado demasiado pequeñas.


Poco antes de que se abortara la implantación en Madrid del negocio Las Vegas Sands (complejo de casinos) del multimillonario americano Sheldon Adelson (el 9º hombre más rico del mundo según Forbes 2014, con una fortuna de 36.000 millones de $), nos decía a los españoles que en lugar de ser tan pardillos, lo que teníamos que hacer es imitar a nuestro compatriota Amancio Ortega (el 4º más rico del mundo -62.800 millones de $ según la misma revista-).


Antes de entrar en materia nuestro autor anota cuatro citas que no tienen desperdicio a propósito de lo que se dispone a desarrollar. Me voy a fijar en la segunda, firmada por Adam Smith, el conocido autor de La riqueza de las naciones y fundador del capitalismo moderno en el siglo XVIII. Dice así:

Dondequiera que hay gran propiedad, hay gran desigualdad. Por cada hombre rico debe haber por lo menos quince pobres.


Según la tesis central de La riqueza de las naciones, la clave del bienestar social está en el crecimiento económico. Se ve que la clave de la tesis y el contenido de la cita ya tenían vigencia en el siglo XVIII. Y la siguen teniendo en el actual.


Desde luego, la clave del bienestar se proclama hoy igual que entonces, pero no tengo muy claro hacia dónde apunta Adam Smith  con su cita. Lo de debe haber, ¿es un imperativo? ¿O se trata de una simple e indeseable constatación? ¿O es que debería habernos dicho cuántos que no sean ni ricos ni pobres hacen falta para disfrutar de bienestar social, por cada rico?


Me refería antes a la gran variedad de formas en que la estadística pone de relieve el crecimiento de la desigualdad. Me fijaré en una de ellas que nuestro autor toma del Instituto Mundial para la Investigación de Desarrollo Económico con sede en Helsinki. Nos servirá para ver cómo ha evolucionado en los tres últimos siglos la apreciación que Adam Smith hacía de la desigualdad entre los ricos y los pobres de su tiempo.


Si ponemos en fila a todos los individuos de la población mundial actual (2014) empezando por el más rico y terminando por el más pobre, tendremos una cola de 7.200 millones de personas. Es decir, una hilera que daría 90 vueltas a la tierra.


Sumando la riqueza de los primeros 72 millones de personas (los más ricos, es decir, el 1 % del total -más o menos, cantidad equivalente a todos los habitantes de Turquía-) se tiene la cantidad A.


Sumando la riqueza de los últimos 3.600 millones de personas (la mitad más pobre del total) se tiene la cantidad B.


Pues bien, A = 2.000 B.


Lo que quiere decir, grosso modo, que si en tiempos de Adam Smith un rico se hacía con 15 pobres, hoy, un rico necesita 2.000 pobres para hacerse rico. Que es cosa que no repugna a la realidad. En tiempos de Adam Smith el rico tenía a mano los 15 pobres en su fundo o en su incipiente fábrica. Hoy, en el siglo de la globalización, cualquier rico de Wall Street encuentra al momento los 2.000 pobres que necesita, en Bangladesh o en Vietnam.


Curiosamente, al escribir mis comentarios a la tesis doctoral de Pablo Iglesias me encontré con nuestro autor y con Joseph Stiglitz. Ahora, estudiando a Zygmunt Bauman, me vuelvo a encontrar con Stiglitz.


Dice éste, al alimón con nuestro autor, con Stewart Lansey y con Dorling, que


… el dogma tan socorrido que afirma que el enriquecimiento de los ricos acaba revirtiendo a la sociedad no es más que una mezcla de mentira intencionada y de forzada ceguera moral.

Según la ortodoxia económica, una fuerte dosis de desigualdad produce economías que crecen de manera más rápida y eficiente. Por eso las altas retribuciones y los bajos impuestos para los ricos -argumentan ellos- incentivan la inversión y dan lugar a un pastel económico más grande.

Como se ve, lo ortodoxo es no sólo crecer, sino crecer mucho y rápidamente. La cosa sigue empeorando mucho y también rápidamente. Lo que pasa con los crecimientistas es que no saben o no quieren saber leer en la naturaleza.


La naturaleza está llena de desigualdades y funciona gracias a ello. Ahora que se habla tanto de proteger la biodiversidad como imprescindible que es, siempre hay alguien que se aferra a la igualdad de la Revolución francesa. Claro que los hombres (y también las mujeres, que dirían los más correctos) somos todos iguales: todos estamos vivos, todos hemos nacido y todos nos moriremos … Y poca más igualdad. Los granos de trigo son todos distintos como decía Montaigne. Y las montañas: El Moncayo es mucho más bajo que los Himalayas.


La desigualdad ayuda a crear el gradiente necesario para que la naturaleza opere. Podemos subir en el ascensor gracias a que hay una diferencia de potencial entre fases en un motor eléctrico. Y el ciclo del agua se mantiene activo porque hay determinados gradientes de temperatura en la atmósfera y en los océanos y luego hay una transformación de la energía potencial del agua en energía cinética en los cauces de los ríos.


Pero ya se ve que todas estas diferencias están dentro de medida. Los Himalayas son más altos que el Moncayo porque tienen que dar de beber a China, la India y hasta el 20% de la población mundial. A nadie se le ocurriría la tontería de echar encima del Moncayo piedras y tierra traída de otros sitios para emular la altura del Makalu.


Asimismo, como la diferencia de potencial de 400.000 voltios es buena para el transporte de la energía eléctrica a grandes distancias, nadie pensará que para subir más rápido un rascacielos será bueno accionar el motor del ascensor a esos 400.000 voltios en vez de a los familiares 380 V.


Esa fuerte dosis de desigualdad que tan buena y necesaria les parece a los de la ortodoxia económica es una cosa tan tonta como empeñarse en una investigación genética que produjera granos de trigo diferentes de los actuales con un tamaño 2.000 (el gradiente de A a B de antes) veces mayor que el de los conocidos. Tendré que retirar la calificación de tonta que acabo de dar a la pretensión esa porque seguir aumentando la diferencia entre ricos y pobres es además cruel, suicida y cargada a la cuenta de quienes no somos del selecto y forbiano club de los ricos.