Del Rey abajo, ninguno (Francisco de Rojas Zorrilla)

Del Rey abajo, ninguno en España piensa que haya otra cosa sino crecer para salir de la crisis.

Usted ha visto, oído o sabe de alguien que sepa de alguien que piense distinto?


Pues yo sí sé de un viejecito que, decepcionado como está, ha echado sus cuentas y, como no le salen, está dado a los mismísimos demonios.


Siempre le habían dicho que la economía tiene que crecer a razón del 3% acumulativo anual para que se creara empleo (ése debía ser el crecimiento del PIB, vamos, como pasa con el interés compuesto de los bancos, para entendernos).


Ese tipo de crecimiento, que es exponencial como muy bien saben los sociólogos que estudian las poblaciones, entraña un parámetro muy útil precisamente para los sociólogos que, con él, pueden estimar el futuro de una población: Se trata de saber en cuántos años una determinada población dobla su número.


El viejecito ha averiguado, más que nada por los nietos, que cuando un niño nace puede medir medio metro, y a los cinco años ya llega a medir un metro. Así pues, la cosa está clara: las criaturas duplican su estatura cada cinco años, se dice. En esas condiciones, el viejecito, con sus 80 años tendría que medir 33 Km y como él sólo mide 1,70 m (eso este año, que el pasado medía 1,80), pues está tremendamente defraudado. Piensa que alguien le ha estado engañando.


Ciertamente, el crecimiento exponencial se da en  la naturaleza (la mitosis celular es un ejemplo de ello), pero ofreciendo dos formas distintas. En la especie se da como crecimiento exponencial propiamente dicho, de manera que su limitación se produce por efectos externos tales como guerras, hambrunas, desastres naturales, etc. Los dinosaurios puede que desaparecieran por falta de pastos. Esperemos que a los humanos nos vaya mejor.


En todo caso y, como dice el Premio Nobel de Física Dennis Gabor (inventor de la holografía), el crecimiento exponencial hasta el infinito sólo se da en las matemáticas: en la vida real, o se detiene adaptándose oscilantemente a un límite, o se colapsa. Parece claro que los dinosaurios se colapsaron.


Por otro lado, los individuos en la naturaleza crecen exponencialmente de la forma que se conoce como crecimiento derivado. No hace tanto que se sabe cómo funciona ese mecanismo en el hombre. Parece que son las plaquetas de la sangre las encargadas de controlar el crecimiento de sus células y organismos para que ese crecimiento sea armónico y acorde con el modelo establecido por la naturaleza para cada individuo.


De hecho, todos sabemos, y el viejecito también, que hoy se hacen transplantes de plaquetas para intentar controlar el crecimiento desordenado de ciertas células cancerosas (leucemia, por ejemplo).  Y copio lo que tengo escrito en otro lugar:


A los crecimientistas  de ahora (que son todos, del Rey abajo) será bueno recordarles lo que Malthus pensaba al respecto: “El hombre podrá crecer en esperanza de vida (desconocemos el límite) pero no conseguirá eternizarse en la tierra. Podrá crecer en perfección pero nunca llegará a ser perfecto”. Y pone este ejemplo: “Mediante sucesivos esfuerzos podremos conseguir claveles más hermosos pero no podremos abrigar la esperanza de que llegaran a tener el tamaño de las coles”.


La crisis actual, la que yo vengo llamando del 2007 en adelante, está teniendo la virtud de ponernos los pies en el suelo … ma non tropo, que nadie se haga demasiadas ilusiones. En el mejor de los casos tal vez llegue a recordarnos que hemos crecido demasiado, pero ese recuerdo irá siempre mezclado con la esperanza de que, salir de ella quiere decir que vamos a volver a crecer. No hay más que oir a políticos de todo pelaje, economistas de cualquier adscripción, hombres masa y columnistas o tertulianos con, o sin pedigrí.


Y es que esta crisis está haciendo el papel de los árboles que no nos dejan ver el bosque que se esconde tras ella. Ese bosque enmarañado constituye la crisis gorda que nos espera en cuento salgamos de ésta, la flaca.


Nadie quiere escudriñar entre los árboles del primer plano porque no está dispuesto a enfrentarse  con la crisis que realmente se ve detrás: una crisis de valores; de consumismo arreglalotodo; de insatisfacciones; de huidas hacia adelante para escaparnos de nuestro propio aturdimiento; de tensiones; de competencias autodestructoras; de crecimiento material sin freno; de autoengaño en materia de felicidad; de ficción, mentira y apariencias; de una volatilidad que evapora indistintamente a las personas o a los activos de la bolsa; de expansión de derechos y dejación de obligaciones; de propaganda invasiva; de sobrevaloración de lo frívolo, lo zafio, lo facilón; de rechazo del esfuerzo y de la responsabilidad; de alabanza de lo superficial para rehuir toda profundización; del logro a toda costa de satisfacciones inmediatas; de violencia gratuita; de riesgos estúpidos al límite; de coqueteo con el azar; de amontañar basura así en la tierra (vertederos) como en el cielo (CO2).


La palabra clave de esta abigarrada y perversa situación es crecimiento, aunque nadie se de cuenta de ello y la confunda a veces con desarrollo, mejora, creación de riqueza, satisfacción de necesidades, talismán para el empleo, etc, etc.

Y, por qué? Porque como el hombre no tiene capacidad de crecimiento material ilimitado, si se cree que tiene que crecer, no tiene más remedio que vivir por encima de sus posibilidades. En el Evangelio ya se nos dice que nadie puede añadir un codo a su estatura, pero si nos empeñamos en añadirlo, tenemos consecuencias como éstas:


El pobre, si alguna vez tiene la oportunidad, consume como el de clase media aunque a continuación haya de volver a la indigencia.

El de clase media pide a mediados de mes un crédito al consumo (uno de esos productos bancarios que convierten en  morosos  a los aprendices de insolventes) para hacerse un viajecito a Tailandia y así poder afirmar  luego con autoridad cuánto le cuesta llegar a fin de mes.

El rico, como tiene necesidad de deslumbrar a sus pares con un nuevo yate de eslora doble que el antiguo, y tiene buena mano con el banco, consigue el dinero que necesita y se lo juega a la bolsa para multiplicarlo ya, y adquirir así una mansión en las islas Caimán desde donde podrá gestionar adecuadamente sus negocios.


Esta relación podría ampliarse porque, en los países democráticos, como los políticos salen del pueblo, es decir unos vienen de ser pobres, otros proceden de la clase media y otros son ricos por su casa, pues resulta que los gobiernos se comportan de igual manera que los individuos e incluso peor.

A ver, que al gobierno no le llega el dinero del presupuesto? Pues se endeuda para saldar el déficit!

Y el viejecito se pregunta ingenuamente, pero ¿en qué familia honrada se gasta más de lo que se gana?


Entonces va el ministro o la ministra del ramo o de la rama, y le dice: No, mire, es que no es así, y le pondré un ejemplo puramente imaginario: Si el alcalde de Madrid quiere meter la M30 debajo del Manzanares cambiando de paso el emplazamiento de la estatua de Colón, pues no tiene más remedio que endeudarse para que desde ya, hasta cierta generación que queda fuera de nuestro alcance, los ciudadanos puedan disfrutar de tan mollares mejoras.


Con las mismas el viejecito le vuelve la espalda al ministro y se encara con el Almirante: Pues señor Colón, si V. no tiene dinero para moverse, mejor se queda quietecito donde está, que ahí está muy guapo.


Lo que de verdad desazona al viejecito es lo que pasa con los bancos. Él sabe, porque lo sabe todo el mundo, que los bancos están para ganar dinero, prestándolo. Estimulan a la gente mediante la propaganda para que les pidan prestado y se lo devuelvan luego acrecentado con los intereses. Pero visto cómo pinta la sociedad que se ha creado y cómo crece, qué garantía tiene un banco de que sus clientes le van a responder? La consecuencia es que los bancos dejan de prestar pero, como no pueden subsistir sin hacerlo y al parecer es imprescindible que subsistan, pues los gobiernos les dejan unos dinerillos de subsistencia para que vayan tirando; pasta que sale de los bolsillos de todos, principalmente de esas familias honradas que nunca han acudido a un banco por su repugnancia a vivir por encima de sus posibilidades.


Cuando el viejito ha visto en la TV a esos griegos salvajes (que aquello parecía la guerra de Troya) quemando bancos con empleados dentro, además de contenedores, automóviles y otros estorbos, se preguntaba: ¿Y qué bancos son los que van a prestar dinero a esos energúmenos? Porque tan enloquecidos están los de los cócteles molotov como sus gobernadores, cada uno en su estilo: ya hemos visto antes que todos son igual de demos.


Y sin embargo, se lo van a prestar para que en cuanto se tranquilicen vuelvan a las andadas, porque el crecimiento es lo que prima, desde Alemania a Malta, también en cada sitio a su estilo y, seguramente con matices. El matiz griego huele a olimpiada que apesta. No sé si a nosotros no nos pasó algo parecido (no lo mismo, que España no es Grecia, ojo! -aquí tenemos el doble de paro que allí-) con nuestra olimpiada, la expo sevillana y el Ave. Ya saben, lo de vivir por encima de las posibilidades! Que en términos contables se resume muy bien en que importamos mucho más que exportamos, aunque luego se nos venda la moto de que eso tiene que ser así precisamente para que sea así y así poder seguir creciendo…


Igual que los bancos alemanes, que como también tienen que crecer, prestan a la desesperada de alto riesgo a energúmenos que se entretienen en hacer escalada curva arriba del crecimiento exponencial (en esta ocasión del de su propia deuda). ¡Ay, si el húngaro Gabor levantara la cabeza!


Recapitulando:

*         Crecimiento se entiende en sentido material. Desarrollo, en sentido inmaterial: En este último caso sólo se justifica el crecimiento cuando sea imprescindible para el propio desarrollo y siempre que no se exceda la huella ecológica (Wackernagel).

*        Crecimiento sostenible es un puro oxímoron, un contrasentido.

*       Tener que crecer para crear empleo es como afirmarse en que el viejito de 80 años ha de medir 33 Km de estatura para que los sastres puedan vivir confeccionándole trajes.

*       Piensen ustedes en una sociedad que en lugar de crecer a lo consumista-desaforado se mantuviera en régimen de estabilidad aceptada. La gente se emplearía de otra forma en otras cosas. Seguramente los siquiatras que atienden ahora a esa larga cola de ciudadanos desquiciados por los renglones negritos de más arriba, podrían dedicar su tiempo a ayudar a la gente a sacar de dentro de sí mismos las mejores esencias que guardan, en beneficio de una búsqueda más razonable de nuestra felicidad. ¡Que no somos dinosaurios, caramba!










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