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Pgs. 1    2     

NOTA: Incluí este artículo en la revista SECOTMADRID, Nº de marzo 2009, y en su sección para la tercera edad. Por entonces era el editor de la publicación. SECOT es la asociación de Seniors Españoles para la Cooperación Técnica.




LOS RAFRENOS


     Quien nos iba a decir a nosotros, mis queridos ancianitos, que un señor tan serio, tan metódico, tan cartesiano como don Renato iba a ser el que inventara los refranes!

     

Como todos sabéis, faltaría más, un silogismo es una proposición lógica que contiene dos premisas conducentes a una conclusión racional inequívoca. Naturalmente ha de atenerse a unas leyes (ocho en total) con el fin de que la cosa funcione.

     

Los hay de curso legal que son los que cumplen con dichas leyes, y los hay falsos, que se las saltan a la torera y se llaman sofismas. Algunos de estos son de falsía muy sutil que pasa desapercibida al que va con prisa.

     

Pasa lo mismo que con la falsa moneda que si está bien hecha no la detecta ni el ciego de tacto más fino. El padre se lo inculcaba amorosamente: “Tú, hijo mío, siempre imita a los buenos!” (pertenecían a una familia de falsificadores de papel moneda).

     

No estará de más recordar, como aviso de navegantes, que lo de las falsificaciones se reviste de muy variados ropajes. Yo tenía un director industrial que se enfadaba mucho con los proveedores que de vez en cuando nos metían gato por liebre, y les increpaba muy serio: “Señores, cuando yo pago sus facturas, cada una de las pesetas que les entrego es de curso legal, así que espero que cada tornillo que me entreguen ustedes sea bueno.”

     

Para aclarar lo que acabo de decir os propongo dos ejemplos de silogismo, uno bueno y otro malo. Como ya sé lo perspicaces que sois, enseguida los distinguiréis, pero la pregunta es: ¿Por qué el falso lo es? Al final encontraréis la solución.


(*)

Lo redondo rueda

La rueda de un coche rueda

Luego la rueda de un coche es redonda.


(**)

Lo esférico rueda

La rueda de un coche rueda

Luego la rueda de un coche es esférica.


TÉRMINO


Mayor

Medio

Menor


R: Descartes

Así pues, las leyes del silogismo tienen que ser un tanto complicadas para garantizar conclusiones válidas. Aristóteles estudió muy bien todo esto, pero como el hombre común y corriente ni es Aristóteles (es más bien demócrates) ni está para meterse en filosofías, se inclina más al díptico que al tríptico.

     

Cree a pies juntillas en la tradición, en la experiencia. Y se apoya en que “La experiencia es la madre de la ciencia” sin apercibirse de que lo que la ciencia necesita es experimentación científica, no experiencia de esa que dimana del viejo por viejo, porque siempre se corre el riesgo de dar con viejos que más que experiencia, lo que tienen son años.

     

Una vez dicho algo sobre los silogismos, conviene hablar de los refranes.

     

Un refrán es un dístico de sabiduría popular, pero también es un silogismo degradado, de menor cuantía, de vía estrecha o de andar por casa. Es, en suma, un silogismo de urgencia, visceral, de autoridad, algo como para no avenirse a razones. No tiene más que una premisa y una conclusión.

     

Consiste en lo que los ingleses llaman “saltar a conclusiones”, que es lo que alguien hace cuando tiene prisa, costumbre, segundas intenciones o es simplemente un refranista. Ese salto hace las veces de un argumento de autoridad, de un “lo que yo te diga”, un “quia magíster dixit” o “la historia es la maestra de la vida”. En definitiva, un refrán vale tanto como una tradición consolidada.

     

No tiene leyes conocidas y se suele asentar en el olfato popular. Tiene el refrán, al menos, dos insignes detractores: Cervantes y Mingote. A D. Quijote le sacaba de quicio Sancho con su fecundidad refranera. Mingote les tiene mucha manía porque dice que arrastran a la gente al ejercicio de no pensar (como si la gente necesitara mucho arrastre para eso). Pero sobre todo porque enseguida surge el listo que se los apropia como suyos sin el menor empacho y así se puede oír “argumentar” a uno que pasa: “Como digo yo, en abril, aguas mil”.

     

Lo cierto es, en cambio, que los silogismos sí exigen mucho pensamiento. Los refranes son abundantes, existen en todos los países, hay libros completos llenos de ellos, y nos quedamos siempre con la duda de si son buenos o malos porque son lo uno o lo otro según la ocasión. Los hay redundantes (“En boca cerrada no entran moscas” y “Por la boca muere el pez”) y los hay contradictorios. Siempre hay un refrán para una cosa y otro para la contraria, y tienen la ventaja de que siempre valen. Como se dé un mes de agosto con calor insoportable desde el primero al último día, nadie sacará a colación lo de “En agosto, frío en el rostro”, mas ay! como refresque hacia el 15 … (en Santiago de Compostela yo he pasado la noche más fría de mi vida en agosto de 1948).

     

Los refranes son adaptativos, precisamente porque no son lógicos, sino analógicos. Lo de que “El ojo del amo engorda el caballo” valía cuando alguien era dueño de caballos que cuidaban otros, pero vale también para los que se anuncian ahora en INTERNET.

     

Es raro que los antiguos refranes queden obsoletos, desvirtuados o invalidados. En cambio, no se ve que la vida moderna genere refranes nuevos ad hoc. Con lo fácil que sería inventar uno tal que así: Ejecutivo altivo: zancadilla, que te pilla! La gente de ahora no cultiva la sutileza mental del pensamiento, de la reflexión: no le preocupa nada más que la rapidez.

     

Así, sabiendo lo que se puede esperar de los refranes y lo que no, se hacen llevaderos como lenguaje amable, desenvuelto, que quita rigor a la vida a cambio de enseñanzas de fortuna que nunca vienen mal sobre todo a los que, como yo, somos más ignorantes.

     

Además son ingeniosos, divertidos y poéticos. La rima asonante (y excepcionalmente la consonante) es la que suele ligar las dos porciones del dístico. La excepción: “Haz bien y no mires a quien”.

     

Y ¿qué es eso que decía al principio de que D. Renato inventó el refrán? Pues sí, Alain René Descartes (el de las coordenadas cartesianas -que no sé por qué no se llaman descartesianas-), fue quien dijo aquello tan famoso de “Cogito, ergo sum”: Pienso luego existo.

     

¿Qué es este profundo pensamiento, sino un dístico refranístico? Es el paradigma de los refranes, el refrán por antonomasia (aclaración: el refrán, por Descartes, no por Antonio Masia).

     

Ya estoy viendo al listo de la clase levantar el brazo para contradecir que eso no es un refrán, sino un silogismo encubierto. Allá él; nosotros a lo nuestro, a los RAFRINUS.

     

Como la gente sencilla no se anda con filosofías, raras veces tienen dificultades con los silogismos. Los políticos, en ocasiones se ponen de pie y gritan muy serios: “Niego la mayor!” (la premisa que contiene el término mayor); luego se sientan. Pero como nunca sabe uno si el que se puso de pie tiene estudios, su intervención puede resultar, cuando menos, sospechosa.

     

De lo que no hay sospecha, sino certidumbre, es de que hay gente que se hace un lío (se “hace bolas”, dicen los mejicanos), con los refranes. Tenía yo una vecina que “mataba un pájaro de dos tiros”, y no hace tanto que leí el delicioso cuento de Durrel Un novio para mamá en el que toma vida un personaje que mezcla unos refranes con otros para dar en surrealistas RIFRENAS sin sentido pero muy divertidos.

     

Quiero comunicar a bombo y platillo, aunque modestamente, que el inventor de los RUFRANIS soy yo. Y, ¿qué es un RAFRÉN, y cómo se construye?

     

Es muy sencillo. Háganse bloques de a diez refranes p.e, que de cada bloque saldrá otro de diez RUFRENOS simplemente con juntar la premisa de un refrán con la conclusión de otro. La idea de que no sean más de diez pretende que en el conjunto de RUFRONES se puedan reconocer los refranes de partida. Y eso sí: ha de buscarse cierta gracia en la combinación.

     

Alguien preguntará, que hay gente pa tó, por qué he hecho todo esto. Pues la respuesta es muy simple: para entretenerme y para dar trabajo a los paremiólogos.


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