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PUENTES


No hay en España puente colgante

Más elegante que el de Bilbao …


La elegancia se la da la catenaria de la que cuelga la estructura horizontal que, desde su elevación, presta camino rodante a la barquilla que asimismo cuelga sobre el agua de El Abra.


La copla sigue explicando que es cierto lo que canta porque lo han hecho, los bilbainitos que son muy listos ... En realidad lo hizo el arquitecto Alberto Palacio y Elissagüe que no era exactamente de Bilbao, pero como si lo fuera porque, como se sabe, los auténticos bilbaínos son tan suyos que nacen donde les da la gana. Y este arquitecto había nacido, por parte de madre, en el país Vasco-Francés pero en lugar muy cercano al nuestro.


Construyó el puente bilbaíno entre 1890 y 1893, pero  no hay que confundirlo con otro arquitecto famoso, su tocayano Antonio Palacios (1874-1945), el autor de tantas obras singulares en Madrid: el Palacio de Cibeles (hoy Ayuntamiento), el Círculo de Bellas Artes, la actual sede del Instituto Cervantes, el Hospital de Maudes, el Casino, etc.


Alberto Palacio, además de construir su puente colgante en El Abra y la estación de Atocha en Madrid, colaboró con su maestro Ricardo Velázquez en la construcción de los Palacios de Cristal y de Velázquez en El Retiro y participó en la ejecución del Banco de España.


No sé por qué, yo tenía la idea de que en la Francia atlántica, por las desembocaduras de sus grandes ríos Sena, Loira y Garona debía de haber un puente semejante al colgante de Bilbao, así que investigué y, al final, di en la tecla.


Esto no sé si debería decirlo no sea que los de Bilbao se enfaden, pero lo cierto es que no son ellos los únicos que tienen Abra (puerto). Los hay por toda Europa: Ahí está, por ejemplo Le Havre en el estuario del Sena con su magnificente puente atirantado llamado “de Normandía”.


O Newhaven, al sur de Inglaterra, destino desde el francés Dieppe del ferry que me transportaba a través de El Canal en mis tiempos jóvenes. Por no citar Bremerhaven en Alemania (el puerto de Bremen) e incluso Kopenhagen (Copenhague, “puerto de comerciantes” en la capital danesa).


Persiguiendo la tecla adecuada doy con otro puente atirantado fantástico, el de Saint Nazaire en la desembocadura del Loira. Y, por fin, el de Burdeos sobre el Garona, llamado “Jacques-Chaban-Delmas”, que no tiene nada que ver con lo colgante ni con lo atirantado aunque su autor arquitecto fuera el mismo que el del ya mencionado puente de Normandía. Este de Burdeos es un puente “ciudadano” del tipo “de elevación” y lleva el nombre del antiguo alcalde de la ciudad. Por el mismo precio podría llamarse “puente Montaigne” que también fue alcalde de Burdeos un poco antes, entre los años 1581 y 1585. Este puente empuja mi imaginación al recuerdo de otro famoso, el que pintara Van Gogh en Arlés.


Por fin, la ansiada tecla. No lejos de Burdeos, al norte, en la desembocadura del Charante, en Rochefort se encuentra un puente prácticamente idéntico al de Bilbao, obra del ingeniero francés Ferdinand Arnodin que asimismo colaboró con el arquitecto Palacio en la construcción del puente colgante bilbaíno. Ambos, arquitecto e ingeniero habían hecho contacto con Eiffel en París, así que no resulta extraño que el arquitecto español liderara aquí la que se llamó “Arquitectura del hierro”.


El 13 de julio de 2006 el elegante puente colgante fue declarado Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, siendo elegido entre un total de 37 candidaturas. La Unesco lo considera como una de las más destacadas obras de arquitectura del hierro de la Revolución industrial.


Sigo con mi tecla. Bueno, con las 88 de un piano de cola que manejaba con habilidad increíble otro de Bilbao: Andrés Boronat.


Estaba invitado al concierto que daba el pianista en la Casa de Valencia. Este nombre me evocó inmediatamente, dos cosas: al famoso pianista valenciano José Iturbi, el autor del arreglo para piano a dos manos de la Rapsodia en Blue, de George Gershwin. Y el hecho de que el padre de Andrés, y compañero mío de Carrera, fuera de Alcoy, Alicante.


Llegué un poco tarde; cuando ya las notas saltaban bajo la tapa del piano a un espacio de silencio en penumbra. Del programa, sólo pude leer la letra grande; allí estaban las figuras del piano: Beethoven con  su sonata Patética, Chopin con varios Estudios y una Balada, y Rajmaninof con varios Preludios.


Con el descanso, se agrandó la letra pequeña y pude saber que Andrés, a los ocho años ya asistía al Conservatorio de Bilbao al amparo de Pilar Iturburu, a la vez que Premio Nacional de piano, discípula del inolvidable Maestro José Cubiles (Cádiz, 1894-1971), al igual que lo había sido otro pianista bilbaíno famoso, Joaquín Achúcarro.


Con todo este bagaje a la vista y el oído atento, va mi vecino de sitio y me pregunta muy quedo: ¿Es que hay un instrumento como éste? (me señalaba el Estudio op. 25 nº 1 en la bemol mayor “El arpa eólica”). Sí, le respondí; luego te cuento.


Y ahora les cuento. Hace ahora diez años asistí en El Escorial (iglesia de San Bernabé) a un concierto de arpa que daba la extraordinaria María Rosa Calvo Manzano. Allí llegó ella transportando el arpa en su Volvo furgón. Ya se imaginan que dar un concierto de arpa no es lo mismo que dar otro de flauta travesera. Tanto disfruté en él que, inmediatamente, compuse un soneto que titulé AL ARPA, y que terminaba así: