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3.-¿EL FIN DE LA HISTORIA?.

     

Este es el título de la famosa obra del americano (japonés de segunda generación) Francis Fukuyama escrita en 1992, o sea, 3 años después de la caída del muro de Berlín y 5 después de que Gorbachov iniciara la Perestrioka, es decir, la conversión de Rusia a una economía socialista de mercado. La introducción del concepto mercado dio paso, necesariamente, a un estilo neocapitalista liberal.



http://www.caprichos-ingenieros.com/gorbachof.html


La obra es famosa por su cronología y sus consecuencias, porque los interrogantes del título son imprescindibles (asunto medio abierto, medio cerrado), porque éste no se refiere al fin del mundo como pudiera parecer, y porque aparenta estar escrito para que lo entiendan Hegel, Nietsche, Heidegger y otros filósofos, pero no los demás.

En cuestión de finales, Antonio Machado, en  MUERTE DE ABEL MARTÍN los expresaba de manera más simpática pero sin mengua de patetismo:


Pensando que no veía

porque Dios no le miraba,

dijo Abel cuando moría:

Se acabó lo que se daba.

Juan de Mairena: Epigramas.

Otra particularidad de la obra (ni el propio Fukuyama la llama libro) es que sólo ocupa 47 páginas del tamaño de libro de bolsillo (unos 16 folios). El ejemplar que he leído (Alianza editorial 2016) está emparedado entre un relato más bien hagiográfico a cargo del profesor de Filosofía en la UNED Juan García Morán Escudero, una nota biográfica del autor, por una parte, y por otra, por Unas Reflexiones sobre El fin de la Historia cinco años después, y un epílogo a la segunda edición de El Fin de la Historia y el último hombre.


Fukuyama no entiende la Historia como Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados, sino más bien como el relato de la lucha entre ideologías por medio de un vector que orienta la evolución de la humanidad desde su primitivismo, en un curso continuo de perfeccionamiento, hasta su plenitud final: el no va más.


La ocasión de esa plenitud viene dada  para el autor por el final de la Guerra fría y la caída del muro berlinés. La Democracia liberal había derrotado al Comunismo (socialismo real era llamado para no meter mucho miedo) y su triunfo absoluto y definitivo habría de extenderse en adelante y por todo el planeta, ya para siempre jamás. El comunismo debería interpretar a coro el machadiano Se acabó lo que se daba.


La paz estaba asegurada. Los humanos ya no tendrían que aplicarse en guerras y revoluciones sangrientas: ha terminado la historia; más bien habrían de cambiar el chip de la guerra por el de la economía y el consumo. El único inconveniente que Fukuyama ve a este proceso es una interminable etapa de aburrimiento que podría conducir a un empezar de nuevo (“estos jóvenes tan acomodados lo que necesitan es una guerra”).


Porque claro, eso de la economía debía estar asociado a la Democracia liberal. Esta democracia y esa economía ya venían conformando una pareja de hecho muy eficaz en occidente y, auspiciada por el capitalismo, constituían un matrimonio de conveniencia.


Como era de esperar, a Fukuyama le llovieron críticas a diestro y siniestro y no tuvo más remedio que escribir (esta vez sí fue un libro de más de 400 páginas) para aclararse él y aclarar a los demás.

Por ejemplo, “El Fin de la Historia” no equivale a haber alcanzado un sistema perfecto sino a la eliminación de alternativas mejores. Efectivamente, eso de que la democracia liberal unida al capitalismo, el libre mercado, el consumismo y el crecimiento sea el sistema que más riqueza ha creado en el mundo y que, seguramente por ello, nadie le haya opuesto nunca una alternativa mejor, es el mantra que se oye siempre en boca de sus fieles.  


Este argumento tiene a mi juicio tan poca solidez como otro semejante que pudiera haberse enunciado en relación con la Mecánica, por alguien que viviera entre Newton y Einstein. Yo tengo la esperanza (Fukuyama también emplea esta palabra a veces) de que algún día surja alguien que ponga en orden este capitalismo que tiene su fundamento en el crecimiento acumulativo imparable tal como lo concibió su fundador, Adam Smith.


Veamos lo que ocurre con el capitalismo liberal tan querido por sus defensores y tan odiado por sus detractores. Aquí se podría montar un tríptico como el que me prestó Mingote para el prólogo de mi libro La Calidad Total, una utopía muy práctica. Diría algo así como esto:


Unos dicen que el Capitalismo es malísimo y que hay que destruirlo.

Otros opinan que es una bendición divina que tiene que guiarnos a todos.

Pero nadie piensa que hay que mejorarlo.


Entre los primeros están, naturalmente, los antisistema anticapitalistas que no es que lo sean realmente, porque lo que quieren es un capitalismo de estado que ellos puedan mangonear cuando se hagan con el poder. Entonces sólo habrá bancos públicos del estilo de las cajas de ahorro de las autonomías que acabamos de ver lo que dan de sí en manos de los políticos. Los habrá en los pueblos y ciudades para, so pretexto de favorecer a los pobres, repartirse dinero gratis entre ellos y sus amigos que los votan (recordar los Eres de Andalucía añadidos a lo de las Cajas de otras CA).


Los segundos constituyen el colectivo de los capitalistas ultra-liberales  que tienen una fe inquebrantable en que como el capitalismo es lo que ha repartido más riqueza a todo el mundo hay que absolverlo de su pequeño desvarío: la creciente diferencia entre ricos y pobres que produce.


Cada vez genera más ricos más ricos, y más pobres más pobres –los pobres que van al paro a causa de las necesarias y deseadas nuevas tecnologías que el capitalismo estimula, y de las que es el principal inversor y beneficiario, y la pauperización de las clases medias-. Ver:


http://www.caprichos-ingenieros.com/desigualdad1.html


Por mi parte, yo pertenezco a los terceros. Creo que el capitalismo es útil y necesario por estos dos motivos:

-Porque da pie a que los arriesgados desarrollen sus iniciativas en la libre competencia del mercado que al final benefician también a los que no lo somos.

-Y porque para sacar adelante los grandes proyectos que necesita la humanidad, es preciso que alguien consiga disponer de mucho dinero obteniéndolo en pocas cantidades, de  muchos.


Dicho esto, quiero anotar que el capitalismo que tenemos a la vista tiene una contradicción en sí mismo si aceptamos los tres pilares de la democracia liberal recogidos en el libro:


-Disponer de una economía de libre mercado.

-poseer un gobierno representativo.

-Mantener los derechos jurídicos.


Este capitalismo erige la economía de libre mercado como preponderante en el contexto democrático que sostiene un gobierno representativo, y para ello se apoya en la exigencia de una libertad sin límites aprovechando la circunstancia que le favorece, de tener mucho poder (nada menos que económico).


Pero los sistemas democráticos se basan en la acción legislativa de sus elegidos para que generen leyes que no son otra cosa que limitaciones consensuadas a las libertades de todos.


Hay que terminar con la adversa realidad que impone la globalización (globalización que, como el capitalismo, es útil y necesaria) consistente en definitiva en que el poder mundial de las multinacionales es el que determina las leyes fiscales de los países: si no me bajáis los impuestos me voy a otro país donde ganaré más, es decir, a un país más pobre o a otro más rico, pero paradisíaco.


Otra cuestión ligada a lo anterior. Del libro deducimos que el liberalismo descansa en las verdades “evidentes por sí mismas” de la igualdad humana o los derechos naturales, como las que se deducen de la Declaración de Independencia de los EE.UU en la que podemos leer:

Pgs. 1    2    3