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El pollito de un pie


El año 1950 lo estrené en Madrid con cambio de patrona. El primer trimestre del curso lo había pasado en casa de las señoritas de Huidobro, calle de Ruiz, 14 (no confundir con Luis XIV) que me recibieron ofreciendo la compensación por haberme desprendido de mi madre (yo tenía 16 años cuando empecé la carrera), de encontrarme con dos nuevas madres.


Todo fue muy bien hasta que pronto comprobé que de noche se subían a una escalera de mano, quitaban los plomos y hacían serios aspavientos culpando a la Compañía por las “restricciones”. Naturalmente, allí no había quien estudiara pero, la portera, que debía conocer el percal, me propuso un día el cambio a casa de unas paisanas suyas (eran de Baeza y vivían en la calle Santísima Trinidad).


Cumplido el compromiso trimestral de 1949, después de Reyes del año siguiente aparezco en casa de las hermanas Isabel, Carmen y Gregoria. Durante 4 años compartí con ellas y con los vestidos de primera comunión que fabricaban, mis libros que también se beneficiaban de la generosa luz que necesitaban las costureras. En su afecto y compañía transcurrió el tiempo hasta que hube de marcharme a un colegio mayor universitario porque el Ministerio de Educación que me becaba, decidió cambiar la beca por aquella residencia que me acogió durante mis dos últimos años de carrera.


En muchos sentidos, aquel cambio significó para mí una mejora importante pero, con tantos años pasados después, no he dejado nunca de acordarme, particularmente en sueños, de aquellas entrañables mujeres. Allí viví a gusto y comí muy bien. Ahora viene al caso referirme a algo que ponían de comer y que a mí me encantaba: Ellas lo llamaban un pollito de un pie. Consistía en un buen pimiento verde asado, con su rabo y todo, relleno de carne picada.

Como se ve, la receta no tiene mucho de particular. Lo que sí resultaba particular era la forma de estar cocinado que lo hacía delicioso. Pero sobre todo, a mi me intrigaba su nombre.  Para evitarme explicaciones he traído a colación una imagen de Mingote a fin de que me ayude.


Fíjense en el de la copa disfrutando del muslo de pollo que tiene cogido por el extremo del hueso. Ahora hagan abstracción de lo que ven y contemplarán al tío sujetando por el rabo al pimiento relleno.


Y es que los pimientos dan de sí para mucha metáfora. Mi padre, al final de sus días se refería a su corazón como al pimiento (rojo, claro).

Lo que pasa es que a mi profesor de Cálculo, lo del El pollito de 1 πe le tenía al fresco. Lo que le interesaba era saber qué era mayor, si πe o eπ. Como entonces no había calculadoras, la cosa era complicada a pesar de las reglas de cálculo y de las tablas de logaritmos. Hoy, con la calculadora,  y redondeando a cuatro cifras decimales, sabemos enseguida que

e = 2,7183          π = 3,1416

eπ = 23,1407          πe = 22,4596

y, por consiguiente, que


eπ > πe

Demos por bueno el resultado pero busquemos una solución más elegante, a lo Leibniz o a lo Newton, como se prefiera. Si a los dos miembros de la desigualdad anterior les extraemos la raíz πe, el resultado seguirá manteniendo la misma relación cuantitativa entre sus miembros, quedando:

Ello nos indica que nuestra búsqueda equivale a encontrar el máximo de la función