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OBISPO


Título: EL OBISPO LEPROSO

Autor: Gabriel Miró

Edita: Biblioteca El Mundo (253 páginas).



Esta extraordinaria novela se aleja de lo convencional para parecerse más al Mussorgsky de Cuadros para una exposición. Se trataría, pues, de un museo con siete salas y un total de 29 cuadros, todos pintados en una inventada ciudad muy levítica (así llamaba Josep Pla a Gerona).


Aquí nada es casual. La ciudad inventada es Oleza que empieza y termina igual que la de verdad, Orihuela, pero con evocación directa a otra catalana, Olesa (de Montserrat, para más señas). La Olesa que presta su nombre también debe de ser bastante levítica a juzgar por su ancestral tradición autosacramentalicia de La Pasión.


La vida real que se pinta es la de la alicantina Orihuela, y el autor sabe lo que está pintando porque él también es alicantino. Yo siempre he dudado de si esta ciudad fuera de Alicante o de Murcia y mi duda flota en la novela: pegada a la linde común, se inclina más a Murcia (el río Segura que riega ambas ciudades, Murcia y Orihuela, la huerta y los huertanos, el ferrocarril, etc.).


Sin embargo hay una cuestión determinante reflejada en los capítulos primero y último, que apunta hacia Alicante: El obispo de Oleza; recordar que Orihuela es sede episcopal. Al principio los médicos le diagnostican la enfermedad de lepra, y al final muere víctima de ella.


Y en Alicante está la única leprosería que se mantiene activa aún en Europa, la de Fontilles. Cuando nuestro autor tenía 10 años moría en Hawaí víctima de esa enfermedad el belga padre Damián que allí se había ido para acompañar en su desgracia a los leprosos que lo contagiaron.


Aunque la novela tiene una base real, el lector no sabe cuánto se novela esa base. Lo curial es evidente pero a  mi juicio no es lo preponderante. Vean la nómina levítica:

     Vicario capitular, capellán, padre, párroco, curiales, fámulos, familiar, clérigos, domésticos, prelado, paje, su Ilustrísima, obispo, sacerdote, seminarista, padre Prefecto, el Rector, los reverendos Padres, el Jesuita, el Penitenciario, el Maestre de la Cofradía, Jesús (nombre del colegio de los Jesuitas), un hermano inspector, el predicador, los doctos Padres de la Iglesia, el hermano portero, un esclarecido purpurado, el padre espiritual, los canónigos, el confesor, el lego, la clavaria, el cuestor de estudios, el deán, el abad, los monjes, los frailes, un beneficiado…

  

La piadosa sección femenina conventual o la del siglo, representada aquella por las especialidades pasteleras de cada orden, sería: Las clarisas de san Gregorio, las del convento de la Visitación, las Verónicas, las de Santiago el Mayor, las madres de san Jerónimo…


Todas compitiendo entre sí y con las seglares de la Juventud Católica, Hijas de María, Camareras del Santísimo, la Junta de la Samaritana … a propósito de mesas petitorias, actos sacros, etc.


Lo prevalente del libro es tanto su forma como su fondo. Está escrito con una suerte de primor, elegancia y, belleza en suma, que libera al lector de la preocupación de conocer el significado del universo de palabras desconocidas que tropieza, si bien sean conocidas por el diccionario. No es imprescindible tal conocimiento porque suelen ser redundantes o de las de a mayor abundamiento. Eso sí, también inventa palabras. Yo me he entretenido en recolectar 27 que no están en el Diccionario de la Real Academia.


Por cierto, su paisano Azorín, desde su sillón de académico propuso a nuestro autor para ingresar en la Academia de la Lengua, pero no lo consiguió. Al parecer le faltó el apoyo de los conservadores. Como réplica, el propio Azorín dejó de asistir a las sesiones académicas.


La culpa fue, precisamente, EL OBISPO LEPROSO. Los conservadores, acompañados especialmente de los Jesuitas, decidieron que ese libro representaba un ataque frontal a su institución y lo borraron del mapa.


El motivo o pretexto puede que fuera lo que el autor relata en el capítulo titulado Jesús y el hombre rico. Copio: