Estás en: Rafael Montesinos

QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO

                                                                                                                                        Pgs. 1   2   3


Y luego, el primogénito. Le vino con un Premio bajo el brazo. Yo no quiero meter la cizaña de "Al este del Edén", pero lo del primogénito nos ha pasado a todos. Todo nos lo cuenta nuestro poeta en El tiempo en nuestros brazos. Su Primer soneto a mi hijo lo podría haber titulado "Soneto a mi primer hijo":


        Me miras, hijo, tal si me mirara

        yo mismo desde aquella infancia pura.

        Regreso en ti, renazco en la hermosura

        de aquella edad por tu mirada clara.


Es la dicha de la vida nueva pero sigue siendo el ritornelo de la vuelta a la infancia. También la reflexión del llanto adulto reflejado en un lloro de niño. Termina su manriqueña Canción de atardecida:


        Mi niño llora en su cuna

        lo que yo en mi corazón.

        Dichoso el dolor que sale

        al dolor.


No me resisto a traer desde La verdad y otras dudas esta bellísima y simpática Canción del Guadarrama:


        Por el río Guadarrama

        baja un barco de papel ...

        y una rama.

        El barco es de Rafael;

        la rama, del pino aquel,

        que no se cómo se llama.

        Sus ojos niños preguntan:

        -¿Cómo se llaman los pinos?

        Yo contesto:

        -Montesinos,

        pues en el monte se juntan.

        Y el niño me dice:

        -No,

        que no soy un pino yo.


Toda la obra de Rafael Montesinos está escrita, pues, en Madrid si bien con claras resonancias andaluzas. Testigo de cargo, su Epitafio, en De la niebla y sus nombres: He vivido cuatro días; / tres no fueron sevillanos. / Llevadme a la tierra mía.


Para resaltar esta circunstancia quisiera traer a colación dos poemas, que no sé si son metamorfosis uno de otro, el que titula Fábula del limonero de Canciones perversas para una niña tonta, y su contraparte, titulado Biografía completa, dedicado a Gerardo Diego y hallado entre la correspondencia de nuestro poeta con José Gª Nieto. En el primero leemos:


        Debajo del limonero,

        la niña a mí me decía:

        Te quiero.


        Y yo me puse a pensar

        que era mejor la corteza.

        Tiré las migas de pan.


        Debajo del limonero

        la niña me dio su beso

        primero.


        Y juntos vimos caer

        los limones por el suelo,

        cerca del amanecer.


        Debajo del limonero,

        la niña me dijo un día:

        Me muero.


        Y ya no sé adónde ir,

        que el limonar me recuerda

        la gracia de su perfil.


En Biografía completa (A Gerardo Diego), nos dice:


        Hubo una vez un poeta

        que llevaba por el mundo

        sus ilusiones a cuestas.


        Y como en todo creía,

        en contra del corazón

        las cosas se le volvían.


        Después se puso a pensar

        que era mejor la corteza

        (tiró las migas de pan),


        "Que me quiten lo bailado",

        dijo el poeta al morirse.

        Y se volvió al otro lado.


Obsérvense las connotaciones machadianas de la última estrofa, con lo que dice Antonio Machado que dice Juan de Mairena que dice Abel Martín cuando muere, tal como se recoge en los Epigramas de Mairena:


        Pensando que no veía

        porque Dios no le miraba,

        dijo Abel cuando moría:

        Se acabó lo que se daba.


Hay otra cuestión que me interesa. La de la música en Rafael Montesinos: “La voz de su Amo”, como constante en su memoria. Y el poema Adagio lamentoso de El último cuerpo de campanas, con Chopin, Mozart, Beethoven, Tchaikowsky y Wagner. Pero echo de menos a alguien.


A Schubert, y a sus lieder, muchas de cuyas letras le fueron inspiradas por Heine, tan admirado por Bécquer como por Montesinos. Es decir, como si el poeta alemán hubiera compuesto coplas, soleares y fandangos ... a su manera.


La soleá es una composición poética culta que pasa al pueblo o que desde éste es tomada por el poeta. En fin, nunca se sabe. Manuel machado dijo al respecto: Hasta que el pueblo las canta / las coplas, coplas no son; / y cuando las canta el pueblo / ya nadie sabe el autor.


En la obra de Montesinos abundan las soleares. Voy a traer como muestra tres de ellas. La primera, titulada La primavera, de El tiempo en nuestros brazos. Las otras dos se titulan Soleá y están incluidas en El último cuerpo de campanas:


        Dime de qué te conozco,

        ancha alegría que llegas

        al pecho donde me ahogo.


        Siempre dudando, y no sé

        si no seré la primera

        mentira que olvidaré.


        Buscaría aquellas piedras,

        y en aquel mismo camino

        tropezaría con ellas.


No quiero terminar sin una referencia a la prosa de Rafael Montesinos. Hay que recordar que su segundo Premio Nacional de Literatura lo obtuvo por una obra en prosa. Y tiene varias dentro de su producción, tales como: Los años irreparables; Elegía para dos en De la niebla y sus nombres; varios fragmentos del Cuaderno de Alájar, etc.


Su prosa tiene, como su poesía, la impronta de su niñez. Pero siempre elaborada con suma inteligencia e imaginación elegante. No se limita a leer, ya grande, el libro de actas de su infancia, que sería como publicar su diario íntimo de entonces.


Unas veces genera situaciones a la manera del Bécquer de las Leyendas (el perro muerto que se sacude su tierra para ir en busca del amo, al cabo de los años, que es algo parecido a lo que hace consigo mismo el propio Montesinos).


Asimismo puede mezclar como recuerdo actual, lo que detrás de la niebla creyó saber, no porque nadie se lo contara, sino porque él lo escuchaba (no necesitaba esconderse porque de puro niño pequeño resultaba transparente a los adultos) de boca de los mayores y luego lo interpretaba y reelaboraba a su manera.


Total, su prosa, una delicia.




Mi presentación en la Tertulia ARCO POÉTICO.





ANTERIOR                            

PAG. 3 / 3