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Prosigue nuestro teólogo su artículo afirmando que

La reforma no se inicia con Lutero, sino que tiene sus raíces profundas en los decenios anteriores. Y de manera especial en España, iniciada entre otros muchos movimientos por los franciscanos, por hombres como Pedro de Villacreces … san Pedro de Alcántara …

Le faltó añadir a San Pedro Regalado, sucesor del primero. Efectivamente, dos hombres piadosos y santos reformadores de su orden con una reforma que aplicaron después a sus nuevas fundaciones (la reforma de la estricta observancia). El segundo era además muy admirado por toda la gente por sus virtudes vinculadas a la oración y acompañadas de efectos de levitación, ubicuidad y transporte aéreo con propulsión angélica.


Pero también le faltó añadir que esas reformas franciscanas no tenían nada que ver con la reforma que planteó Lutero. La reforma a la española era de índole personal rayana en la ascética individual. En cambio la luterana, cuestiones teológicas aparte, se interesaba más por la ética social (lo de sacar el dinero a los pobres creyentes; la abundante fortuna vaticana, etc.).


Pretender que las raíces profundas de la reforma luterana están en la reforma a la española vale tanto como decir que la técnica ferroviaria MAGLEV de levitación magnética tiene su raíz en la levitación de San Pedro de Alcántara andando sobre las aguas del río Tiétar.

Después vendrán las figuras cumbre de Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús. Con el término <<Contrarreforma>> se designa todo el esfuerzo hecho por los católicos, sobre todo a partir del Concilio de Trento, por frenar, contrarrestar y superar las consecuencias del luteranismo.

Efectivamente, La Compañía de Jesús que fundara San Ignacio se batió a fondo en el Concilio de Trento, primero en el campo de batalla teológico y después de él a fin de recuperar para el catolicismo a protestantes que se habían inclinado hacia Lutero en Alemania. Estas batallas se llevaban muy bien con el espíritu militar del fundador, un espíritu de lucha contra los disidentes y contra el infierno.


Para que vean que no exagero en mi apreciación de la beligerancia ignaciana, tomaré unos versos de la notable marcha épica que es el himno de San Ignacio:

MARCHA DE SAN IGNACIO

Fundador

sois Ignacio y general

de la Compañía real

que Jesús

con su nombre distinguió.

La legión de Loiola

……


Ya, voces escúchanse

de trompas bélicas.

El santo ejército,

sin tregua bátese

……


Yo oí por primera vez  este himno el año 1951 en una visita al santuario de Loyola, pero ya en los años 1940 había conocido a un jesuita muy famoso que animaba a sus juventudes a apedrear las capillas protestantes que por entonces empezaban a aparecer por Madrid.


Mirando con lupa la letra del himno sorprenden los versos “que Jesús con su nombre distinguió”.

Sabemos que Jesús distinguió a San Pedro con el Primado de su Iglesia (Mat. 16, 18) pero, al menos yo, no sabía que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se había adelantado 1520 años a la historia para otorgar a San Ignacio una distinción tan notable.


¿Quién era Lutero? Se pregunta nuestro autor teólogo. Nos lo explica exhibiendo su curriculum profesional impecable, muy amplio y valioso. Seguramente, si el cazatalentos de Pio X lo hubiera fichado para su causa, todo habría cambiado. Pero no hubo tal; las posturas de ambos, Papa y Lutero se encastillaron. Este último se acercó a la desesperación preguntándose

<<¿Cómo lograr tener un Dios benévolo conmigo pecador>>; <<¿Cómo alcanzar mi justificación ante él?>>.