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LARRA, su tiempo y el nuestro

PREÁMBULO

No estoy muy seguro de que lo que voy a hacer con alguno de sus escritos fuera del agrado de Larra. Ya lo he hecho con otros autores que no han podido protestar y por tanto, me he quedado sin saber su reacción. Tal ha sido el caso de mis ACOTACIONES al libro Escrito en España de Dionisio Ridruejo, o de lo que llamé RECONSTRUCCIONES, a la obra de Gracián.

Al enfrentarme ahora a la de Larra en el bicentenario de su nacimiemto, tropiezo con que el propio Larra la emprende contra los que él llama refundidores, aquellos que dan nueva forma y disposición a una obra de ingenio, como una comedia, un discurso, etc, con el fin de mejorarla o modernizarla.

Con ironía y gracia se despacha a gusto en el artículo que titula A cada paso un acaso o El Caballero. En él cita a juicio al atrevido refundidor para inquirir qué derecho cree tener para apoderarse de la primera comedia antigua que se le presenta y para adherirse, como planta parásita, a la gloria de un autor difunto. Se está refiriendo a la comedia El Caballero de Agustín Moreto, de resonancias muy queridas para mí, más que por la propia obra, por su autor.

Andaba yo por mi Bachillerato y se cumplió la costumbre de todos los años por Sto. Tomás. Desbordantes festejos estudiantiles con su clásica carrera ciclista, partidos de futbol y baloncesto, comida campestre y teatro. Éste, a cargo de los mayores, los de 7º, en el excelente teatro de la ciudad, recién estrenado. Trajes de época, naturalmente, y El lindo Don Diego en escena. El protagonista, un muchacho que ya apuntaba buenas condiciones de Don Juan, confirmadas con el tiempo. Todo ello a mí me impactó por aquellos tiempos de mi adolescencia y juventud.

Mi inseguridad ante Larra se debe a que no sé hasta que punto voy a hacer méritos ante él para que me convoque al tribunal de su crítica. Lo que voy a hacer, más que nada, es traer al presente sus cosas de ayer para contemplarlas a la manera que a mí me plazca en función de las circunstancias que yo crea de interés.

Con ello no voy a hacer sino lo que a nuestro autor, tan independiente y libre de ataduras le hubiera gustado, aunque no siempre lo consiguiera. El primer artículo que he elegido es un buen ejemplo de lo que quiero decir.

El refundidor que Larra denuesta es el malo, el que se hace flaco servicio a sí mismo y al autor original. Reconoce  la necesidad de refundidores buenos que hoy tendrían su equivalente en los adaptadores de guiones cinematográficos, que a su vez se dan en dos variantes. Una cosa es adaptar al cine, p.e un Episodio galdosiano, y otra, adaptar a la dirección de una película, el guión tal como salió de las manos del guionista.

Por lo demás, Larra se muestra como un excelente crítico (teatral en el caso de la comedia que se menciona).

Un aviso para el lector, por si lo hubiera o hubiese: El texto original de Larra queda desplazado hacia la derecha, mientras que mis connotaciones están alineadas a la izquierda.


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Da la impresión de que Larra escribe en broma, con ironía. A mí me gustan mucho esas dos cosas, pero lamento anticipar que me voy a tomar sus escritos en serio. Tiene un estilo muy a lo Luciano de Samosata que a su vez inspiró a escritores de mi predilección tales como Erasmo, Voltaire, Quevedo o el mismo Cervantes.


(1) No sé si cuando escribía Larra había principios en los escritores; se puede pensar que lo ponía en duda. Hoy, en cambio, no hay ninguna duda. La diferencia es que hoy todo se sabe, y además, enseguida. Estamos demasiado acostumbrados a ver a un determinado periodista que hoy defiende unas ideas en un medio y dentro de quince días defiende las contrarias en el otro medio al que se ha trasladado.

(2) En términos generales yo he de decir por mí, que quien no escribe para sí no escribe para nadie. Escribir para sí quiere decir haber reflexionado, madurado, digerido algunas ideas, no precisamente pensando en quienes las van a recibir, sino en uno mismo. Si luego gustan a los demás, mejor que mejor, pero si no me gustan a mí, difícilmente puedo esperar el agrado de los demás: mejor me autocensuro.



Sin embargo, pensar en los lectores cuando se escribe tiene una consecuencia positiva importante: la de exigir una buena redacción (¿me entenderán así lo que quiero decir? ¿estaré siendo un plomo?)

Claro, estoy dando por supuesta una premisa que no he explicitado. Y es que lo que se escriba tenga algún interés. Si yo soy un tipo vulgar a quien sólo interesan las vulgaridades, no podré enojarme si mis escritos no alcanzan a la gente culta.

En definitiva, es esto lo que da a entender Larra cuando se refiere a ciertos hombres. Efectivamente hay Memorias de ciertos hombres que son infumables: porque están mal escritas, porque no transmiten nada de interés o porque están confinadas a ámbitos demasiado particulares. Otros autores, en cambio, te ofrecen sus recuerdos con amenidad, con proximidad, con despliegue de experiencias históricas, humanas, etc. y resultan deliciosas. En esta línea recuerdo ahora mismo las de los académicos Fernando Fernán Gómez y Francisco Ayala.

Yo mismo tengo publicada una cosa que titulo Antropología de la vida cotidiana en la que recojo lo que podrían ser anécdotas o circunstancias interrelacionadas en el recuerdo. Las he recopilado para mi propia satisfacción y porque pienso, como subproducto, que pueden tener cierto interés para los demás. Me dio la idea el recuerdo de un programa de TV que seguí hace muchísimos años en la BBC cuando residía en Inglaterra. Dirigía el programa nada menos que Peter Justinov.


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La alabanza, o que me prohiban  ste

Suponiendo que se escriba con principios (1), se puede escribir después con varios fines. O se escribe para sí, o se escribe para otros. Descifremos bien esto. Lo que se escribe en un libro de memorias se escribe evidentemente para sí. De modo que un souvenir es un monólogo escrito. No diré  precisamente que sea necio el decirse uno las cosas a sí  mismo, porque al cabo,  dónde habían de encontrar ciertos hombres un auditorio indulgente si no hablasen consigo mismos? (2).