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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1    2     

ARGUMENTO


Cuando antes hablaba de la soltura de las paternidades apuntaba al fundamento que late en las tres novelas de Concha Espina a las que me he referido: La paternidad dura un suspiro, la maternidad, nueve meses y las consecuencias, toda una vida.


A es un mozo recio y con posibles. Festeja a I y se va a casar con ella. Ésta es una chica corriente de bellos ojos verdes.


En una romería A conoce a la forastera M con la que se casa después de dejar a I.


El matrimonio tarda cinco años en tener su primer hijo, S.


Una mañana, al poco de nacer S se hoye fuera de la puerta de entrada a la casa, el vagido de una criatura.


El matrimonio recoge el niño al que llamará J y que dormirá sus ojos verdes en la misma cuna que S. “Tanto se asemejan los dos nenes, que sólo la madre distingue al suyo del pobre desconocido”.

Con estos antecedentes ya puede imaginar el lector todo lo imaginable que corría la voz por el pueblo de la acción.

S llora más que J. Una mañana la madre coge a su hijo para tranquilizarlo; se engríe con su robustez; es más fuerte que el otro, se dice. Al acariciarlo nota sobre el pecho ancho y saliente algo extraño y monstruoso; justo allí donde creyó hallar fortaleza y reciedumbre.


El médico pregunta a M: Este niño, ¿es el tuyo? Pregunta que enlaza con el siguiente diálogo:


-Éste es el Jayón.

-Ya me lo figuraba. Porque tú y A sois robustos y normales y este pobre es raquítico: tiene una curvatura angulosa en la columna vertebral, lo que llamamos vulgarmente giba (escoliosis osteopática).

-De modo que es jorobado.

-Eso mismo.

-¿Y no lleva remedio?

-Ninguno, le pondríamos un aparato, le mortificaríamos, y el chico no se enderezaría. Su lesión es innata, producida acaso por herencia, acaso por un golpe que sufrió la madre por una presión nociva durante el embarazo clandestino.


El siguiente cuadro explica el cambio de niños que M produce en el diálogo con el médico. Sólo ella será conocedora de tal cambio; ni el médico será consciente de ello.

1.-Estado de salud de los niños casi recién nacidos, antes del diálogo.

2.-Nombre de los niños con su identificación.

3.-Estado de salud de los niños casi recién nacidos, después del diálogo.

San Vicente era cabeza de partido judicial y tenía Registrador de la propiedad. Vivía en uno de los chalés que había frente a la bahía. Era más bien bajo y de pechos espaciosos. Su compostura llamaba mi atención de niño. Más tarde, cuando en el Bachillerato leíamos  La Araucana, de Alonso de Ercilla, siempre me acordaba del registrador en el retrato que el poeta hacía de Lautaro como de anchas espaldas, pechos espaciosos. El indio chileno no era bajo, pero el registrador era jorobado.

Han pasado los años; los niños han cumplido ya 11: S, sano; J sobrevive a duras penas, enfermo. Una mala tarde de un soleado día de diciembre, el padre decide llevarlos con él a lo alto de la montaña para volver a la mañana siguiente después de la experiencia de “dormir en una confortable cabaña, beber la leche espumosa, recontar los ganados y gozar de los bravíos paisajes”.


Al tercer día regresan. Pero sólo A y S; J ha quedado muerto en el monte, acunado en la nieve de la feroz tormenta que se desató de forma imprevista. Se perdieron, se hundió la cabaña y toda la naturaleza pareció conjurarse contra los expedicionarios. Una tempestad de nieve, agua, frío inclemente, soledad y oscuridad es descrita por nuestra autora con dramatismo estremecedor.


Los días de ausencia sobre la alta tierra firme son comparables a los que describe Shakespeare en su drama La tempestad a propósito de una situación análoga vivida en alta mar. Copio de otro lugar de mi sitio web:


"Parece que las nubes quieren arrojar fétida brea, y que el mar, por extinguirla, sube al cielo".


Todo el pueblo esperaba en tensa angustia. Pero sobre todo, dos mujeres: M e I. Que el lector extraiga las conclusiones que le parezcan oportunas.