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Termino el capítulo de retratos recordando el romance en que pinta a Dámaso Santos, el periodista que compartía tabique con mi familia en la Plaza del Olivo.


Gerardo Diego era generoso con sus amigos y a todos o los retrataba en versos o les dedicaba sus poemas. Eran sus contertulios del Casino Numancia, el foco culto-aristocrático de la ciudad: Un director de periódico, Dámaso Santos; un banquero, Epifanio Ridruejo; un arqueólogo, Blas Taracena; un abogado, Mariano Granados; un dentista, Mariano del Olmo (padre de mi amigo Dindi), además de los ya mencionados profesores y profesionales de otras disciplinas.


No andaba yo descaminado al juntar en Soria a estos mis tres poetas. Desde Santander escribe Gerardo Diego el poema Bécquer en Soria que acaba así:


        Poetas andaluces

        que soñasteis en Soria un sueño dilatado:

        tú, Bécquer, y tú, Antonio, buen Antonio Machado,

        que aquí al amor naciste y estrenaste las cruces

        del dolor, de la muerte

        ..............................

        también, como vosotros, subí a Soria a soñar.


Como ya dije, Gerardo Diego no nació al amor en Soria, pero fue allí donde escribió el poema El sueño, que es un dechado de lirismo:


        Ya estás dormida. Ya sube,

        baja tu pecho,

        y el mío al compás del tuyo

        mide el silencio,

        almohada de tu cabeza,

        celeste peso.


Calatañazor siempre estuvo en boca de los chavales aprendices de historia, como juguete poético: Fue donde Almanzor perdió el tambor. El Calatañazor del páramo sabinar donde rompen los vientos helados y donde se fabricaron hermosas capas pluviales con hilo de oro. El poema del mismo nombre lo remata Gerardo Diego de esta guisa:


        Por la barranca brava,

        ay, y cómo rodaba,

        juguete,

        el atambor.


Y su último juguete infantil, San Baudelio de Berlanga. Tan juguete, y tan infantil, que yo lo tomé una vez como ejemplo de pura poesía infantil. Es tan delicioso, que entonces se me escapó el trasfondo que tenía. Su forma venció, en mi apreciación, al fondo que de hecho yo conocía por haberlo oído comentar a mi padre.


S. Baudelio es una ermita románica soriana muy antigua cuyo interior estuvo decorado con unas pinturas extraordinarias para su época. Tan atractivas eran, que cierto judío multimillonario americano las trasplantó a los EE.UU.


Representaban escenas del Paraíso, y en todo caso, orientales. Gerardo Diego juega con mucha habilidad a darnos la noticia como transcripción de la conversación de un niño con su madre: ésta, escéptica y condescendiente, cree que el niño le está relatando un sueño ilusorio, mientras que el pequeño pone todas sus fuerzas, muy serio, en hacer presente algo que lo fue para él pero que ya no lo es para ninguno de los dos. Lo reproduzco completo porque es una pequeña joya:


        -Que no.- Sí, madre, que sí.

        Que yo los vi.

        Cuatro elefantes

        a la sombra de una palmera;

        los elefantes, gigantes.

        -¿Y la palmera?- Pequeñita.

        -¿Y qué más?

        ¿Un quiosco de malaquita?

        -Y una ermita.

        -Una patraña,

        tu ermita y tus elefantes.

        Ya sería una cabaña

        con ovejas trashumantes.

        -No. Más bien una mezquita,

        tan chiquita.

        La palma me llevó el alma.

        -Fue sólo un sueño, hijo mío.

        -Que no, que estaban allí,

        yo los vi,

        los elefantes.

        Ya no están y estaban antes.


        (y se los llevó un judío,

        perfil de maravedí.)


Mención especial merece el poema por excelencia de Gerardo Diego. El dedicado al ciprés de Silos, el enhiesto surtidor de sombra y sueño, que no reproduzco por ser de conocimiento universal. Está recogido en Versos humanos junto al Nuevo cuaderno de Soria.


Francisco Javier Díez de Revenga pone en boca de Inés Tudela, la hija de Pepe Tudela, lo siguiente: "La Semana Santa de 1922 la pasó Gerardo en Silos con sus amigos: Ángel del Río, Virgilio Soria y mi tío. El poeta, inquieto y fascinado por el ambiente monástico, se levantó de noche a pasear por el claustro. Después, en la habitación, leyó y comentó con mi tío el hermoso poema Al ciprés de Silos.


En 1935, ya en Santander, Gerardo Diego escribe el soneto El ciprés de Silos (ausente) que publica en Alondra de verdad, en 1941. Termina así:


        Quiero vivir, morir cantando,

        y no quiero saber por qué ni cuando:

        Sálvame tú, ciprés, cuando me aleje.


Al morir Gerardo Diego, el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón le ofrece la sepultura contigua a la suya para plantar un ciprés que le vele, junto a una placa con estos sus Versos divinos:


        Ya me tienes vaciado

        vacante de fruta y flor.

        Desposeído de todo.

        Todo para ti, Señor.


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