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En su Romance del Duero pone Gerardo Diego el dedo en la llaga de una realidad que por serlo, evidencia toda la inspiración que el famoso río ha sugerido a los poetas: no es un río urbano como los de Zaragoza o Sevilla. La ciudad le da su espalda; sólo los enamorados y los poetas acuden a su encuentro.


        Río Duero, río Duero,

        nadie a estar contigo baja,

        ya nadie quiere atender

        tu eterna estrofa olvidada,


        sino los enamorados

        que preguntan por sus almas

        y siembran en tus espumas

        palabras de amor, palabras.


El Romance del viento es un desahogo del poeta frente al malpasar que a los sorianos y visitantes infligen los turbiones de Urbión y el Cierzo del Moncayo. Le salió torcida su malaventura. Hoy, la energía eólica le salió al paso para llenar de aspas las cuerdas que escalonan las laderas del Moncayo.


        Viento que el Urbión desata,

        que el Moncayo nos envía,

        cuando la mañana asciende

        cuando la tarde declina.

        ...........................

        Seas maldito. Molinos

        no diviertan tus fatigas.

        ..........................


Tiene Gerardo Diego un poema dedicado a la estación de Soria. Las estaciones, los trenes y las vías del ferrocarril son cosas que se prestan mucho a la poesía. Supongo que se trata de la estación de Cañuelo (yo llegué a conocer la otra, la estación vieja), a juzgar por el complemento del viaducto, el de los suicidas, que está en su antesala según se viene de Madrid. Lo termina así:


        Estación de la paz. Viajes beatos

        de luminosa, inmarcesible estela.

        En mi álbum de paisajes y retratos

        los vuestros guardo en múltiple acuarela.


Pepe Tudela es uno de los retratos personales mejor logrados de Gerardo Diego. Doy fe de ello porque lo conocí. Y más a su hijo, que era de mi generación, se llamaba igual que el padre y era como él alto, un tanto desgarbado, flaco y andador a zancadas presurosas. Los recuerdo subiendo por la calle Caballeros hacia la casa que habitaban en verano (paredes blancas y esquinas sillares), la última que se veía desde la mía por merced de la singular edificación del Banco de España. Al padre, yo lo recuerdo peripatético, Dehesa abajo, en compañía de Ortega, Julián Marías y Zaragüeta.


Tudela era archivero en Segovia donde había cuajado otro grupo amistoso presidido por Antonio Machado. Tudela nos traía (dice Gerardo Diego) las últimas noticias de Machado. Un pariente de Epifanio (Ridruejo, contertulio de Gerardo Diego en el Casino Numancia), el futuro poeta Dionisio Ridruejo, iba a ser alumno de D. Antonio allí, en Segovia.


En el retrato de Tudela leemos:


        La Dehesa estrena el verde de su sayo.

        ...................

        Una silueta aguda de pronto se revela

        -esbelto canon gótico- Dije: ese es Pepe Tudela

        ...................

        Bermeja y satinada le ardía la mejilla

        del color que la piedra toma al sol de Castilla.

        ...................

        Su habla tenía un dejo agudo de honradez franca,

        como el de D. Miguel, rector de Salamanca.


Hay también más retratos en Soria sucedida. Curiosamente, muchos de ellos con nexos machadianos. Mariano Íñiguez quedó retratado por Gerardo Diego. Era el cirujano que compartió pensión con Machado a la llegada de éste a Soria. En el soneto gerardiano se alude al hijo pequeño de aquel, a quien yo conocí después como Ingeniero de Caminos y Alcalde de la ciudad. Dice así su último terceto:


        y aunque libre y rebelde a toda secta,

        se le humanizan tiernos los sentidos

        viendo crecer al hijo de ojos claros.


Más retratos a otros amigos de Antonio Machado: A José Mª Palacio, el "buen amigo"; a Pedro Chico, profesor de Geografía (que lo había sido de mi padre y a quien yo alcancé a visitar en Madrid en 1949).


El retrato que Gerardo Diego hizo de D. Santiago Gómez Santa Cruz (el Abad que decía la Santísma, según nuestro poeta, y tío de mi amiga Purita), es sólo comparable al imponente retrato de cuerpo entero que le hizo el gran pintor Enrique Gª Carrilero, padre de mi amiga Carmencín. Y los versos dedicados al arquitecto J. Mª Barbero, el padre de mi amiga Merche (claro, ambas amigas).


Y qué decir del soneto-retrato dedicado a Antoñita Izquierdo, la hermana pequeña y mucho más joven que Leonor, la esposa de Machado?


En 1975 publica Gerardo Diego en el diario Arriba un artículo titulado El recadero. En él recuerda sus años de Soria y cómo Antonio Machado le utilizaba para tener noticias de su cuñada (a la que Gerardo Diego conoció en 1921 cuando empezaron a ensayar El vergonzoso en palacio de Tirso de Molina). Añade Gerardo Diego: era un encanto constante verla, escucharla en los ensayos decir los versos primorosamente y lucir su mímica y su despejo. Antoñita preguntaba: ¿Vuelves?


Antonio volvió a Soria, pero ya había muerto Antonia. Lo dice Gerardo Diego en sus tercetos:


        Yo llevaba recuerdos en mis viajes

        de Antonia a Antonio. "¿Vuelves? Quiero verte",

        y regresaba rico de mensajes,


        de cariños, de asombros, de preguntas.

        Pocos años después volvió la muerte

        a repetir la hazaña: las dos juntas.




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