QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Yo tuve relación con el conocido economista Funes Robert con ocasión de una conferencia sobre economía que dictó en el IIE invitado por nuestro Comité de Inventiva y Creatividad. Pasó el tiempo y un día recibo un estudio suyo interesándose por mi opinión. El asunto que trataba me hizo pensar que se había pasado del campo de la economía al de la teología, y ello animó mi curiosidad. Lo que sigue es mi carta-respuesta a ese envío. Antes de publicarla ahora en mi sitio web he indagado sobre los movimientos de mi amigo descubriendo que sigue en la brecha de lo económico: en la última ocasión, arremetiendo contra las dos férreas damas que todos conocemos: Thatcher y Merkel. Y precisamente por sus connotaciones teológicas: su raíz protestante.





                                                                                                                                             Madrid, 3-9-2005

Asunto: sobre la malicia del hombre y sus causas


Querido Manuel:

     Permite que primero me excuse por mi tardanza en contestarte. Tengo esto escrito desde hace más de dos meses pero hasta ahora no he dispuesto del ordenador.

     En segundo lugar, gracias por haberte acordado de mí ante una cuestión tan importante. No tengas duda de que con ello has aumentado mis crecientes ganas de ser.

     Quiero después confiarte mi asombro ante el poder de la casualidad. Hace unos 25 años escribí un soneto que titulé Al Dios de mi pensamiento y del que entresaco tres versos de sus dos tercetos:


¿Cómo mezclas lo ruin con lo elevado?

Lo grande y lo pequeño que percibo,

¿qué son en este mundo inacabado?

     

Si me quedo con ellos, me fascina constatar que ahora, en el transcurso de una semana, y de forma inesperada, recibo dos comunicaciones, la tuya que se refiere al primer verso, y la de un amigo también ingeniero, que lleva gastados al menos sus últimos 25 años en desarrollar una teoría cósmica que, sin pretenderlo, responde precisamente a los dos últimos versos.

     Volviendo al fondo de la cuestión de tu estudio, he de decir que en términos generales estoy de acuerdo con él, pero haciendo algunas matizaciones. Comparto tu tesis de la importancia que tiene en el hombre su ansia de ser, y la incertidumbre sobre su propia esencia. Antonio Machado lo expresó muy bellamente: “¿Conoces los invisibles / hiladores de los sueños? / Son dos: la verde esperanza / y el torvo miedo”. También Tácito (12, Libro II de sus Anales) se refiere a la esperanza y al miedo como los firmes pilares en que verdaderamente se apoyan incluso quienes al exterior aparentan fingida sinceridad.

     Para mí esa importancia es sustancial, de manera que no se limita a la relación entre el bien y el mal. Creo que lo abarca todo: es lo que determina, lo que fija la posición del hombre en este mundo. Sería algo así como el equilibrio entre las fuerzas centrífuga y centrípeta que afecta a la piedra de una honda, a los satélites artificiales o naturales, o a los planetas, y que mantiene a cada uno en su órbita.

     Ese equilibrio es el debido a una criatura tendente insaciablemente a una plenitud que aquí  no encuentra. Al percibir que esa tendencia no halla respuesta, se siente invadido por una duda existencial que se resuelve, según los casos, en hacer el bien, en hacer el mal, o en ir tirando.

     Me llama la atención asimismo que relaciones con la teología una cuestión puramente filosófica.

     Para mí, la diferencia entre filosofía y teología es, dejando de lado el ámbito a que mira esta última, que la primera no tiene pretensión de seguridad y la segunda sí. Una es reflexión abierta y la otra, petrificada. No sé si será esa la razón por la que Juan XXIII, según se dice, salía huyendo cuando veía venir a un teólogo.

     Pero hay que añadir que la teología no es ya lo que era. Por motivos que no vienen al caso (pero que no tienen nada que ver con Lutero) he tenido que hacer estos días ciertas averiguaciones sobre la Bula de la Santa Cruzada, desde sus orígenes a mi propia experiencia en el siglo XX pasando por el siglo XIX.  Resulta de vergüenza ajena lo que se puede leer sobre preceptos e indulgencias, lo que podríamos llamar los toma y daca teológicos.

     Esto es sólo una anécdota. En mi parroquia, el párroco nos enseña que la virginidad de María consiste en que era pobre. El pauperismo (una forma del feísmo que invade el arte, la moda y al conjunto de la sociedad) se ha colado en la teología.

     Igual que lo políticamente correcto. Como resulta que el poder es perverso y corruptor, y el poder absoluto corrompe absolutamente, el cura que nos recita el Credo por partes esperando la respuesta de sí o no como Cristo nos enseña, nos propone creer en Dios padre todobondadoso.

     Es curioso observar que antes, a los católicos no nos dejaban leer la Biblia para que no la interpretáramos, es decir para que no la mal-interpretáramos. Y ahora resulta que cualquier cura la interpreta, se queda tan fresco y la Jerarquía calla. A veces nos dice que como la Iglesia está formada por hombres -curas incluidos- hay que ser comprensivos, y que sobre todo hay que estar a la altura de los tiempos. Pareciera que los dos últimos ejemplos que refiero dan esa altura.

     Dudo si el Concilio Vaticano II que sirvió para que los curas no dijeran misa de espaldas ha servido también para derogar la legislación de uso interno (mandatos) y externo (derecho canónico) vigente en mis tiempos de juventud y necesitada de revisión.

     Si ha ocurrido tal, no sé si es que no se ha hecho público, o simplemente que yo no me he enterado. O tal vez es que se han incorporado puestas al día añadidas a lo ya existente para evitar una imagen de inestabilidad (tan contraria a la sacrosanta inmutabilidad), y de paso, dejar viejos mandatos en reserva por si hubiera que echar mano de ellos alguna vez.

     Todo esto sigue siendo anecdótico, no obstante. Radical es, a mi juicio, otra cuestión. En el Credo hay dos partes claramente diferenciadas y desequilibradas: La primera reza “Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de  la tierra”. La segunda abarca el resto.

     La primera se escenifica en el Génesis y su relato de la creación. La segunda se enmarca en el Paraíso Terrenal con sus secuelas de pecado, muerte, redención y resurrección, y la Iglesia de por medio.

        Se nos dice que ambos escenarios son una fabulación para que, quienes no estamos a la altura de la teología, podamos al menos acercarnos a una realidad que, doctores tiene la Santa Madre Iglesia para dilucidar (que venía a decir mi catecismo).

     El hecho es que, en cualquier caso, ahí permanece planteado el pecado, la muerte, la redención, la salvación y la resurrección como respuesta al equilibrio de la honda manejada por un hombre que a su vez es objeto de lo proyectivo de su ser y lo inmanente de una criatura mortal.

     Porque si del pecado original se deriva todo lo malo que nos pasa: trabajo -que ahora resulta no ser tan malo-, dolor, enfermedad y al final y sobre todo, lo que está hermanado con la vida, la muerte, no sería bueno preguntarse por qué esto no sólo le afecta a Pepe y a Julia, sino también a otros seres que mueren tales como un gato, una almeja o el pinus pinaster?

     La filosofía se queda perpleja ante el hecho. La teología, no; está muy segura: Parece que la revelación le dice que puede estarlo.


Un abrazo                                  


Jesús de la Peña Hernández