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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1   2    3    4    5

Autosuicidio; 138

Asistimos a un apogeo de vitalidad del formante griego autos-, “mismo” que se prefija a un número creciente de palabras, y cuya expansión comenzó en las lenguas europeas durante el siglo XVIII.

Con este preámbulo inicia nuestro autor una digresión pormenorizada de gramática histórica sobre el prefijo en cuestión para desembocar en lo risible del título del artículo.

Se trata de los vocablos autosuicidio y autosuicidarse, muy traídos y llevados por la prensa con motivo de la sesión en que las Cortes aprobaron la Ley de Reforma Política que decidía su extinción. Así, un influyente rotativo escribía lo que sigue: “[El presidente Suárez] entra en el año nuevo con una imagen notablemente  mejorada, debido a su doble victoria de persuadir a las Cortes franquistas para que se autosuicidasen y …


Por cierto que el redactor daba testimonio de su pulcritud idiomática escribiendo, poco después, esta lindeza: “Se han reunido para discutir los planes para tomar parte en las elecciones para el primer parlamento democrático.”

No recuerdo dónde, pero en algún sitio tengo reseñada la invención de la música de banda por el papá de Pachín, que seguramente era el mismo redactor de la pulcritud de arriba. Iba él con su niño a coger el autobús y se produjo este diálogo:

¿Parará, papá? ¡Parará, Pachín, parará! Con ello quedó consumado el invento.


El DLE dice que suicidarse es quitarse voluntariamente la vida, pero hay redactores de prensa que no lo saben y creen que hay que insistir por encima de la precaria redundancia a la que apuntan estas negritas itálicas subrayadas: suicidarse. Entonces van y, olvidándose de don Manuel de Portugal y su “lo que molesta es la insistencia”, añaden lo de auto. Quizá quisieron decir                                      (muerte de sí mismo) pero no les salió.

Postgraduado; 142

¿Quién diría que, bajo esta palabra con puro “pedigree” latino, yace un anglicismo de pura cepa?

Me limitaré a apoyarme en la esencia de lo que dice nuestro autor, añadiendo un ejemplo.

Al postgraduado no es sólo que le sobra la t para poderse igualar con el vocablo posguerra; es que le basta y le sobra con ser graduado.


Cuando uno se gradúa, queda graduado. Igual que cuando uno se casa, queda casado. Cuando el novio sale de la iglesia o del juzgado y ya ha superado la lluvia de arroz de sus amigos, no ha pasado de ser un casado a ser un poscasado. Con el participio de casado le basta hasta que la muerte lo separe de su pareja o el juez decida otra cosa.


Me pondré como ejemplo aunque resulte feo. Desde 1942 a 1949 (siete años) estudié el Bachillerato y, al final, aprobada la Reválida, pasé a ser graduado como bachiller. Desde 1949 a 1955 (seis años) estudié la carrera de Ingeniero electromecánico que al final aprobé para convertirme en graduado en Ingeniería electromecánica. Posteriormente alguien me presentó a cierto auditorio como “ingeniero electromagnético”, no sé si en consideración al magnetismo con el que debía suponérseme para encandilar auditorios …


Bromas aparte, desde 1955 a 1957 me convertí, milagrosamente, en un postgraduado. ¿Cómo ocurrió tal? Se lo cuento. Me marché a Inglaterra donde existía esa figura académica. La empresa que me acogió, la English Electric, tenia muy buenas relaciones con RENFE donde colegas míos bien situados me avalaron para la transferencia educativa correspondiente.


Como postgraduado estuve todo aquel tiempo en tres fábricas distintas de la Compañía inglesa, siempre adscrito al departamento de educación dentro de la Dirección de Personal. Allí se veló por mi bienestar personal y por el cumplimiento de un programa de prácticas en talleres, laboratorios y oficinas. Para España seguí siendo un graduado.


Dardos a manta; 169

Leo, por ejemplo, que no está aún resuelto el acomodamiento [acomodo] de nuestros atletas en Moscú>

El mismo tipo de error se observa en la noticia que anuncia una rueda de consultaciones [consultas] en Londres y en otra que alaba las concertaciones [los conciertos] hispano-andinas

Y es que hay periodistas que son como niños. Recuerdo a uno que asistía a clase con mi madre que, entre otras cosas, hacía con los chiquillos ejercicios de vocabulario. El crío aquel lo llamaba de vocabulatorio.