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Luis Cernuda en su Centenario


Luis Cernuda (Sevilla 1902 - México 1963) es uno de nuestros más grandes poetas de la Generación del 27.


Sus circunstancias personales marcaron fuertemente su vida y su obra.

A sus 30 años se dirige al lector desde su primera persona, cosa inhabitual en el poeta, para ofrecer un autorretrato físico y espiritual (poema 4º de Donde habita el olvido) que se mantiene vivo siempre ya; fue, efectivamente un guapo mozo que se veía así:


        Yo fui.                 (153)


        Columna ardiente, luna de primavera,

        mar dorado, ojos grandes.


        Busqué lo que pensaba;

        pensé, como al amanecer en sueño lánguido,

        lo que pinta el deseo en días adolescentes.


        Canté, subí,

        fui luz un día

        arrastrado en la llama.


        Como un golpe de viento

        que deshace la sombra,

        caí en lo negro, en el mundo insaciable.


        He sido.


Esperó diez años más para, en La familia, de Como quien espera el alba, darnos una visión estremecedora de la familia que lo engendró y acogió: aquí el poeta se sitúa en primera persona para tratarse a sí mismo en 2ª y 3ª persona indistintamente:


        Suya no fue la culpa si te hicieron                (295)

        en un rato de olvido indiferente,

        ....................................................

        Oh padre taciturno que no le conociste,

        Oh madre melancólica que no le comprendiste.


        Que a esas sombras remotas no perturbe

        en los limbos finales de la nada

        tu memoria como un remordimiento.

        Este cónclave fantasmal que los evoca,

        ofreciendo tu sangre tal bebida propicia

        para hacer a los idos visibles un momento,

        perdón y paz os traiga a ti y a ellos.


Me atrevería a aventurar un doloroso perdón por parte del poeta homosexual que se revela frente a su inevitable origen heterosexual. La lectura de André Gide hacia los 20 años le disuelve su complejo de homosexualidad e infunde firmeza a su personalidad.


Ya es raro que en estas condiciones, y tan dado al uso del hipérbaton en su obra poética, no optara también por un hipérbaton patronímico radical a la manera de como lo ejercieron tanto en sus versos como en su patronímica, eso sí, en tono menor en este caso, los dos grandes poetas de su predilección: Góngora y Becquer. Sabido es que Góngora era el 2º apellido del poeta cordobés y Becquer, nada menos que el 3º del sevillano.

Será oportuno recordar ahora aquellos bellos versos gongorinos asociados al hipérbaton tan querido del culteranismo:


        Nieve hilada, y por sus bellas manos

        caseramente a telas reducida,

        manteles blancos fueron.


O el igualmente hermoso de la famosísima Rima de Becquer Volverán las oscuras golondrinas


        ............................................................

        pero aquellas que el vuelo refrenaban,

        tu hermosura y mi dicha al contemplar;

        ........................................................ etc.


Hago hincapié en este recurso poético, que se da abundantemente en Luis Cernuda (véanse los dos primeros versos de Desolación de la quimera)


        Todo el ardor del día, acumulado                (504)

        en asfixiante vaho, el arenal despide.


y que es raro hallar en los poemas surrealistas que el propio poeta también representa.


En Góngora, el hipérbaton (por cierto, del griego hiper baio, trasladar - de baio, andar -) alcanza a veces cotas de tal complicación que puede llevar a obligar ordenar la sintaxis tal como es habitual, precisamente en griego.


Ya se sabe que en 1927 los poetas celebraron el tercer centenario de la muerte de Góngora. En ese año había publicado Luis Cernuda su Perfil del aire que le deparó, con la excepción de Bergamín, una crítica adversa. En diciembre de aquel año, y en el Ateneo de Sevilla se tiene aquella celebración gongorina en la que Cernuda participa leyendo algunos de sus poemas.


Pero es después, en los primeros años cuarenta cuando Cernuda escribe su poema Góngora incluido en Como quien espera el alba. Se trata de un excelente elogio poético del vate cordobés en el que mezcla algunas críticas a sus detractores. Tal vez al tocayo Cernuda le inspiraba el subconsciente ya olvidado desde 1927.


        Ahora al reducto último de su casa y su huerto alcanzan todavía                (290)

        las piedras de los otros, salpicaduras tristes

        del aguachirle caro para las gentes

        que forman el común y como público son árbitro de gloria.

        Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.

        Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,

        que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos.


                                         


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