QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO


Pgs. 1    2     

LA BIOMASA, una pesadilla de verano

(Artículo publicado en la revista SECOTMADRID, nº 27 de noviebre 2009; fue dado a conocer a la Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid y a la Alcaldesa del pueblo en cuetión. Por supuesto, sin ningún resultado)



El alcalde tuvo que ceder a la presión de los concejales jóvenes, más que nada por lo del voto juvenil cautivo (a los jóvenes hay que darles libertad, nunca cautividad).

Por fin firmó el contrato del espectacular chou de luz y sonido para baile en la plaza del pueblo (los que todavía no saben inglés lo dicen en chino).

Como el baile era para jóvenes, sería de las 12 de la noche en adelante durante los cuatro días de fiesta. Los jóvenes, entre 15 y 45 años; todo muy ecológico, muy respetuoso con el medio ambiente excepto, claro, en lo referente a basura, botellas, plásticos, cristales rotos, meadas, papeles, vomitonas, desperdicios, etc. porque lo natural es que de eso se ocupen luego los barrenderos, que para eso los pagamos. A ver, si no, de qué iban a vivir!

El combustible de la fiesta apenas tenía efectos secundarios de CO2. Había abundante bioetanol en forma de cubatas, gin, whisky y otros preparados de prestigio. A los jóvenes de 15 años, naturalmente, no se les servía alcohol, ni falta que hacía, porque siempre iban acompañados de jóvenes mayores que ellos. Cuando se inicia uno en la juventud necesita tener modelos a quien seguir y en quien inspirarse. Eso lo saben muy bien los padres que también fueron jóvenes no hace tanto.

Para que a las cero horas pudiera empezar la fiesta, los montadores del evento habían trabajado muy duro antes a fin de que el rompedor grupo musical “juventuddivinotesoro.com” lo tuviera todo a punto. Y lo tenía.

Con el eco de la duodécima campanada aún en el aire, comenzó el reparto de los 6.000 vatios de sonido y 18.000 de centellas luminosas sobre la concurrencia que ocupaba, puesta en pie y bien juntita, sólo el doble de la superficie empleada por el grupo musical y parafernalia asociada, es decir 783 m2 en planta, a la intemperie de la plaza mayor.

Un veraneante que se alojaba en esa plaza, uno de esos que siempre hay para meter las narices en cualquier sitio, había sacado aquellos datos numéricos de la boca del maestro de ceremonias que, incluso se fue de la lengua: “Mire usted, esto no es nada. Si se tratara de “El canto del loco”, por ejemplo, estaríamos hablando de 100.000 vatios de sonido y 50.000 de luz”.

El veraneante de las narices que, ya hacía muchos años, había presenciado el espectáculo de luz y sonido sobre la fachada principal del castillo de Chambord, echó sus cuentas sobre la marcha, y se dijo: con los 18 vatios de una de esas lámparas que regala el ministro tengo de sobra para iluminar mi habitación de trabajo. En mi elemental cadena de música oigo mis CDs con 40 vatios, en el umbral de la molestia a mi vecino.

Por cierto, aunque la cosa no tiene que ver con los kilovatios, el de las narices recordó que en el diseño del castillo de Chambord tuvo bastante que ver Leonardo de Vinci. Y añadió para su coleto: “18 frente a 18.000, y 40 frente a 6.000 … Aquí tiene que pasar algo!”. Y pasó.

El maestro de ceremonias, en papel de oficiante afinador había puesto a punto todo lo necesario para que las luces pudieran sembrar sus destellos adecuadamente sobre la concurrencia de jóvenes menores de 45 años, y para que los instrumentos ofrecieran el máximo de sus posibilidades. Son éstas tantas que, cualquiera que se haya manejado con programas de sonido tales como Cool edit pro o Garage band, sabe que es imposible atacarlas todas.

A plena satisfacción quedó la cosa y ya sólo faltaba que el maestro de ceremonias manejara el cotarro según el paso del tiempo lo requiriera y, sobre la marcha. Cinco instrumentos en total: Voz, batería, teclado y dos guitarros, uno bajo y otro tenor. He decidido llamar así a estos últimos porque no sé cómo designarlos. Generalmente se reserva el nombre de guitarra para ese juguete de madera que tenía Andrés Segovia en su casa.

La batería, siempre en manos de ese loco por la música que, con un palillo en la mano está capacitado para dar satisfacción a la biomasa de jóvenes menores de 45 años más exigentes. Desbanca a Manolo el del bombo y le gusta la cosa, tanto a él como a la biomasa juvenil, más que a un tonto un lápiz colorado. Por fin comenzó la fiesta con seis horas largas por delante. Ya se ve que la tarea del maestro de ceremonias es crucial porque de él depende mantener en excitación continua a la biomasa de jóvenes durante todo el tiempo. Pero él tiene recursos sobrados.

He puesto el ejemplo de un solo cantante, pero puede haber varios. Por cierto que, antes a los cantantes se les valoraba la fuerza de su voz; hoy, como es natural, eso ya no tiene la menor importancia por obra y gracia de los controles electrónicos. En cambio se valora mucho la fuerza en los metatarsos (a ver, si no, cómo iban a dar esos saltos que dan) y en sus vértebras lumbares (imprescindibles para ejecutar sus apreciadas cabriolas y contorsiones).

Algunos recursos que recuerda el veraneante de las narices: invasores vapores que, combinados con los adecuados golpes de bombo recuerdan a los rurales del lugar que podrían acercarse nubes de tormenta. Para la biomasa, en cambio, es sólo la señal de transición de una canción a otra, que es aprovechada por los concurrentes para exaltar y gritar mentalmente al divo: Tú (brazo extendido en posición horizontal con mano apuntando como pistola) eres (lo mismo, pero con el brazo girado 45º hacia arriba) divino (brazo apuntando al cielo).

Eso, si hay canción, porque lo que verdaderamente gusta a la concurrencia que bendice la ocasión con los brazos en alto, es la sucesión interminable de los monótonos estribillos ruidosos que emanan de la batería. Si hace falta, se arropa ésta con el guitarro bajo que, excitado al nivel que convenga en cada caso, es de temer.

¿Ustedes recuerdan El tambor de hojalata de Günter Grass en el que un niño raro, cuando tocaba su tambor, rompía la cristalería del aparador? Pues eso no es nada comparado con el destrozo que podría producirse en todas las casas de la plaza si el maestro de ceremonias no fuera un profesional. Él sabe hasta dónde puede llegar, y llega hasta hacer vibrar ostentóreamente, que diría el otro, todos los cristales de ventanas y balcones de la plaza. Si se le fuera la mano un pelín podría pasar … bueno, ríanse ustedes de un atentado terrorista!


                                                                 SIGUIENTE

PAG. 1 / 2