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Esto que muestro ahora es un rimero de rectángulos áuricos colocados al azar después de seguir las instrucciones que di a cada uno de ellos: habían de colocarse de cualquier manera a condición de que al final dijeran algo.


Mientras los instruía no me quitaba de la memoria a Mingote cuando ponía al pie de uno de sus dibujos egipciacos algo así como esto:


- Faraón, ya hemos traído muchas piedras como éstas y no sabemos qué hacer con ellas. ¿Seguimos acarreando más, o qué hacemos?

- ¡Sí, sí, vosotros seguid y las vais amontonando por ahí, que ya se me ocurrirá algo!


Y así nacieron las que luego han sido tan famosas. Pues yo, persiguiendo la fama a mi manera, he creado estos escultóricos montones que enlazan al medieval Fibonaci con la moderna teoría del caos.


Mis rectángulos áuricos (lo áurico siempre da prestigio y proyecta belleza) son de cartulina y se imbrican cada dos según cortes angulados aleatoriamente con sus lados. Después, los planos de ambos rectángulos han de formar un ángulo, también aleatorio, mediante un giro cuyo eje es la línea de corte. Para rematar, una gotita de cola a fin de fijar la posición de giro elegida. Cada rectángulo puede imbricarse con otro solamente, o con varios.


Como se ve, las instrucciones dan mucho juego. Lo normal es que el conjunto se apoye en el suelo en tres puntos. Sería muy raro que se apoyara en un vértice y un lado y más extraño aún si el apoyo se diera sobre dos lados o más.


Los acarreadores egipcios se habrían vuelto locos de alegría de haber podido convertir sus piedras en cartulinas. Sin embargo, mis cartulinas pueden convertirse en planchas de acero para adornar un rincón de algún parque, que peores cosas se han visto.

Pues no queda ahí la cosa, porque del caos pueden sacar mucho partido hasta las esferas. Y si no, miren esa esfera caótica antes y después de sentar su cabeza. Porque, les recuerdo una vez más que, una esfera no es esfera / si no rueda. Y ésta rueda que es una barbaridad.