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ARTEDIECIOCHO

AMAPOLAS Y CÚPULAS

Novia del campo, amapola

que estás abierta en el trigo;

amapolita, amapola

¿te quieres casar conmigo?


Juan Ramón Jiménez

AMAPOLAS PICUDAS

¿Que usted no ha visto nunca antes una de éstas? No se preocupe, yo tampoco. No temamos, por tanto, que alguien vaya a llamarnos ababoles a causa de nuestra ignorancia. Lo advierto porque eso se llevaba mucho antiguamente en Aragón y en su vecina tierra que es la mía.


La amapola ha sido siempre una flor de escaso éxito; por supuesto, nada comparable con la rosa. Sin la rosa y sin los espejos, hoy no existiría la poesía. No estoy seguro de que el hecho de que la rosa supere a la amapola en popularidad no se deba a razones de cantidad más bien que de calidad: Amapola no hay más que una, la de pétalos rojo amapola y los bien centrados estambres y pistilo negro sobaco de grillo.


Sin embargo rosas las hay en una casi infinita variedad de colores y aromas al extremo de que hoy se las manipula genéticamente para conseguir que sus pétalos se conformen en arco iris, cosa que empieza a resultar sospechosa. Desconozco si esto es ya noticia cierta en el Concurso Internacional de Rosas Nuevas de Orleans (no confundir con Nueva Orleans). Habrá que pasarse por allí.


La amapola ha sido siembre una flor modesta que se conformaba con alegrar tristes trigales y adornar los bordes de los caminos, amén de inspirar con su rojo y su negro al famoso novelista francés Stendhal o a la Federación Anarquista Ibérica (FAI) en su antigua sede de la calle de la Libertad, Madrid.


Desde que Plácido Domingo ya no canta a la lindísima amapola y los herbicidas han arruinado su presencia floral entre los cereales, la humilde amapola se ha devaluado tanto que, para sobrevivir ha decidido amparase en la geometría.


Reunida en sesión extraordinaria esta ciencia decidió, por unanimidad, diputar al círculo, al cono e incluso al tronco de cono para que echaran una mano acogedora a la amapola. El resultado, un tanto surrealista, se muestra ahí al lado.

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