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TÍTULO: EL SUEÑO DE PIGMALIÓN

AUTOR: Ignacio Camacho. Es periodista, filólogo y columnista habitual de ABC. Lo fue antes de Diario 16 y de El Mundo. Ha sido distinguido con los premios de periodismo César González Ruano y Mariano de Cavia.

Editado por: Diario ABC, domingo, 3-2-2012. Sección “Españoles”.

Fotografía del artista: Retratos de Álvaro Ibarra Zabala.


Es de alabar la decisión de ABC al presentar, parece ser que una vez a la semana, y no sé por cuánto tiempo, una galería de españoles que merecen el título de ejemplares para sus conciudadanos. No los he visto a todos pero, quedándome con dos de ellos que admiro sinceramente, tengo elementos de juicio suficientes para elogiar la iniciativa. Por lo que he visto, quiero pensar que el criterio de elección es el de la ejemplaridad derivada de la gran sencillez y la mucha valía de los presentados. Insisto en que se trata de españoles ejemplares más que ilustres. Ojalá pueda predicarse esto de todos los que vayan saliendo, de manera que los españoles corrientes podamos sentirnos orgullosos admiradores de otros, tanto como yo lo soy de Vicente del Bosque y de Antonio López.

A propósito de lo que de este último dice Ignacio Camacho, voy a hacer a continuación mis propias reflexiones.

Por cierto, me faltaba decir que este periodista-autor es a  la vez, el que más admiro, con diferencia, de todos los colaboradores de ABC. Creo que hay que destacar en él su claridad de ideas y de juicio, su independencia y la elegancia  con que maneja el lenguaje y sus argumentos cuando escribe. Me alegro de que sea él quien ponga leyenda a nuestros españoles modélicos; sospecho, además, que es él también quien los elige. Y añadiré, por fin, que el fotógrafo tiene asimismo el oficio y la sensibilidad imprescindibles para recorrer junto al autor una leyenda que nos toca y llena de admiración.     

Y sólo quiero añadir que, al releer ahora la biografía de algunos Premios Nobel contenidos en mi colección Los Premios Nobel de literatura (José Janés, Editor; 1956), observo la extrema semejanza de planteamiento que se observa al comparar el tratamiento de la imagen del personaje hermanada con el texto que la arropa, en ambos estudios: el de ABC y el de Janés.

Para que vean lo que quiero decir copiaré un pequeño retazo de la Biografía de Bergson tal como la plasma el biógrafo Antonio Rabinad, Premio Internacional de Primera novela. Lo que lamento es no poder mostrar la fotografía de Bergson para que ustedes mismos pudieran juzgar:

He aquí una vida quemada en absoluta dedicación a la filosofía. ¿Qué hay en esa vida de extraordinario? Nada.     

… Bajo esa vida superficialmente átona, un mundo intenso, ondeante de imágenes. Una prodigiosa capacidad para el análisis. Y una magia incomparable en lo de decir sugestivamente las cosas más abstrusas. Su cara, según se ve en sus fotografías recordaba ligeramente a un pájaro, un pájaro fascinado. La mirada era brillante, fija. Una mirada que parecía indicar estar contemplando, a cada instante, la creación continua: unos maravillosos fuegos artificiales eternamente renovados en su interior …


Entresaco y compongo un par de cosas que el autor dice de Antonio López:

Por la pétrea objetividad de su mirada, tiene justificada reputación de maestro realista.

Su pintura y su escultura humanas han abandonado el convencional estudio anatómico para adentrarse en una aproximación a sus criaturas como en el sueño de un Pigmalión.

Cierto es lo de la mirada del artista (penetrante, intuitiva, escrutadora, curiosa de llegar al fondo) que tanto recuerda a la de Picasso. Pero no se trata sólo de la mirada, sino de la total compostura del rostro: una boca de labios apretados con determinación, voluntariosos, perseverantes… Y una piel fruncida como rozada con mimo desde su interior por dedos invisibles de esos que acostumbran a acariciar la pantallita del móvil para agrandar una imagen, para acercarse a ella. Con este recurso de aproximación a sus criaturas Antonio López logra una comunión con ellas que le acerca a la perfección.

Es, otra vez, el mito de Pigmalión que al tocar la escultura de su amada, percibió que tenía vida. O el de Miguel Ángel al martillar la rodilla de su Moisés pidiéndole que hablara. Antonio López, sencillamente, toca su obra con la mirada, y la vivifica.