TÍTULO: ALEJANDRO MAGNO, EL DESTINO DE UN MITO.

Autora: Claude Mossé, Profesora Emérita de la Universidad de París VIII.  

Editorial: Espasa Fórum, tercera edición 2005.

284 páginas.


Es un libro que se lee con complacencia e interés porque uno se siente seguro en su lectura. Es un libro de Historia en el más puro sentido: sin sesgos, querencias ni prejuicios, con una forma de decir que da confianza porque lo escrito se puede trazar hasta sus fuentes, que es cosa bien difícil cuando éstas nos quedan tan a trasmano y otros, ya en tiempos remotos, enturbiaron sus aguas.

La labor de la Autora-Historiadora es, pues, de doble mérito: discernir lo objetivo de la ficción, y clarificar la fiabilidad de lo que se cuenta.

En menos páginas no se puede ahondar más en un personaje cuyo descubrimiento nadie, a estas alturas, puede atribuirse ya. Un vistazo al Índice nos da la pista del calado del libro:

- Las grandes etapas del reinado.

- Las distintas “caras” de Alejandro.

- Alejandro, el hombre.

- La herencia de Alejandro.

- Alejandro, el héroe mítico.

Aquí habría quedado el comentario, junto con mi invitación a nuevos lectores para que se enrolen en el disfrute de una aventura siempre única contada con sencillez, elegancia y autoridad, sino fuera por alguna que otra circunstancia personal.

Daba la casualidad de que cuando yo empezaba a leer el libro, en mi entorno se estaba leyendo también otro grueso tomo sobre el mismo protagonista. Su título era: “Alexandros (Novela), El confín del mundo”. Autor: Valerio Maximo Manfredi. Editorial Grijalbo, 1999. Se trataba del tercer tomo de un conjunto de tres.

Mi movimiento inicial fue éste: ¡Cuánto me gustaría conocer la opinión de una historiadora como Claude Mossé, sobre este tipo de novelas bestselleristas!

Pues miren por dónde tuve la respuesta justo al final del libro. En su capítulo “Del Roman d´Alexandre a las novelas sobre Alejandro”, se entretiene nuestra autora en dos novelas: “Alejandro, novela de la utopía”, de Klaus Mann (hijo de Thomas Mann), 1929, y “Alexandros”, del italiano Valerio Manfradi.

Del primero dice nuestra autora que se trata de un libro atractivo aunque, sin decirlo, da a entender que bastante sesgado.

Del de Manfredi deja claro que se trata de una novela y no de un libro de historia, por más que su autor reivindique haber leído a los cuatro historiadores principales: Diodoro, Quinto Curcio, Plutarco y Arriano.

También hay otra coincidencia: mientras escribo estos comentarios estoy leyendo algunos de los Episodios galdosianos que tenía pendientes. Con ellos estoy disfrutando lo indecible al redescubrir nuestra historia, si no de una manera profesional, sí en una envoltura llena de simpatía, veracidad, verosimilitud e ingenio. Supongo que los “Episodios Nacionales” debieron de ser un best seller en su tiempo. Mi conclusión provisional es que no debería demonizarse ese tipo de libros por el mero hecho de serlo, sino sólo cuando sean malos.

Y paso a otra de las casualidades. Alternaba yo la lectura del libro de Claude Mossé con la traducción que venía haciendo de los sonetos de Shakespeare. En el preámbulo ya explico por qué utilizo en ella los versos alejandrinos (es decir, de 14 sílabas), pero manteniéndome en la incertidumbre de siempre sobre el origen de esa denominación.

La luz se me hizo (a medias) en la página 226 de nuestro libro. Cuando en el Capítulo “El Alejandro Medieval” se destaca el “Roman d´Alexandre”, se dice de éste que “su autor es Alejandro de París” y que “es un largo poema de 16.000 versos dodecasílabos, versos que se llamarán alejandrinos” Evidentemente se trata de un error, espero que de traducción: los versos no son dodecasílabos, de 12 sílabas, sino de 14. Persiste en mí la duda, ahora, de si lo de alejandrino viene de Alejandro Magno, el de Macedonia, o de Alejandro, el de París (también es casualidad!).

Y por fin, una última observación sobre algo que llamó mi atención durante la lectura: el poder de sugestión de la liturgia y la habilidad que usan determinados poderes para potenciarse y utilizarlo en la conservación o aumento de su poder.

Copio literalmente (como largo entrecomillado) a partir de la página 219 algo que no tiene desperdicio:

“… se podría seguir su desarrollo (el de la imagen de Alejandro) durante el Bajo Imperio, incluyendo a los Padres de la Iglesia… Hay que recordar una obra que explica el lugar que tendrá el personaje de Alejandro en época medieval, el famoso Roman d´Alexandre (… la misma admiración hacia un personaje que parece ser la perfecta ilustración del caballero cristiano en el Libro de Alexandre español -pág. 227-) … Se atribuyó a Calístenes ese texto que sufrió múltiples modificaciones, que nació, sin duda, en medios alejandrinos y que presenta una mezcla de hechos sin duda auténticos y relatos legendarios que evocan tanto la Odisea como cuentos orientales. El episodio que nos retiene ahora es el de la llegada de Alejandro a Jerusalén. Es una leyenda aparecida en época helenística en los medios judíos helenizados de Alejandría. La volvemos a encontrar en el relato pretendidamente histórico de Flavio Josefo (Antiguedades Judías, XI, 327-332). Pero en el Roman d´Alexandre el relato toma una nueva dimensión, en la medida que sugiere la adhesión del Rey a la religión del Dios único. Comienza con el envío de una embajada judía a los macedonios, embajada que, deslumbrada por el valor de los soldados de Alejandro, a su regreso, aconseja a los judíos que se sometan al rey.

Los sacerdotes, revestidos con sus trajes sacerdotales, avanzaron al encuentro de Alejandro, acompañados por todo el pueblo. Al verle venir, Alejandro tuvo miedo de su apariencia, y les ordenó no acercarse más a él y dar marcha atrás hacia su ciudad. Pero, haciendo venir a uno de los sacerdotes, le dijo: “¡Cuan divino es tu aspecto! Indícame, pues, también a qué Dios honráis, porque entre nuestros dioses nunca he visto sacerdotes tan hermosamente dispuestos”. El otro le dijo: “Servimos a un Dios único, que ha creado el cielo y la tierra y todo lo que en ellos se encuentra, pero ningún hombre tiene el poder de descubrirlo”. Ante esto, Alejandro dijo entonces: “Como servidores del Dios verdadero, id en paz, id, pues vuestro Dios será el mío, y mi paz os acompañará, sin el menor riesgo de que yo marche contra vosotros, como lo he hecho contra los demás pueblos, porque os consagráis a servir al Dios vivo. [II.24.]

Y más adelante, después de haber fundado Alejandría, Alejandro proclama de nuevo “que no existía más que un único y verdadero Dios, invisible, que escapa a toda investigación, llevado por los serafines y glorificado por el Nombre tres veces santo” (II, 28).

Es este Alejandro “convertido” a la fe del Dios verdadero el que adoptarán en la Edad Media las religiones del Libro (judaísmo, cristianismo e Islam). “


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