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CAMBIOS CLIMÁTICOS EN LA HISTORIA DE LA TIERRA: FUENTE DE INFORMACIÓN DEL FUTURO.


Conferencia dictada por el académico Juan Antonio Vera Torres en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales el 13-11-14, en la sede de dicha Academia.


El conferenciante es  Catedrático de Estratigrafía de la Universidad de Granada y ha sido Presidente de la Sociedad Geológica de España.



Todos hemos tenido ocasión de admirar aquí y allá llamativos estratos en la corteza terrestre. Pero nadie como nuestro conferenciante, para explicarnos cómo eso que los simples curiosos nos limitamos a contemplar, puede constituir la herramienta básica de datación de la tierra y sus edades geológicas.


Los  millones de años podrían ser las unidades de tiempo que usan los geólogos para medir los tiempos de la tierra análogamente a cómo los cosmólogos utilizan los años luz para medir distancias en el cosmos.


Si bien es cierto que desde los últimos siglos el hombre ha influido como nunca lo hizo antes en la evolución de nuestro pequeño cosmos, no hay que olvidar que estamos comparando siglos con millones de años, y que aún seguimos en el Cuaternario.


Quiero resaltar algo que me llamó la atención en la conferencia. Durante los periodos glaciares de las glaciaciones (los más rigurosos; hoy vivimos en un periodo interglaciar del Cuaternario) toda la corteza terrestre estaba cubierta de hielo. Entonces hay que preguntarse, ¿cómo es que se conservó la vida para seguir activa una vez pasado el rigor del frío? La respuesta que dio nuestro conferenciante fue: La vida estaba confinada en los océanos bajo la capa de hielo; allí se ejercía el poder moderador de la temperatura que emanaba del vulcanismo interior de la masa terrestre.


En relación con lo apuntado antes hay que decir que no es razonable saltar a conclusiones, como dicen los ingleses, cuando constatamos algo que nos llama poderosamente la atención. Se habla hoy mucho del maleficio que supone el deshielo que se viene produciendo en el Ártico, que es algo real. Ya estamos pensando en la crecida de los mares y en la extinción de especies polares. Y todo lo achacamos al cambio climático que estamos produciendo.


Sin embargo se da otro fenómeno, no se sabe si complementario (los geólogos no han encontrado aún su explicación) consistente en la constatación de que en la Antártida está creciendo la masa de hielo. A mí, esto último me dejó perplejo; me explico.


Tengo entendido que el continente antártico es un desierto lleno de hielo pero sobre el que no cae una gota de agua; ni de nieve que luego pudiera convertirse en hielo. Así que, de pronto, no me imaginaba cómo podría ser que el hielo creciera en el Polo Sur.


Mi ignorancia tiene que ver con el recuerdo que mi colega Juan Gayá me evoca ahora. Por motivos de trabajo fue a Finlandia ya hace años y me contaba su sorpresa al ver desde el avión lo rectas que eran las autopistas de allí  … Hasta que se dio cuenta de que no eran tales: se trataba de las huellas de los rompehielos en el Báltico.


Yo esto lo encontraba tan natural: En aquellas latitudes llueve, nieva y se produce hielo que es cosa acorde con el hecho de que estando el hielo hecho de agua dulce (aunque flote en el mar) provenga del agua dulce caída de la atmósfera.


Por otra parte conservo vivo el recuerdo de mi niñez cuando en San Vicente de la Barquera experimentaba subiendo de la bahía un cazo lleno de agua para desalarla en la cocina. Nunca se me ocurrió pensar que del agua salada se pudiera obtener hielo que es “dulce”. Entonces había allí alguna fábrica de hielo que lo producía para conservar el pescado durante su transporte. Pero la materia prima de aquel hielo era agua dulce y no agua salada.


En aquellos tiempos lejanos tampoco había neveras ni congeladores domésticos que me hubieran permitido experimentar congelando agua marina. Ahora, en cambio, resulta que un procedimiento de desalar el agua del mar consiste precisamente en congelar el agua salada para obtener “hielo de agua dulce” y, como subproducto, salmuera.


Yo no sé si el hielo del Báltico es de procedencia marina o atmosférica, pero lo más probable es que el del antártico esté producido directamente por el aire polar bien frío que produzca cristales de hielo (con salmuera como subproducto) sobre la superficie del mar; la agregación de esos cristales terminará produciendo icebergs que flotarán en el océano. Pero, como es natural, ese fenómeno no incrementará la masa helada del continente antártico en su tierra firme.


El conferenciante llegó a la conclusión de que ignorando muchas cosas tal como nos ocurre, y teniendo certeza de otras perniciosas como el efecto invernadero, el agujero de ozono o el cambio climático, lo mejor que podemos hacer es ponernos a favor de la naturaleza.


En el coloquio que siguió a su intervención tuve ocasión de plantearle mi inquietud por el giro dado en el lenguaje al cambiar el concepto de “crecimiento sostenible” (alguien ha debido darse cuente de que eso es un oxímoron impresentable) por el de “desarrollo sostenible”. Esto último permite seguir haciendo lo de antes pero con una apariencia más digerible, añadí.


La respuesta del Profesor Vera fue:

“No voy a discutir sobre eso: Estoy completamente de acuerdo con usted”.