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AUTORA: Ángela Reyes

TÍTULO: Los trenes de marzo (11-M)

EDITORIAL: Sial / narrativa


He leído la novela de Ángela Reyes, y bien que lo lamento. Debería haberla dejado en espera, para disfrutar de ella dentro de 150 años. Entonces, sí. Entonces recordaré, porque ya se me habrá olvidado, cómo era Madrid al principio del siglo XXI, y España, y el mundo. Y las personas, por dentro y por fuera: Lo que se traían entre manos y entre sus intenciones y deseos.

     

A Ángela Reyes se le ve el plumero de su poesía desde el mismísimo título. ¡Qué gran metáfora! En la presentación del libro no tuve más remedio que someterla a un apresurado tercer grado, y cantó: Resulta que cuando escribía la novela estaba leyendo el Julio César (supongo que en Shakespeare). Ay! cómo encajan los idus de marzo en nuestro 11 M de infausta memoria!

     

Ángela Reyes escribe su novela como esos espléndidos directores de cine que nos hacen vivir las más escabrosas escenas de cama sin verlas, y las más violentas violencias sin enfangarnos en sangre.

     

Una novela corriente hubiera ido al grano de la tragedia como la mariposa nocturna se lanza flechada a la luz. Ángela Reyes, en cambio, nos conduce serenamente por un río de abundantes meandros que nos permiten mirar con sosiego, pero con curiosidad un extendido paisaje:

     

La inmigración ilegal; el variopinto Lavapiés (bien conocido ya por Lope de Vega - …la calle/ no lava que sucia es …-); la eutanasia; la virginidad; la guerra santa; el aborto; el fundamentalismo islamista; la soltura sexual de las jóvenes; el circo (los personajes que ve el público y los que se esconden detrás de las lonas); los asesinos; una maruja; el hombre a la caza de la mujer para un rato; el paro y el trabajo precario; la aceptación medio complaciente de los trabajos a salto de mata; el suicidio; el drama de los africanos atravesando el Estrecho, al límite; la compasión; el esfuerzo; la policía; la prostitución; la ETA; el sacrificio a favor de la vida …

     

Todo ello contado con un hilo conductor que se oculta o se nos aparece de continuo: es un marroquí con muletilla.

     

Paisaje extenso pero al mismo tiempo sin descuidar ningún detalle. Panorama lleno de gestos: La chica que se estira la falda para cubrirse unas rodillas imposibles a la vista del macho que ataca. Cuando al hombre le crece la hombría. El poso del paso del tiempo, en la mujer, especialmente …

     

¡Qué bien conoce Ángela Reyes al hombre y a la mujer, sus relaciones y sus soledades. En ella afloran los contenidos de su bagaje personal, pero no es eso sólo lo que nos teje. Sin duda ha tenido que estudiarse el Lavapiés pintoresco y la sentencia del 11 M, cómo es por dentro una comisaría, un circo, el estudio de un pintor o un ambiente minero…

     

Y por fin, la estructura de la novela. Su guión es más bien un proceso de fabricación perfecto: Los meandros del río están compuestos cada uno en su sitio a fin de conseguir la adhesión del lector. Ni excesivas digresiones ni un plomizo relato lineal. Al final llega a donde quiere sin hacer la menor ostentación. Su contención, a la vez sorprende  al lector y le estimula a proseguir el viaje. No hay nada superfluo aunque pudiera parecer otra cosa. La prosa es sencilla y rica porque Ángela Reyes administra muy bien su conocimiento del diccionario y su sensibilidad para expresarse como la gente, especialmente la gente joven.

     

Que nadie espere, pues, un alegato político, jurídico o sensacionalista. Es, simplemente, el episodio nacional que no escribió Galdós.