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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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En la medida en que la regulación significa controlar, ello implica mayores dificultades al comportamiento de las personas. Con lo cual yo creo que esa obsesión por seguir regulando para reducir el ámbito de libertad de actuación de cada uno de los empresarios lo único que genera es mayores ámbitos en los que uno puede hacer trampas.

Me encanta el capítulo 14 de El principito en el que él llega al planeta más pequeño de todos. Recordaréis que el Principito era un chico con la mente virgen y con sentido común que cuestionaba todo lo que veía. Empieza a contemplar el mundo y a pasearse por los planetas. Ese al que llega es tan pequeño que apenas caben él, un farol y el farolero. Observa cómo éste enciende y apaga el farol sucesivamente y a un ritmo frenético, y le pregunta por qué acaba de apagarlo.

- Porque lo dice el reglamento.

- Y qué dice el reglamento?

- Que tengo que apagar el farol (y lo enciende).

- Pero, ¿por qué lo enciendes entonces?

- Porque lo dice el reglamento.

- No lo entiendo.

- No hay nada que entender. El reglamento es el reglamento (y apaga el farol, secándose a continuación el sudor de la frente).

- Esto es un trabajo terrible. Antes era razonable: Encendía el farol al anochecer, dormía toda la noche y, al amanecer lo apagaba, con lo cual podía descansar todo el día.

- ¿Y es que desde entonces ha cambiado el reglamento?

- No, ese es el drama. El planeta, año tras año va girando cada vez más deprisa, pero el reglamento no ha cambiado!

Si este farolero hubiera sido uno de los personajes de los que hablamos hoy, diría que quien incumple el reglamento es un corrupto. Lo que estoy diciendo es que tenemos tal cantidad de regulaciones que es imposible cumplirlas. El regulador anda detrás de nosotros todo el día y nosotros vamos por delante del regulador, la regulación se queda obsoleta y nosotros estamos cada día más pillados.

Si se nos obligara a cumplir absolutamente con todos los reglamentos que hay en España, la mitad de los empresarios estaríamos en la cárcel. A mí como me vengan a inspeccionar, y esto lo digo aquí abiertamente, en la empresa y vean que me faltan 5 cm en un edificio histórico para que pase la silla de ruedas XXL que se necesita para cumplir con el centro especial de empleo puedo tener una multa de 60.000 €. Yo soy corrupta. Como me pillen, estoy incumpliendo el reglamento.

Por tanto, habrá que preguntarse por qué tenemos esa inflación legislativa. Las leyes las hacen los políticos convertidos en legisladores desde que entran en los Parlamentos. Y como tenemos Parlamento Europeo, Nacional, Parlamentos Autonómicos y Ayuntamientos (que no producen leyes pero sí lo equivalente a las regulaciones), pues es fácil echar cuentas.

Resulta que en España hay 300.000 políticos más que en Alemania y el doble que en Francia o en Italia, y como todos tienen que justificar su sueldo, pues al menor descuido, o inducen o hacen una ley. Eso de hacer una nueva ley es como lo del mal ingeniero que, cuando no sabe cómo resolver un problema mecánico, pone un muelle. Si a esa afición a legislar añadimos la obligación de transponer las Directivas europeas a nuestro ordenamiento jurídico tendremos el cuadro completo.

Así pues, hecha la ley, hecha la trampa, dirá el abogado del corrupto. Hecha la ley, yo me voy a cenar esta noche con mis amigos, dirá el legislador (y añadirá para sus adentros: ya veremos si resuelve el problema que la ha suscitado, si hay dinero para implementarla, si alguien se va a molestar en inspeccionar su cumplimiento, si se contradice con alguna otra, si va a ser peor el remedio que la enfermedad, si no es el calco de otra existente pero que nunca se ha cumplido o, simplemente, si tiene sentido).

Todo esto no es un ejercicio de diletantismo. Es lo que explica las noticias que con demasiada frecuencia aparecen en los media, tales como que un juez ha dictado una sentencia a todas luces escandalosa cuando en realidad lo que ha hecho es atenerse a la ley (una mala ley, pero ley).

Esto, que se entiende muy bien en España, no es privativo nuestro. En los EE.UU, después de la explosión de la burbuja inmobiliaria y la ruina causada por las titulaciones fraudulentas con la consecuencia de quiebras de grandes bancos (Lemann Brothers), se echó la culpa del fiasco a que el regulador actuó mal y a que la regulación no era buena.

Pero, alguien ha entrado en el fondo de la cuestión? La burbuja inmobiliaria no es más que una manifestación particular de la gran y creciente burbuja de deuda: Deuda de los particulares, de los bancos y de los Estados. Deuda querida por todos y estimulada y bendecida por quien puede estimularla y bendecirla (bancos y gobiernos, principalmente).

Siempre se ha cuidado mucho de que la economía real lo sea, y de ahí el empeño en asegurar que la masa monetaria en circulación sea acorde con el PIB: si hay dinero en exceso, suben los precios (se produce inflación) y si no se ha emitido el suficiente no hay dinero para comprar lo necesario y no se puede vender lo que se produce. Es fundamental (y a mi juicio, milagroso) llegar a ese equilibrio, es decir, conseguir que un billete de banco valga lo que dice, y de forma permanente.

Y parece que eso era así hasta que se ha desarrollado la economía financiera que, aunque algún profesor diga que es igualita que la real, no lo parece. Sabido es que los bancos recogen muchos pocos de los particulares (y a corto plazo) para hacer un mucho que, prestado a largo plazo pueda servir para desarrollar proyectos mayores y de dilatada ejecución. Supongo que no debe ser difícil legislar teniendo  esto en cuenta, que se hace bien y que el Banco Emisor (ya no es el Banco de España, sino el Banco Central Europeo) emite solamente la moneda necesaria.

Pero claro, llega la economía financiera (ingeniería financiera se llama también para desespero de ingenieros) y empieza a emitir deuda titulizada sin respaldo de activos fijos y con garantía (¡asombroso!) de la propia deuda. La ingente (y creciente) deuda de los EE.UU es la que garantiza la colocación de su nueva deuda. Como se ve, todo ficticio, en el aire: humo. Eso sí, la maniobra está debidamente sacralizada por El Mercado que, naturalmente, a alguien aprovecha.

¿Nos imaginamos que los billetes de banco tuvieran el mismo tratamiento que los papelines de deuda?

Otra  parábola como la del Principito.

Cierta ama de casa salió una mañana al mercado con 20 € para comprar pescado. A la vista de las existencias en el puesto del pescadero, hizo la composición exacta de su pedido por los 20€. Cuando alargó el billete para que el pescadero le alargara el paquete se encontró con esta sorpresa:

-Señora, esta mañana el billete que me da sólo vale 5€, así que por su compra me debe dar cuatro como ése.

-¿Y quien ha decidido eso?

-El Mercado.

-¿y quien es el Mercado?

-El Mercado soy yo, señora, a sus pies (el Estado soy yo, Luis XIV dixit).

La señora encogió el codo, le dejó al pescadero con el paquete sobre la balanza, se volvió hacia el puesto de atrás, compró una barra de pan y se volvió a casa.

¿Y a nadie se le ocurre que hay que echarle valor a la cosa y legislar todo este barullo en beneficio de la gente y no del llamado mercado, antes de que el bodrio explote? No será preferible que “el regulador” legisle sobre cosas serias en vez de alimentar esa diarrea legislativa de cosas menores tales como forzar a que un edificio del patrimonio singular tenga que atenerse en lo tocante a barreras arquitectónicas a la legislación vigente?


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