Estás en: LA TEOLOGÍA DE ANTONIO MACHADO

QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO


Pgs. 1    2    3    4     

Y quisiera añadir algo que seguramente muchos ya conocen. Los últimos versos del poema La monjita son la declaración de amor que A. Machado dedicó a su enamorada Leonor en forma de arabesco lateral. Cuando ella los leyó aparentó enojarse mucho porque, le hizo saber, no había de por medio ningún mocito barbero: era a él a quien quería. Y así fue, por siempre. Un siempre que, tristemente, duró bien poco.


La imagen que de A. Machado nos da [el autor] ha nacido de una lectura total del poeta, en su verso y su prosa.


Nos dice José Bergamín en el Prólogo. Y así es. Yo he leído varias veces la obra completa de A. Machado y siempre he disfrutado con sus versos. Sin embargo, Los Complementarios sólo me han suscitado admiración por la forma original de plantearse su autor una manera de expresar sus opiniones, convicciones o puntos de vista poniéndolo todo ello en boca de terceros. Es, curiosamente, como si sintiera un mayor pudor a la hora de expresar sus ideas filosóficas, políticas o teológicas que son, en definitiva, puras externalidades, que cuando expresa, en sentidos versos, su propia intimidad.


Por eso voy a tener ahora serias dificultades para moverme entre la filosofía y la teología del poeta y de nuestro autor. Ya que no soy ni filósofo ni teólogo, me comportaré como el hombre de la calle que puede hablar de Dios como cualquier otro (eso es, en realidad lo que hace el teólogo) y que se desvive por saber (como los filósofos).


En lo sucesivo hablaré de Los complementarios para referirme fundamentalmente a la obra en prosa de Machado, ésa en la que Juan de Mairena enseñaba a sus alumnos recordando siempre a su maestro Abel Martín.


En la Pág. 19 dice nuestro autor:


Cuando aquí hablo de teología lo estoy haciendo en un sentido estrictamente confesional, porque hay muchos que confunden teología con ciencia de la religión.


Le quedo muy agradecido a nuestro autor porque yo soy uno de esos muchos. No hace demasiado me invitó un amigo seglar a la lectura de su tesis de licenciatura en el Seminario de Madrid. El resultado fue que, en su tarjeta de visita aparece su nombre asentado sobre el flamante título de Licenciado en Ciencias Religiosas.


A mi amigo siempre le he reprochado el oxímoron de que alardea puesto que no hay nada menos científico que la religión, al menos para alguien que viene del lado de las ciencias.


Y nos aclara González Ruiz:


Esta última [la Ciencia de la Religión] es una rama objetiva del saber humano que abarca muchas zonas: histórica, sociológica, fenomenológica, antropológica …

Por el contrario, teología significa la reflexión que el hombre hace a partir de su propia fe, creencia o experiencia religiosa.


También es muy de agradecer la estructura que nuestro autor ha dado al libro que incluye, al final de cada capítulo, un resumen puntual de sus contenidos. Yo intentaré comentar algunos de estos.

Veamos los puntos 1), 2) y 4) de las págs. 32 y 33:


1) El punto de partida de la creencia comprometida del hombre se halla en la zona de la creencia.


Machado había escrito:


Es la zona de la creencia … donde había que buscar, según mi maestro [Abel Martín], el imán de nuestra conducta.


Para entendernos: Cada cual se comporta según lo que cree. Que es cosa cierta pero que no garantiza lo mejor y ni siquiera lo bueno.


Yo conocí a uno que decía: “Dios y yo, mayoría absoluta!”. Luego se comportaba de forma irresponsable (era de público dominio), pero como creía en su mayoría absoluta …


Asimismo desconfío de los que dicen: yo me comporto así de bien con mi prójimo porque soy cristiano … En el silencio que sigue a sus palabras yo escucho “… que si no, a buena hora!”.


2) La creencia emerge de la conciencia humana a través de … una posición de duda.

4) La creencia no es necesariamente antirracional; más bien, todo lo contrario.


Cuando estaba en los umbrales de su muerte me dijo un cura viejo de mi parroquia (agustino, para más señas): “¿Y si todo esto no fuera verdad?”.


Yo no contesté, pero ahora me doy cuenta de cuánto puede llegar a pesar en esos momentos el fardo de creencias y dogmas de los que se ha alimentado uno durante toda su vida.


¿No sería preferible llevar como ligero equipaje (A. Machado) una creencia sencilla, al alcance de nuestra limitada naturaleza, con el mínimo de misterio y duda y, después, que sea lo que Dios quiera puesto que nos fiamos de ese Dios en quien creemos? Y conste que esto no equivale a la fe del carbonero que tanto han manejado los teólogos de andar por casa para uso de ignorantes como yo.


Cuando yo afirmo las doce primeras palabras del Credo estoy expresando el último paso de un proceso racional: En el año 1931 yo no existía; 80 años después, sí. A mis padres les pasó algo parecido, pero ya han muerto. A mis hijos y a los suyos les pasará igual. Es decir, somos testigos de una vida sucesiva que no nos explicamos cómo funciona ni para qué. ¿No será razonable pensar que donde hay vida sucesiva, incluida la de toda la naturaleza, ha de haber una paternidad permanente? Una paternidad que haga referencia a un Padre creador y no precisamente en su acepción trinitaria. Ya sé que yo también estoy tapando un misterio con otro: El misterio de la creación con el misterio de Dios. Pero ahí se acaba la cadena de misterios. Como decía antes, el poner a esa cadena más eslabones misteriosos no arregla nada.


Con lo dicho tampoco pretendo dictar un argumento ontológico de la existencia de Dios como intentaba la Apologética que nos enseñaba D. Felipe y que, por cierto, ni D. Felipe ni nadie ha conseguido todavía. Simplemente busco una explicación de andar por casa que me permita llegar al final con cierta tranquilidad y, entonces, que sea lo que Dios quiera (que es, en definitiva, lo que será).


ANTERIOR                                                                                                     SIGUIENTE

                                                                    PAG. 2 / 4