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Más de la mitad del libro está dedicado al desarrollo de esta tesis:

ALGUNAS GRANDES MENTIRAS SOBRE LAS QUE SE ASIENTA UNA MENTIRA TODAVÍA MAYOR


A.- El crecimiento económico es la única manera de resolver todos los problemas humanos.

B.- El crecimiento continuo del consumo es la forma más eficaz de satisfacer nuestra necesidad de felicidad.

C.- La desigualdad entre los hombres es natural y adaptarnos a esa regla nos beneficia a todos.

D.- La competitividad es condición necesaria y suficiente para que exista justicia social.


La mentira mayor: “Que las cuatro afirmaciones anteriores son incuestionables: ningún poder humano puede desafiarlas o cambiarlas porque pertenecen a la naturaleza de las cosas.”


A.- CRECIMIENTO

El “crecimiento económico” tiende a guiar las decisiones políticas más que cualquier otra consideración.


La convicción de que nuestras posibilidades de vivir una vida que merezca la pena depende de  las cifras oficiales del “crecimiento económico”.


Hace ya tiempo, escribí el artículo que titulé Del Rey abajo, ninguno inspirado en un discurso del Rey Juan Carlos I en el que insistía con frecuencia en la necesidad del “crecimiento económico” para resolver, muy especialmente, el problema del paro. Lo titulé así imitando a Rojas Zorrilla al llamar de esa misma forma a su famoso drama de honor. Yo quería dar a entender que aquí, incluyendo al Rey, y de él hacia abajo, todo el mundo, comparte como buena la primera gran mentira que nuestro autor Zygmunt Bauman pone en solfa.

Ese mi artículo se puede ver en  


Me he tomado el cuidado de buscar en el discurso de Proclamación de nuestro nuevo Rey Felipe VI ante las Cortes la palabra crecimiento por si encontraba alguna diferencia con ese otro discurso de su padre al que me acabo de referir. Curiosamente, aparece tan solo una vez, y en los siguientes términos:

Tenemos ante nosotros el gran desafío de impulsar las nuevas tecnologías, la ciencia y la investigación, que son hoy las verdaderas energías creadoras de riqueza; el desafío de promover y fomentar la innovación, la capacidad creativa y la iniciativa emprendedora como actitudes necesarias para el desarrollo y el crecimiento.

     

No quiero hacerme ilusiones, pero me gustaría. De todas maneras se nota en este párrafo un cambio apreciable respecto de su antecesor y de todo lo que se oye por ahí. Fundamentalmente habla de un crecimiento inmaterial, que es bueno por ser desarrollo, y aunque la propia palabra crecimiento es mencionada, aparece no aislada y como leitmotiv, sino asociada al desarrollo. Es decir, aquí, como en Detroit, Los Ángeles o Ciudad de México, también tenemos, por desgracia, espacio de crecimiento asociado a los guetos de pobreza que aumentan cada día.


No sé si esto que se me ocurre tendrá que ver, precisamente, con que Felipe VI hizo entrega en 2010 a nuestro autor, del Premio que entonces llevaba su nombre (Príncipe de Asturias -de Comunicación y Humanidades-).


Pero el hecho es que estas observaciones mías coinciden con lo que Zygmunt Bauman dice referido a Adam Smith y Stuart Mill (siglo XIX). Respecto del primero ya dije al principio que para él la clave del bienestar social está en el crecimiento económico, seguramente porque entonces había margen para ello, tal como se deduce del paralelo que nuestro autor hace con el segundo:


La convicción enraizada que tenemos sobre el crecimiento económico, sin embargo, no es innata: tiene un origen reciente. Los pioneros de la teoría económica moderna consideraban que el crecimiento económico era un estorbo más que una bendición y que consistía en que no había un abastecimiento suficiente de los bienes indispensables para satisfacer las necesidades humanas [a esto me refiero cuando digo que había margen para el crecimiento].


Ellos creían que alcanzada esa satisfacción habría una economía estable más afín y parecida a la disposición natural del ser humano.


En su obra Los principios de economía política dice Stuart Mill: “El crecimiento de la riqueza no es ilimitado. El final del crecimiento dará lugar a un estado estacionario”. Y añadía:

“La condición estacionaria del capital y de la población no implica un estado estacionario del mejoramiento humano. Habría muchas oportunidades para todo tipo de mentalidades culturales, para el progreso moral, social, para perfeccionar el arte de vivir si las mentes dejasen de centrarse en el arte de medrar”.


B.- CONSUMO

El camino de la felicidad pasa por ir de compras.

Ya lo dijo George S. Bush al animar a los norteamericanos para superar el trauma de los atentados de las Torres Gemelas. No encontró mejor sugerencia que decir:


“Volved a ir de compras”.

El nivel de nuestra actividad consumista y la facilidad con que adquirimos un objeto de consumo y lo sustituimos por otro nuevo y mejorado es el principal parámetro para medir nuestra puntuación social y nuestra posición en la competición por tener éxito en la vida.


En San Sebastián de los Reyes, al norte de Madrid, hay un gran centro comercial que en medio de su extensa edificación tiene una gran cúpula que recuerda, a lo lejos, a la del Vaticano. En casa lo llamamos el Vaticano del consumo. La liturgia del fin de semana consiste en que a él acuden puntuales sus fieles para participar en los especializados caminos de Santiago que previamente han sido preparados meticulosamente al objeto de que los peregrinos puedan pasar por delante de todos los productos que se reordenan cada vez de forma diferente para entretenimiento de niños y mayores y mejor sinergia entre los del marketing y la clientela.


Para los consumidores fallidos, la versión actualizada de los que no tienen, no comprar constituye el estigma lacerante de una vida incompleta.

Para los otros, superar a los demás implica que existe desigualdad de manera que la forma de solucionar el daño hecho por esa desigualdad es, más desigualdad.

Pero esto implica un riesgo creciente, porque supone haber pasado por alto la constatación de una nueva realidad: A la desigualdad entre el que compra y el que no puede comprar (pero puede hacer otras cosas tales como quedarse en casa) se añade ahora la desigualdad entre este último y el mendigo.

Un nieto mío ha pasado este año en Londres trabajando en la gran tienda de Apple en el mismísimo Covent Garden. Pues bien, la firma no sabe cómo deshacerse de los mendigos que entran a poblarla para guarecerse de la intemperie. Forzar su salida iría en contra de lo políticamente correcto y se volvería contra el negocio…

En el porche de entrada al banco de mi barrio nocturna entre cartones un mendigo que, en horas de oficina se acomoda en su interior en modo espera sembrando la duda de si has de pedirle la vez …


Nuestro autor sigue profundizando en la relación que hay entre consumo y desigualdad. Para ésta busca un antídoto en la convivencialidad según el autor austriaco Ivan Illich. Es razonable: se trata de poner en pugna los prefijos des- y con- ; el que más pueda, ése prevalecerá. Será una lucha incruenta, habrá que allegar muchos partidarios al con- porque a fin de cuentas no se puede obligar a la gente a ser feliz a la fuerza. Habrá que estar vigilantes porque cualquier avance del con- puede ser aprovechado por el des-, con su sutil habilidad, para generar más consumo.


A este respecto pone el ejemplo del movimiento internacional Slow Food que a mí me parece poco ambicioso para la gran empresa que pretende acometer; y muy vulnerable a la fagocitosis del consumismo desigualatorio. Prefiero otro slow más filosófico, el de mi amiga María Novo en su Despacio, despacio... Ver