Estás en: ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?

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El libro sigue:

Pero ¿ha funcionado el experimento de impulsar la desigualdad durante 30 años? Las pruebas indican que no. La brecha de la riqueza se ha disparado, pero sin que se haya producido el progreso económico prometido. Desde 1980 el crecimiento del Reino Unido y las tasas de productividad han disminuido un tercio y el desempleo es cinco veces más alto que durante el periodo de posguerra más igualitario.

Todo esto que es cierto, hay que matizarlo, no obstante. En otro sitio he escrito que, de seguir creciendo de forma desmedida y estúpida, podemos llegar al colapso antes de que nos demos cuenta. Entonces los ricos no tendrán más remedio que desencadenar una guerra no apocalíptica, sino simplemente destructora, para que, una vez todo destruido se pueda volver a empezar a crecer mediante la reconstrucción echa de nuevos empleos. A eso se refiere el texto, sin duda, cuando habla del periodo de posguerra más igualitario.


Pero cuando dice que no se ha producido el progreso económico prometido, calla que la promesa era para los británicos. Sin embargo, algo de progreso económico sí ha habido para quienes han estado fabricando en condiciones precarias, en el lejano oriente, unas camisetas baratas que los propios británicos se ponen para usar y tirar. Pero esto no redime a los ricos de su pecado desigualatorio. El cuadro completo sería algo parecido a esto: Los ricos británicos, en connivencia con los riquillos de Bangladesh facilitan a los del antiguo Pakistán Oriental maquinaria textil y pedidos para que los pobres de aquel país, por un salario ligeramente superior al de su miseria habitual fabriquen camisetas a los británicos. Estos se benefician de las camisetas baratas y con parte de ese beneficio se pagan su subsidio de desempleo (desempleo que, a cambio, han importado de Bangladesh: no seamos hipócritas).


La globalización no sería mala si fuera justa, pero no lo es porque consiste en globalizar, aumentada, la riqueza de los ricos, y en globalizar, asimismo, la pobreza un poco menor, de los pobres. Esta pobreza un poco menor que consigue la globalización para los pobres ni es suficiente ni santifica a los ricos ultraliberales. Me explico.


En tiempos de Montaigne, su padre le encomendó siendo muy niño a una familia pobre de sus posesiones para que aprendiera, ya desde pequeño, lo que cuesta un peine.  Marta, la hija menor de  Amancio Ortega, el dueño de Zara, ha emprendido su aprendizaje desde abajo, dentro de la compañía, para convertirse dentro de poco en la heredera de la fortuna de su padre. Pero como los tiempos han cambiado desde Montaigne, a nadie se le ocurre imaginarse a Marta cosiendo prendas de ropa sentada encima de una gran mesa (o debajo de ella) rodeada de un apretado grupo de otras costureras indias como las que suelen verse en los .pps que circulan con profusión. El itinerario diseñado para Marta es diferente.


El resultado último sí es el que señala nuestro autor: Los ricos británicos, después de la operación, son más ricos que antes y con más diferencia respecto de los otros británicos y de los bangladeshes (independientemente de que éstos sean ahora un poco menos pobres que antes).


Nuestro autor termina así este capítulo:


La lección más importante de los últimos 30 años reside en que un modelo económico que permite a los miembros más ricos de una sociedad acumular una parte cada vez mayor del pastel acaba siendo destructiva. Esta es una lección que, al parecer, todavía tenemos que aprender.

Todas estas consideraciones académicas hay que sacarlas afuera para que la gente se desembarace de ese dualismo que la atenaza. El que más y el que menos odia al rico en su prepotencia, pero al mismo tiempo lo admira y envidia (si yo pudiera llegar a donde ése …). Esta última consideración es precisamente la que los ricos explotan para perpetuar su mentira. Nos encanta mirarnos en el espejo distorsionado de la lista Forbes, o contemplar esas mansiones inasequibles por donde se mueven los ricos del papel couché y no digamos ya si se trata de envidiar sus joyas o sus despampanantes nuevos amores. Y de paso fascinarnos con la atención a las páginas impares llenas de provocaciones hacia nuestra propia felicidad hecha de relojes millonarios, perfumes incomparables y etc. etc.


Nuestro autor titula así el 2º Capítulo: “¿Por qué toleramos la desigualdad?”

Por todo lo que acabo de escribir, el lector se habrá dado cuenta de que yo lo habría titulado de forma ligera pero sustancialmente distinta. Habría dicho: “¿Por qué toleramos la gran desigualdad?”


Porque la desigualdad normal, la de que los granos de trigo sean todos distintos, la aceptamos sin quebranto alguno. Me faltó antes ponerle la guinda a la aceptación social que de hecho propicia la gente a los ricos grandemente desiguales de los demás: “Pobrecillos, si después de todo, al final se dedican a la filantropía con sus fundaciones. Ahí tenemos la de Bill Gates, Amancio Ortega o Florentino Pérez”…


Dicho 2º Capítulo está dedicado a profundizar en la declaración que hizo Margaret Thatcher en 1970 con motivo de su visita a los EE.UU:


Una de las razones por las que valoramos a los individuos no es porque sean todos iguales (1), sino porque son todos diferentes … Yo digo: dejemos que nuestros hijos crezcan (2) y que algunos sean más altos que otros si tienen la posibilidad de serlo (3). Porque debemos construir una sociedad en la cual cada ciudadano pueda desarrollar plenamente su potencial (4), tanto para su propio beneficio como para el conjunto de la comunidad (5).

(1) ¡Ojo con esto! No vaya a ser que terminemos estableciendo que todos no somos iguales ante la ley, que por ahí se empieza. Por ejemplo, la igualdad ante una ley fiscal no consiste en que todos tributen por igual, sino en que quien más tiene tribute más. ¿Cuánto más? Pues lo que acuerde esa sociedad global justa que debemos construir, precisamente para que haya justicia y equidad.

(2) ¿Y qué ocurre con los hijos de los otros, de esos que vemos retratados en los telediarios de la hora de comer que tanto nos molestan, y que tanta hambre pasan? ¿Y de los que quedan en la región intermedia entre “nuestros hijos” y “los hijos de los otros” -los de la clase media, en definitiva-?


(3) ¿Y si no tienen la posibilidad de serlo porque viven en un medio en el que no pueden alimentarse o carecen de la formación necesaria para saber qué vitaminas deben tomar, y eso en el caso de disponer de asistencia médica?


(4) ¡Sí señor, la Sra. Thatcher tiene toda la razón! Lo que pasa es que la sociedad que debemos construir no es precisamente la que ella preconiza. Fíjense si no en lo que nuestro autor dice que dice S. Lansey (The Cost of Inequality):

La lección más importante de los últimos treinta años reside en que un modelo económico que permite a los miembros más ricos de una sociedad acumular una parte cada vez mayor del pastel, acaba siendo destructiva.


(5) Ese término comparativo tanto para … como para resulta ser una afirmación falsa porque apunta a una conclusión de igualdad que no ocurre ya que el egoísmo pesa mucho más que el altruismo. Miren lo que escribe nuestro autor:


Según la ortodoxia económica, una fuerte dosis de desigualdad (10) produce economías que crecen de manera más rápida y eficiente (20). Por eso las altas retribuciones y los bajos impuestos para los ricos -argumentan ellos- incentivan la inversión y dan lugar a un pastel económico más grande.

(10) Si la ortodoxia económica fuera tan amable que suprimiera el adjetivo fuerte, estaríamos de acuerdo con ella. Lo que pasa es que entonces las economías serían otras, es decir unas con retribuciones no altas, sino simplemente razonables, e impuestos no bajos sino asimismo razonables (a pagar por los ricos, se entiende).


(20) Lo de eficiente quiere decir en román paladino, en mayor cuantía. Habrá que preguntarse, ¿Y qué necesidad tenemos de crecer y, sobre todo, de crecer más? ¿Y por qué hemos de crecer más rápidamente? ¿Es que no nos hemos enterado que estos mases exponenciales conducen al colapso?

     Desde luego esos mases no llevan a la felicidad de la mayoría pero sí a que los ricos tengan cada vez más pasta que esa mayoría.


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