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APARICIONES DE JESÚS RESUCITADO


Recibo de mi amigo Mariano sus comentarios acerca de los evangelios que ha analizado a propósito del domingo de Resurrección. Descubre fluctuaciones, faltas de lógica, galimatías, etc. No es raro encontrar cosas de éstas, sobre todo si por medio anda el evangelista san Mateo que presta su nombre a la Real Academia para que lo use en su Diccionario (ver en él galimatías).


A mí lo que me sorprende es otra coincidencia. En los mismos días me mandó también mi amigo un boletín de 2005 en el que él participaba en calidad de cazagazapos y que estaba rematado con una serie de despistes, desajustes cronológicos y de otra naturaleza, encontrados en El Quijote.


Pero lo sorprendente es que yo mismo había escrito en 2014 mi “Libros Paralelos: La Biblia y El Quijote” que formaba parte de mi colección de “Libros leídos”. Aunque mi intención de entonces no era hurgar en las cuestiones menores de estos, sino en el fondo de sus cuestiones, mi reseña mereció de mi amigo el comentario de que las cosas que allí decía no eran para lelos. Quedé muy honrado con su calambur, uno de los suyos.


En el caso presente ocurre algo parecido, y me voy a fijar en san Pablo, judío fanático de los fariseos convertido luego en fanático del cristianismo [ver (2) más adelante]. Dice él en Corintios, 15, 1-8:


Os traigo a la memoria, hermanos, el Evangelio que os he predicado … lo que yo mismo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados … que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras y que se apareció a Cefas (san Pedro), luego a los doce. Después se apareció una vez más a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos viven todavía y algunos murieron; luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles; y después de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí …


Lo de aborto (criatura informe que nace sin la proporción debida) es, a todas luces, una exageración. ¿Se trata de una expresión de falsa modestia, o de una forma de humillarse ante Dios? Si El Greco hubiera sabido todo esto tal vez lo hubiera retratado de otra manera: como lo hubiera hecho El Bosco (como aborto verdadero), o Velázquez (recordar su impresionante retrato psicológico del Papa Inocencio X).


Parece que san Pablo (Saulo entonces) no conoció personalmente a Cristo (ni siquiera estaba en Jerusalén cuando su muerte y resurrección) así que la aparición de Cristo a él, la que él mismo refiere, no tiene parangón con las otras que relata como sucedidas en el tiempo de la muerte y resurrección de Cristo. Lo suyo era en diferido. Pero esto no suponía un problema para el Apóstol de los gentiles: se le apareció en otro lugar y en otro tiempo como cuenta en su Epístola a los Corintios y con eso basta para asegurar que si se le apareció era porque había resucitado. Admitido el misterio, todo queda debidamente explicado, resurrección y aparición.


Esto se confirma en (1) donde en Corintios 15, 14 dice a estos:


Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación. Vana es nuestra fe.


Pretendo aclarar esto, que aparenta ser un galimatías, con una simple aplicación para principiantes de apologética que no es otra cosa que una rectangulación del círculo virtuoso. Vean:

Siempre me ha llamado la atención por qué se observa tanta polémica entorno el milagro de la resurrección de Cristo y en cambio, el de su ascensión al cielo pasa prácticamente desapercibido como la cosa más natural. Parece como si el primero fuera fundamental y el segundo, accesorio.


Yo creo más bien que ello se debe a que como la resurrección se sustancia al final en apariciones individuales y estas se dieron en cantidad igual a 527 (según hemos visto que san Pablo cuenta a los corintios: 1 + 12 + 500 + 1 + 12 + 1; el último 1 corresponde al propio san Pablo), la cosa dio mucho más que hablar que lo del milagro de la ascensión que sólo se contó en directo a 11 y de la siguiente forma:


Marcos, 16, 19: El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos (con los 11), fue levantado a los cielos y está sentado a la diestra de Dios.


Lucas, 24, 50: Los llevó (a los 11) hasta cerca de Betania, y levantando sus manos, los bendijo, y mientras los bendecía se alejaba de ellos y era llevado al cielo.


Hechos (Autor, san Lucas, Discípulo de san Pablo), 1, 9: Diciendo esto (Jesús a los 11, sobre la Iglesia en Jerusalén) y viéndole ellos, se elevó, y una nube le ocultó a sus ojos. Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en Él, que se iba, dos varones con hábitos blancos  se les pusieron delante y les dijeron: Varones galileos, qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo vendrá …

A mí me pasa lo contrario que a los teólogos: tengo gran dificultad para discernir que un milagro sea más o menos importante que otro. Ellos, en cambio, siempre están dispuestos a resolver el misterio de un milagro con otro, y así sucesivamente.


Hay que ver lo difícil que debe ser resucitar o que le resuciten a uno cuando está muerto, pero ¿qué me dicen de que alguien suba al cielo delante de tus narices hasta que dejes de verlo ascender porque te lo tape una nube?


¿Es que en el primer siglo de nuestra era la gente ya sabía dónde está el cielo? Porque así cómo el infierno sí sabemos, desde el Concilio de Trento, que está en el centro de la tierra, es decir, justo a mitad de camino entre Madrid y Wellington, del cielo no tenemos noticia, que yo sepa.


Por cierto, Julio Verne no confirmó que el infierno estuviera allí, cuando sus personajes de Viaje al centro de la tierra fueron hasta él en 1864.


Los de la NASA tampoco deben de saber dónde está el cielo a menos que se lo hayan preguntado a los teólogos (ya se sabe que no hay disputa entre la fe y la ciencia), pero lo que sí saben es lo que cuesta elevar una nave espacial, porque está claro que ellos no disponen de las facilidades que disfrutó Elías para subir al cielo en un carro de fuego tirado por caballos de fuego.

En II Reyes, 2 – 11, leemos:


Siguieron andando y hablando (Elías y Eliseo, éste sucesor de aquel) y he aquí que un carro de fuego con caballos de fuego separó a uno de otro, y Elías subía al cielo en el torbellino (remolino de viento [supongo que de aire bien caliente en este caso]).


Hasta lo que a mí se me alcanza, en la Biblia sólo se citan dos ascensiones al cielo: La de Cristo (Nuevo Testamento) y la del Profeta Elías (Antiguo Testamento). La de la Virgen, llamada Asunción por los teólogos para distinguirla de la de su Hijo parece que data de alrededor del siglo 6º dC. La distinción entre ambas denominaciones expresa, también según los teólogos, que Cristo subió al cielo por su propio poder mientras que la Virgen ascendió a los cielos gracias al poder de su Hijo.


Me refería antes a la disposición de los teólogos para resolver misterios explicándolos con otros misterios nuevos. Veamos el caso de los Misterios Gloriosos del santo Rosario, concretamente el 1º, la  Resurrección y el 2º, la Ascensión.


Pues bien, estos misterios, y los demás del Santo Rosario son denominados como tales por la Santa Madre Iglesia. Los católicos los justifican de la siguiente manera: La historia del Rosario se remonta al siglo XII. Fue la mismísima Virgen la que se le apareció a Santo Domingo de Guzmán en 1208 y le enseñó a rezarlo. El catecismo de la Iglesia católica adjetiva al Santo Rosario como síntesis de todo el Evangelio.


A ver, que venga alguien y explique el misterio de esa aparición misteriosa de la Virgen a santo Domingo.


NOTA.

     Antes me he referido a la Epístola de san Pablo a los Corintios, que evidentemente no estaba, cuando la escribió, incorporada a las Escrituras. Después sí lo está, tal como yo puedo leer en mi Biblia (BAC 1958) dividida en Antiguo y Nuevo Testamento.


Dice san Pablo en esa Epístola que Cristo resucitó al tercer día, según las Escrituras, es decir que hay que creerlo, sólo, porque en las Escrituras está profetizado. Y uno se pregunta si hay que atender a las  Escrituras cuando profetizan, con igual fe que cuando narran hechos (y no profecías) como lo del carro de fuego de Elías.


Hay que tener en cuenta que II Reyes es uno de los libros considerados como históricos, si bien los traductores dicen en su Introducción especial a los Libros Históricos, lo siguiente: “… no pocas veces la narración está lejos de ser suficientemente detallada y completa para darnos cabal conocimiento de los hechos. “


El lector no objeta al Autor Sagrado que no nos haya dicho cuántos radios tienen las ruedas del carro de fuego. No; seguro que dicho Autor Sagrado sabría a qué se está refiriendo el lector actual.