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En tiempos de San Pablo todo era mucho más teológico, aunque la guerra de verdad subyaciera en la relación de la Divinidad con el Pueblo elegido. Copio de mi Biblia y a propósito de II Tesalonicenses 2, su comentario sobre Daniel 10:

Los ángeles de Persia y Grecia luchan entre sí para defender la causa de los pueblos que tienen encomendados. Miguel, uno de los más altos príncipes y defensor del pueblo de Dios, toma parte en esta contienda a favor del pueblo santo. Según esto, el obstáculo que se opone a la aparición del anticristo sería este arcángel, príncipe de los ejércitos celestiales, que velan sobre la iglesia y la defienden.

Recuérdese que la existencia de los ángeles es dogma o verdad de fe. Y que hay 3 jerarquías que encuadran a los 9 coros angélicos.

La guerra de los judíos de Flavio Josefo, es una crónica totalmente independiente de los evangelios que constituye su contrapunto, la única fuente que nos permite contrastarlos, lo que explica la pasión que le profesan los especialistas de los orígenes del cristianismo.

Que un libro sea histórico sólo garantiza que fue escrito, en una fecha, por un autor y con un título. Pero ello no asegura también que su contenido esté lleno de verdades. Puede tener su ISBN y estar plagado de mentiras, errores o engaños.

Hay tres versiones de lo sucedido a Pablo en el camino de Damasco que contienen ligeras variantes y sobre las cuales piadosos exégetas han consumido una vida entera de trabajo.

La conversión de Saulo está recogida monográficamente por San Lucas en Hechos 9 con todo género de detalles, algunos intervinientes y las correspondientes visiones e inspiraciones divinas en éstos, como es habitual en el tercer evangelista. Pero no he encontrado esas supuestas tres versiones en todas las Epístolas de San Pablo.

Ananías y Safira mueren ante Pedro por mentir.

Como es sabido, los primeros cristianos ponían en común sus bienes para que los apóstoles los repartieran entre los fieles según necesidad. La afirmación que precede se refiere a un matrimonio que vende una posesión y escamotea una parte del importe de la venta, dejando sólo el resto para la comunidad que, al parecer administraba San Pedro. Como la descripción que se hace en mi Biblia, Hechos 5, 1-11 no tiene desperdicio, la copiaré íntegra:

y retuvo una parte del precio, siendo sabedora de ello también su mujer, y llevó el resto a depositarlo a los pies de los apóstoles. Dijole Pedro: Ananías ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo, reteniendo una parte del precio del campo? ¿Acaso sin venderlo no lo tenías para ti, y vendido no quedaba a tu disposición el precio? ¿Por qué has hecho tal cosa? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Se apoderó de cuantos lo supieron un temor grande. Luego se levantaron los jóvenes y envolviéndole le llevaron y le dieron sepultura. Pasadas como tres horas, entró la mujer [admirable la precisión de San Lucas], ignorante de lo sucedido, y Pedro le dirigió la palabra: Dime si habéis vendido en tanto el campo. Dijo ella: Sí, en tanto; y Pedro a ella: ¿Por qué os habéis concertado en tentar al Espíritu Santo? Mira, los pies de los que han sepultado a tu marido están ya a la puerta, y esos te llevarán a ti. Cayó al instante a sus pies y expiró. Entrando los jóvenes, la hallaron muerta la sacaron, dándole sepultura con su marido. Gran temor se apoderó de toda la iglesia y de cuantos oían estas cosas.”

¡Caray con este San Pedro! Va a haber que proponerlo para Santo Patrón de nuestras Administraciones del Estado, porque ¡hay que ver su eficacia en la lucha contra la corrupción!

El encuentro de Emaús lo relata únicamente Lucas.

Efectivamente aparece en Lc. 24, 13-35. Pero también en Mc. 16, 12-13 aunque Marcos no menciona el pueblo de Emaús que, por otra parte, es de identificación dudosa.

Ya en Roma “Pablo permaneció dos años enteros en una casa que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él; predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno.”

Sí, más o menos así termina mi Biblia los Hechos de los Apóstoles, con su Cap. 28, Vers. 30.

Ningún historiador piensa que Pedro, Santiago o incluso Juan escribieran las cartas que el Nuevo Testamento ha conservado con su nombre.