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Nada es más deseable que la ausencia de deseos: es lo único que proporciona el sosiego del alma. El budismo no anda muy lejos de esto.

Hombre, tampoco hay que caer en el fanatismo de no desear. Nuestra naturaleza está mantenida mediante un entramado de deseos inevitables: supervivencia, comer, beber, defecar, procrear, relacionarse, saber, etc. etc. con todos sus derivados. El problema no es ni siquiera desear lo imposible, que eso es bueno en la medida en que casi siempre conduce a satisfacer otras cosas posibles, útiles, deseables y no perniciosas. Lo malo son los deseos inmoderados, aquellos cuya satisfacción entra en conflicto con las personas o las cosas, la naturaleza en particular.


En todo caso, ojo con proclamas como esa, o como su contraria, en boca del establishment que toque en cada caso. Ejemplos simplificados:

“No es más rico quien más tiene, sino quien se conforma con lo que tiene”, dirigida a los pobres para que no se suban a las barbas de los ricos.

“No te conformes con lo que tienes. Tus deseos son órdenes para nosotros”, dirigida a la gente en general para que consuma, engorde el PIB, el empleo y, sobre todo la cartera de los forbianos.

Pablo estaba enfermo. Habla de ello varias veces en sus cartas, se queja de “una astilla en la carne”. Se han escrito miles de páginas sobre este asunto.

Yo no he leído esos miles de páginas, pero por lo que he podido captar llego a la conclusión de que San Pablo no padecía una enfermedad física, sino moral. No digería que sus hermanos en el fanatismo judío-ortodoxo no le perdonaran nunca su traición: la asociada a su caída del caballo. Es como cuando nosotros expresamos la metáfora  “tengo una espina clavada en mi corazón …” Él decía en II Corintios 12 - 7 “… fueme dado el aguijón de la carne, el ángel de Satanás, que me abofetea para que no me engría.”

Pablo, tras perder la vista, se quedó en Damasco tres días encerrado solo en una habitación, sin comer ni beber. Al tercer día un hombre le habló: “Pablo, hermano, el Señor me envía. Quiere que tu corazón despierte”.

¡Hay que ver lo que ha dado de sí lo de la paulina caída del caballo! No sólo para los pintores que son legión, sino para justificarse cualquier chaquetero de lo que quiera que sea, incluidos, claro está, y sobre todo, políticos, tránsfugas, etc. Pondré sólo un ejemplo:


Un día de 1954 estaba yo sentado en el asiento vecino al pasillo central del salón de actos de mi Colegio Mayor, cuando a mi lado pasaron, para inaugurarlo, Pedro Laín Entralgo (Rector de la U. Complutense), Joaquín Ruiz Jiménez (Ministro de Educación) y S.E el Jefe del Estado Francisco Franco.


Pasó un tiempo y Ruiz Jiménez dimitió. Siguió pasando el tiempo y él mismo fundó el partido Izquierda Democrática. Hubo quien pensó que había que dejar clara la cosa no fuera a ser que la izquierda no fuera demasiado democrática. Otros creyeron que alguien estaba chaqueteando y, por fin estaban los del cristianismo militante que aclaraban: “¡De los arrepentidos es el reino de los cielos!”


La verdad es que el relato de Hechos 9, 3-4 no habla del caballo: “Estando ya cerca de Damasco, de repente [Saulo] se vio rodeado de una luz del cielo; y cayendo a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”

En todo caso, es irrelevante que cayera a tierra desde un caballo o simplemente estando a pie. Copio lo que escribe el jesuita Pedro Miguel Lamet, autor de Pablo de Tarso. El esplendor de Damasco (La Esfera de los Libros):

Renán dice que se volvió loco. Un loco demasiado lúcido para trazar el plan más inteligente de marketing espiritual de la Historia del cristianismo. Lo que por todas las trazas experimentó fue lo que los orientales llaman una iluminación y los occidentales "ilustración" que equivale a ver claro. Por ejemplo, que Jesús le empujaba a predicarle no solo a los judíos sino a todo el mundo conocido de entonces.

La fe de Renan empezó a vacilar durante sus estudios en el seminario. Era gordo y bonachón. Fue uno de los hombres más odiados de su tiempo por los católicos.  Su Vida de Jesús, suscitó en 1863 un enorme escándalo.

Efectivamente, cuando yo era joven, la voz Renan siempre me era asociada a algo abominable, supongo que por pura inducción. Sin embargo, leyendo ahora su San Pablo veo detrás del libro a un autor meticuloso, respetuoso, concienzudo, indagador sincero de los escritos del santo, vamos, a alguien con las mejores cualidades de un historiador riguroso. Mucho me temo que los hagiógrafos oficiales de San Pablo, aunque no lo digan, han debido estudiarse a fondo esta obra de Renán.

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