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Ahora, en el hospital, aparte de curarte, te enseñan muchas cosas. Les voy a contar lo que he aprendido sobre Realidad Virtual en 10 días de internamiento.


Bueno, ya saben que realidad virtual es lo que vives cuando conectan tu cabeza con un ordenador rebosante de aplicaciones que, ni te imaginas lo que pueden dar de sí. Pondré cuatro ejemplos bien diferentes entre ellos.


El primero. Despierto, descansaba yo un día echado a lo largo de mi cama mirando el techo, liso a más no poder, cuando noto que su textura se me va apareciendo más detallada, con arrugas que antes no existían y curvas de empalme como las que deja el albañil que pasa cuidadosamente la llana sobre el cemento fresco. Era como si alguien estuviera aplicando un zoom al techo para que yo lo viera con más detalle.


El porcentaje de zoom aumentaba y lo que tenía delante era ya una especie de mapa de los que nos ofrece Google Earth. El efecto desaparecía en cuanto yo dejaba de prestarle atención.


El segundo. No es bueno estar mucho tiempo en la cama; sólo lo imprescindible. Al cuerpo hay que darle cuatro y para ello nada mejor que un cómodo sillón. En él descansaba una tarde con atención difusa, mirando la pared de enfrente o el suelo. En esa postura el techo no ejerce ningún atractivo.


Pues bien, entonces reparé en que el suelo, muy útil para apoyar los pies, estaba adornado con un discreto moteado de puntitos de colores diversos. Atento a ese detalle veo que los puntitos empiezan a moverse; al principio, como los niños pequeños en el recreo, que se mueven como las moléculas de un gas; sin solución de continuidad, los puntitos, según se mueven, van tomando forma de figuras humanas mientras se mueven con el dinamismo de futbolistas pero ocupando, pegados unos a otros, todo el terreno de juego. En otra ocasión la escena no era de futbolistas, sino de jóvenes bailando con sus extremidades en movimiento convulso.


La fiesta se acabó cuando yo dejé de interesarme por ella.


Caso tercero. En esta ocasión yo no estoy en estado de vigilia, sino dormido, en la cama. Me dormí pensando en unos .doc de los míos que tenía que revisar para subirlos a mi sitio Web. Como en sueño freudiano se me mostraban en una vertical para que alguien pudiera hacer una presentación con ellos.


En conjunto, me parecieron ser de los que necesitaba, por  su formato, tipografía y composición que tan bien recordaba de mis escritos. Pero no entendía bien el que tenía a la vista, y era incapaz de leerlo, así que cogí el papel entre mis dedos pulgar e índice de la mano derecha, por su esquina inferior derecha, para acercármelo, tirando de él.


No podía leerlo a pesar de todo; los conjuntos de letras y palabras formadas con ellas constituían  algo insólito: Aunque eran de la fuente Cambria que yo uso, no se correspondían con ningún idioma conocido.


En vista de todo ello, tiré suavemente hacia mí del documento para forzar el zoom; entonces  me desperté. Mientras me despertaba sentí en las yemas de mis dedos el roce del papel con tal realismo que me quedé sorprendido al comprobar, una vez despierto totalmente, que entre ellos no había nada.


Con el cuarto caso volvemos al techo. Esta vez todo el techo iba deformándose suavemente desde su posición natural a una situación semejante a la que se produciría si alguien situado detrás y por encima de él, lo estuviera inflando. El inflado podía llegar a ser tan notorio que el techo se acercara a un metro de mis narices.