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QUIÉN hay detrás

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Sigamos con el cuadro borbónico de familia. Entre 1808 y 1813 se metieron en una coctelera grande todos estos ingredientes para ser agitados  intensamente: Carlos IV, Napoleón I, Goya, Fernando VII, el Empecinado, Beethoven, Dupont, Wellington, José I (en un caldo de afrancesados / as: “La señora marquesa tenía un tintero donde mojaba la pluma José Primero”), San Martín, Murat, las Cortes de Cadiz, Tchaikovsky (con retraso) y Castaños.


Los ingleses detuvieron la agitación de la coctelera poniendo a dormir a Napoleón en Santa Elena. Así pudo ocurrir que en 1814 Fernando VII, el deseado, fuera repuesto en el trono de España. A partir de ese momento se trocó, por absolutista, de deseado en indeseable. Lo único positivo que encuentro en su reinado es que en 1819 inauguró el Museo del Prado.


Más últimos borbones. Le toca el turno a Isabel II (1830-1904). 35 años de reinado desde que tenía 3, edad a la que fue jurada Princesa de Asturias. Ascendió al trono de España a la muerte de su padre y con su madre como regente hasta 1840; siguió la regencia de Espartero hasta 1843. Las cortes decidieron adelantar su mayoría de edad y a los 14 años juró la Constitución ante las Cortes.


Cuando tenia 16 años el gobierno acordó casarla: Todos los partidos y grupos de presión, políticos y militares se apresuraron a buscar candidato, incluidas las potencias europeas más notables que exigieron a Isabel II casarse con un borbón de escasa personalidad que no habría de meterse en política. Su primo carnal que lo era por partida doble fue el elegido, bien a pesar de la futura reina, que no lo quería. Al final, la que tuvo fama de ninfómana se casó con un homosexual declarado, con lo cual nos quedamos sin saber quien fue el padre biológico de Alfonso XII pero, sabiendo que el homosexual lo era, ignoramos si la fama de la reina hubiera trascendido de haberse casado con un heterosexual convencional.


En todo caso, eso de la paternidad, don Quijote lo tenía muy claro en el capítulo 4,1: ”Cada uno es hijo de sus obras”.


En aquel maremágnum de alcoba, de intrigas y luchas entre políticos cuya ocupación se limitaba a pelearse entre ellos para ganar, resulta extraordinario encontrar a un personaje tan valioso y eficaz como el extremeño Bravo Murillo. En tan sólo cinco años (1847-1852) desarrolló una labor ímproba como ministro de Gracia y Justicia, de Fomento, de Hacienda y, como Presidente del Consejo de Ministros. Era abogado, filósofo, profesor universitario y Académico. No era un tecnócrata: era un hombre de estado que sabía utilizar las habilidades de otros a fin de hacer cosas que España necesitaba.


Por citar sólo unas cuantas de éstas: Ley de puertos francos para Canarias. Creación del BOE (Boletín Oficial del Estado). Concordato con la Santa Sede. Adopción del Sistema Métrico Decimal. Proyecto y ejecución de las obras del Canal de Isabel II para el abastecimiento de aguas a Madrid, una obra magna de ingeniería civil pionera en Europa. Nueva Ley de Funcionarios que remodelaba la Administración pública y reorganizaba los servicios centrales y periféricos del Estado. Creación de la Abogacía General del Estado, entonces llamada “de lo Contencioso”. Proyecto y ejecución de la completa red de carreteras radiales de España y de diferentes líneas ferroviarias.


Al final su gobierno cayó a causa de su cambio de tendencia hacia el absolutismo. En los 16 años siguientes se fueron larvando las bases de la Revolución de 1868 (La Gloriosa): crisis económica y financiera, de gobiernos, de descontento militar (principalmente de los generales políticos), de aversión a la monarquía de Isabel II (corrupción en la corte), de subsistencias …


La consecuencia inmediata de La Gloriosa fue el derrocamiento de Isabel II y su exilio a París. Subsiguientemente, el Sexenio Democrático (1868-1874) presagiaba ofrecer a España la solución democrática perfecta que se esperaba porque nunca antes se había dado entre nosotros.


Ese era el deseo, pero el resultado fue distinto: Fracasó primero el reinado de Amadeo de Saboya (1871-1873) que se fue harto de los españoles. Y fracasó a continuación la Primera República Española (1873-1874) cuyos dos primeros Presidentes también huyeron a París después de dimitir.


Figueras, el primer presidente de dicha República democrática federal (duró en el cargo menos de 5 meses), llegó a gritar cuando presidía un consejo de ministros:

«Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!» (y huyó a Francia).


Con el segundo presidente de la República democrática federal, Pi y Margall , las provincias, capitales, pueblos importantes y no importantes pasaron rápidamente a convertirse en repúblicas independientes. Pi y Margall duró poco más de un mes y también huyó a Francia, como su colega anterior.


De todo esto se deduce que los borbones han podido tener toda la responsabilidad que se quiera en los males de España, pero que no están solos en esa responsabilidad: han estado bien acompañados por todos los españoles y por sus representantes.


Me saltaré a Alfonso XII “El Pacificador” (1857-1885) porque no he visto que se hayan producido manifestaciones antiborbónicas delante del bello e imponente monumento erigido en su memoria y que se refleja en el estanque de El Retiro madrileño.


Y pasaré a ver qué ocurre con Alfonso XIII (1886-1941). Hijo póstumo de Alfonso XII, fue rey de España desde que nació hasta que se instauró la II República en 1931. Regentado por su madre hasta cumplir dieciséis años, en 1902 empezó su andadura constitucional como Jefe del Estado animado de los mejores propósitos según su propio diario de esa fecha. Diario que termina con una dramática premonición: “… pero también puedo ser un rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y por fin puesto en la frontera”.


Se casa en 1906 y, como aquéllos buenos propósitos parece que no eran del gusto del anarquista Mateo Morral, éste envolvió una bomba en un ramo de flores y se la lanzó a la real pareja al regresar de la boda. No afectó a los recién casados pero mató a tres oficiales y cinco soldados e hirió a más de catorce personas. En otro sitio he leído que los muertos fueron 23 y los heridos más de 100.


El atentado fue el aviso de lo que sucedería tres años después durante la Semana Trágica de Barcelona promovida por anarquistas, socialistas y republicanos.


Problemas: Resaca del desastre del 98. Eclosión del nacionalismo catalán. Descontento por la guerra de Marruecos (1911). Precariedad económica de las clases populares. Equilibrios de neutralidad en la 1ª Guerra Mundial (1914-18). Huelga General en 1917 (su protagonista principal fue el socialista Largo Caballero). El desastre de Annual (Marruecos, 1921). Golpe de Estado de Primo de Rivera y Dictadura (1923- 1930) con el favor de Alfonso XIII y la colaboración como Consejero de Estado, del socialista Largo Caballero, el que en 1933 fuera llamado por los suyos “el Lenín español”.


Primo de Rivera perdió la confianza del rey y en 1930 se exilió en Francia.

Y el Rey Alfonso XIII reconocía haber perdido la del pueblo español después de las elecciones municipales de 1931 y también salió para Francia esperando no volver. Según dio a entender, esperaba que los españoles fueran a ser muy felices y muy prósperos con la República…

Sería muy útil que los españoles conocieran la biografía de nueve páginas que el Nobel de Literatura y Primer Lord del Almirantazgo británico, W. Churchill escribió sobre Alfonso XIII. Copio solamente lo que dice el autor a propósito de las referidas elecciones municipales: