Estás en: Quevedo, Sueños y Discursos.

QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO


Pgs. 1    2    3    4    5

Pág. 48.- Yo, que en el Sueño del Juicio vi tantas cosas y en El alguacil endemoniado oí parte de las que no había visto, como sé que los sueños las más veces son burla de la fantasía y ocio del alma, y que el diablo nunca dijo verdad, por no tener cierta noticia de las cosas que justamente nos esconde Dios, vi, guiado del ángel de mi guarda, lo que se sigue, por particular providencia de Dios; que fue para traerme en el miedo la verdadera paz.

Así empieza el DISCURSO sobre El Sueño del Infierno. Resulta curioso ver lo que Quevedo dice saber sobre los sueños a pesar de no haber leído todavía a Freud: que son cosas que justamente nos esconde Dios. Dios nos esconde sus contenidos latentes en envoltura de contenidos manifiestos.


Otra cosa es que fuera cierto lo de que en este Sueño estuviera guiado por su ángel de la guarda. Más bien parece esto una ensoñación dentro del sueño. O que en la supuesta vigilia previa, Quevedo hubiera estado leyendo a Dante en su Divina Comedia y luego supliera al guía Virgilio por el ángel de la guarda.


No, en todo este DISCURSO no aparece ningún ángel, ni de la guarda ni de otra especie. Se ve que el único ángel de la guarda de que disponía Quevedo no estaba dispuesto a enfrentarse con la multitud de colegas malos que había de encontrar en el infierno. Virgilio no tuvo ese problema, así que Quevedo se las tuvo que ver él solo con todo género de diablos y de condenados.


Lo que es bien original es la forma en que Quevedo nos conduce a sus lectores a visitar el infierno. Parte de un estado paradisiaco en la tierra que, sin embargo, no satisface a los humanos que sueltan amarras de él para caminar vida adelante.

Pág. 48.- Ved cuál es de peregrino (197) nuestro deseo, que no halló paz en nada desto [el estado paradisiaco]. Tendí los ojos, cudiciosos de ver algún camino por buscar compañía, y veo, cosa digna de admiración, dos sendas (198) que nacían de un mismo lugar, y una se iba apartando de la otra como que huyesen de acompañarse. Era la de mano derecha tan angosta que no admite encarecimiento, y estaba, de la poca gente que por ella iba, llena de abrojos y asperezas y malos pasos. Con todo, vi algunos que trabajaban en pasarla, pero por ir descalzos y desnudos se iban dejando en el camino unos el pellejo, otros los brazos, otros las cabezas, otros los pies, y todos iban amarillos y flacos, pero noté que ninguno de los que iban por aquí miraba atrás, sino todos adelante. Decir que puede ir alguno a caballo es cosa de risa. Uno de los que allí estaban, preguntándole si podría yo caminar aquel desierto a caballo, me dijo:

—San Pablo (199) le dejó para dar el primer paso a esta senda.

(197) peregrino: extraño, raro.


(198) dos sendas: es el motivo clásico del bivium o bifurcación simbolizado también en la Y  pitagórica. También aparece en el Evangelio: «Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta

y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!» (San Mateo, 7, 13-14).


(199) San Pablo:  porque San Pablo fue derribado de su caballo cuando perseguía a los cristianos, en el momento de su iluminación. No se especifica en el texto bíblico que fuera en caballo, pero la iconografía es constante en este motivo.

Describe Quevedo pormenorizadamente los dos caminos, sus estrecheces y anchuras, sus cuantificados viandantes, facilidades, y lindos caballos en el de la izquierda y sólo asperezas en el de la derecha. Está claro que éste termina en el cielo y el otro en el Infierno. Quevedo tantea el camino de la derecha pero, haciéndosele demasiado costoso, se pasa al otro. De él nos dice: