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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Hay una pareja de personajes, hombre y mujer, muy significativos porque se me antojan trasunto de otros que hoy abundan cada vez más entre nosotros. Él se llama Clodio y ella Rosamunda; se llevan a matar; van condenados cada uno por su causa pero encadenados en común. Por la benevolencia de alguien quedan libres pero persisten en su desvío hasta la muerte que se les produce dentro de la novela.

… el maldiciente Clodio dijo: —Si todos los señores se ocupasen en hacer buenas obras, no habría quien se ocupase en decir mal dellos; pero, ¿por qué ha de esperar el que obra mal que digan bien dél? Y si las obras virtuosas y bien hechas son calumniadas de la malicia humana, ¿por qué no lo serán las malas? ¿Por qué ha de esperar el que siembra cizaña y maldad, dé buen fruto su cosecha?


Llévame contigo, ¡oh príncipe!, y verás cómo pongo sobre el cerco de la Luna tus alabanzas.


—No, no —respondió Arnaldo—, no quiero que me alabes por las obras que en mí son naturales; y más, que la alabanza tanto es buena cuanto es bueno el que la dice, y tanto es mala cuanto es vicioso y malo el que alaba; que si la alabanza es premio de la virtud, si el que alaba es virtuoso, es alabanza; y si vicioso, vituperio.

***

Rosamunda dijo: —El día que Clodio fuere callado, seré yo buena, porque en mí la torpeza y en él la murmuración son naturales, puesto que más esperanza puedo yo tener de enmendarme que no él, porque la hermosura se envejece con los años, y, faltando la belleza, menguan los torpes deseos, pero sobre la lengua del maldiciente no tiene jurisdición el tiempo. Y así, los ancianos murmuradores hablan más cuanto más viejos, porque han visto más, y todos los gustos de los otros sentidos los han cifrado y recogido a la lengua.


Encogió los hombros Clodio, bajó la cabeza y apartose de su presencia con propósito de no servir más de consejero, porque el que lo ha de ser requiere tener tres calidades: la primera, autoridad; la segunda, prudencia, y la tercera, ser llamado.

Las cosas de admiración

no las digas ni las cuentes,

que no saben todas gentes

cómo son.

Don Leonardo Valenzuela, alcalde de Linares, decía: Los cuernos y lo números los sabe el que los pone.

No hay carga más pesada que la mujer liviana.

Siguen ahora algunas extracciones que hago por mi cuenta sin explicar por qué, pero que vienen a cuento de lo que sucede cuando sucede lo que cuento.


PERIODISMO DE ALCANCE

Cervantes no pierde ocasión de colocar anclajes donde cree oportuno, para contextualizar el relato (eso sí, salpicándolo de su poco de hagiografía), cosa muy útil para los curiosos de la historiografía, ésta de encuadrar los sucesos. Nuestro autor fue sólo dos años menos longevo que Felipe II (71 años este rey), pero más que el padre y que el hijo del Rey Prudente (el rey suspicaz que diría T. Gautier).

Así pues, puede decir lo de ahora sobre Carlos V y lo que dirá después en relación con Felipe III:

… luego pasaron a preguntarle por nuevas de lo que en Europa pasaba y en otras partes de la tierra, de quien ellos por andar en el mar tenían poca noticia. Sinibaldo respondió que de lo que más se trataba era de … movimientos del Turco, enemigo común del género humano; dio nuevas de la gloriosa muerte de Carlos V, rey de España y emperador romano, terror de los enemigos de la Iglesia y asombro de los secuaces de Mahoma.

***

De allí a algunos días, llegó nuestro hermoso escuadrón a un lugar de moriscos que estaba puesto como una legua de la marina, en el reino de Valencia.

Antonio, dijo: —Yo no sé quién dice mal desta gente, que todos me parecen unos santos.

Ese hermoso escuadrón estaba encabezado por los protagonistas que se venían dando a conocer por el seudónimo de hermanos Periandro y Auristela (en realidad discretamente contenidos amantes Persiles y Sigismunda) que, como refuerzo a su ocultación se habían comprometido a ir peregrinos a Roma, no se sabe aún para qué, aunque al final se hará manifiesto. Los acompañaba un grupo de segundos actores.


Como todos los caminos conducen a Roma, éste que habían elegido los llevó a Valencia desde Lisboa en donde dejaron la nave que los traía desde el Septentrión.

—¡Ay, señoras, y cómo habéis venido como mansas y simples ovejas al matadero! [se dirigía a las damas del escuadróull —n -manifiesta querencia militar de nuestro autor-]¿Veis este viejo, que con vergüenza digo que es mi padre?, ¿Veisle tan agasajador vuestro? Pues sabed que no pretende otra cosa sino ser vuestro verdugo. Esta noche se han de llevar en peso, si así se puede decir, diez y seis bajeles de cosarios berberiscos a toda la gente de este lugar con todas sus haciendas, sin dejar en él cosa que les mueva a volver a buscarla. Morisco soy, señores, y ojalá que negarlo pudiera, pero no por esto dejo de ser cristiano.

Digo, pues, que este mi abuelo dejó dicho que, cerca de estos tiempos, reinaría en España un rey de la casa de Austria, en cuyo ánimo cabría la dificultosa resolución de desterrar los moriscos de ella, bien así como el que arroja de su seno la serpiente que le está royendo las entrañas, o bien así como quien aparta la neguilla del trigo, o escarda o arranca la mala yerba de los sembrados. Ven ya, ¡oh venturoso mozo y rey prudente!, y pon en ejecución el gallardo decreto de este destierro.

Este rey prudente no es el que conocemos como tal, sino su hijo Felipe III que en 1609 emitió el primer decreto de expulsión de los moriscos del Reino de Valencia.


Cuando Cervantes escribió el Persiles estaba en plena efervescencia la cuestión de los moriscos y su expulsión. Entre otras razones porque sobre todo en Valencia actuaban como quinta columna de turcos y berberiscos que hacían sus incursiones para llevarse cautivos con sus bienes a moriscos cristianos y cristianos viejos. Esto es lo que acaba de escenificarse.


MI suelto PARTICULAR

Ahora que hemos tocado Valencia en este largo peregrinar de unos amantes tan entregados y tan rodeados continuamente de situaciones amatorias varias, no puedo menos de lamentar que Cervantes no hubiera conocido la situación de otros amantes anclados como antípodas en el ecuador ibérico Lisboa / Valencia no ya peregrinos, sino separados por una guerra civil. ¡Qué endechas no se le hubieran ocurrido a nuestro autor para ilustrar el camino! Me estoy refiriendo, naturalmente, a nuestro egregio poeta Antonio Machado y a Guiomar, su amor de decadencia.

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