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Título: LOS TRABAJOS DE PERSILES Y SIGISMUNDA.

Autor: Miguel de Cervantes.

Edita, (431 páginas):

http://users.ipfw.edu/jehle/CERVANTE/othertxts/Suarez_Figaredo_Persiles.pdf




Lo primero que leí de Cervantes fueron sus Novelas Ejemplares. Tenía quince años cuando me dieron en Bachillerato un premio literario consistente en ese regalo. Ya de bien mayor, leí el Quijote cuantas veces me apeteció disfrutarlo.


Ahora, de viejo, leo el Persiles por la curiosidad que me provocó recientemente mi amiga, profesora  y poeta Mª Pilar Pueyo Casaus con la disertación que de la famosa obra de Cervantes hizo en la sede de la Asociación Española de Escritores y Artistas.


Me llevó a olvidar la peregrina imagen que yo guardaba de la novela en la que mi ligereza hacía aparecer a Persiles con un pico al hombro y a su compañera Segismunda, con una pala ocupándose de aquí para allí en trabajos variados; es un decir.


En realidad, la novela es un libro de aventuras y esta tal palabra es el sinónimo de trabajos. La aventura lleva consigo el trabajo de digerirla con las gracias y desgracias de que suele estar alimentada. Lo dice el propio Cervantes en esta novela:

… que, por la mayor parte, las buenas andanzas no vienen sin el contrapeso de desdichas, las cuales tienen jurisdición y un modo de licencia de entrarse por los buenos sucesos, para darnos a entender que ni el bien es eterno ni el mal durable.

De esto entiende mucho el académico Pérez Reverte que antes de académico fue aventurero: una cosa le llevó a la otra contando con la madera que ya tenía. A Cervantes le pasó lo mismo: hizo flotar su madera de escritor por todo el Mediterráneo, se alimentó de aventuras y terminó asentado en el trono Ñ de la Real Academia. El lector ya sabe que en la RAE hay sillas letreras a veces llamadas sillones, pero que, en todo caso no van más allá de la ñ minúscula. La mayúscula está vacante desde Gonzalo de Berceo hasta hoy, precisamente porque no es silla ni sillón: Es el trono que ocupa Miguel de Cervantes desde siempre y ya para siempre.


Cervantes pensaba que su Persiles era la mejor obra suya, y sus críticos, que no. Todos tenían razón, y yo voy a intentar demostrarlo.


Persiles tiene el mérito de haber dejado de ser una obra mediterránea en pluma de Cervantes para convertirse en nórdica sin perder naturalidad; no del todo, cierto, porque tiene personajes italianos, portugueses y españoles, pero también algún inglés e irlandés, daneses y otros más, así como escapadas al sur de Europa. A fin de que la palabra pueda fluir se han mezclado todos esos extranjeros con los isleños bárbaros locales para trocarse en bárbaros de nueva generación o en ardientes volvedores a su patria de origen. Pero lo fundamental se asienta en un terreno nórdico que absorbe lo meridional: Dinamarca, Escocia, Polonia, Inglaterra, Noruega, Irlanda, Islandia y hasta Groenlandia.


Otro mérito añadido para Cervantes: Tenía sobrada experiencia marinera sobre el Mediterráneo, pero no sobre los mares del norte de Europa; ésta sí la exhibe sobremanera Lope de Vega en su obra que da cuenta de su viaje alrededor de la Gran Bretaña con ocasión de su participación en la Armada Invencible.


A Cervantes se le nota, como a Montaigne que estaba al corriente de lo que los escritores españoles referían en sus aventuras americanas. De hecho, en este su Persiles aparecen en Trujillo, como personajes activos de él, figuras como las de Pizarro (Perú) u Orellana (Amazonas).


En el Persiles también hay crueles y estrambóticas creencias conducentes a sacrificios humanos en honor de los dioses y de las promesas de estos, pero perpetrados por los nativos bárbaros salvajes. Asimismo islas ricas en abundantes y saludables frutos, pero parejas con otras coronadas con el frío de la nieve, sin olvidar las largas noches boreales, los días de luz sin fin, o el mar glacial del norte de Noruega que aprisiona las naves entre su hielo.


Hielo que, por cierto, puede llegar a permitir el avance de un ejército polaco de piratas, gracias a lo buenos patinadores que son sobre él sus soldados …


Ha elegido nuestro autor un escenario isleño que recuerda mucho a la isla canaria de San Borondón que la tradición obliga a apariciones y desapariciones y que se presta mucho a la aventura por capítulos.


Navegando en mar abierto pueden aparecer a voluntad, islas habitadas o deshabitadas; pobladas mayormente por bárbaros en uso de flechas de pedernal o del fuego obtenido por frotamiento de dos palos, o por gente normal con rey y todo. Cervantes los llama bárbaros más bien que salvajes, como si este apelativo cuadrara mejor a los americanos de entonces que a los del norte de Europa que finalmente acabaron con Roma; en algún momento aludirá a los valientes godos.


Hay islas final de etapa para corsarios y cosarios; otras que hacen de mazmorras, recuerdan a la isla californiana de Alcatraz. Algunas, diríamos hoy que son como un motel de descanso en un largo espacio de carretera vacía. Además de las islas fijas están las flotantes, porque tal es también un navío que aparece en el horizonte o emerge de entre la niebla, que desaparece en puro naufragio (recordar la Tempestad, de Shakespeare, como traída al primer capítulo del Libro Segundo) o que la fortuna encamina coincidente con los anhelos de otros viajeros arrojados a una playa de nieve …


El relato es una sarta de cuestiones amorosas entrecruzadas (raptos. celos, traiciones, pasiones, desvelos, cuidados, encubrimientos, sospechas, promesas, chantajes, reencuentros casuales, envenenamientos…) mezcladas con asuntos navales, e hilvanado todo él por especies de cuentacuentos de sucesos más o  menos maravillosos pero con una particularidad nueva. Lo habitual de estos últimos (en el Quijote abundan los del tipo maravilloso-normal o los de encantamiento) es que pueda haber muerto alguien que forma parte importante del relato con lo que se da pie a nuevas consecuencias para continuar con una otra digresión así derivada.


Aquí, lo que puede ocurrir es que sea el propio contador quien desaparezca de escena a causa de la muerte que le produce la emoción insoportable de lo que termina de contar. Con ello se quita de en medio a un personaje que cubrió su papel y no es necesario para lo sucesivo de no ser por lo que contó. Así se afianza el dicho de que cuanto menos bulto, más claridad. Todo esto, no es que lo diga yo; fíjense en lo que dice Cervantes: