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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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La locura de Don Quijote no era como la del poseso del Evangelio. No le llevó a habitar en los cementerios pero sí en posadas de mala muerte que para él eran castillos encantados. Tampoco iba por los montes gritando o hiriéndose con piedras, pero sí gustaba de retirarse al campo en soledad para suspirar de amores o hacer penitencia.


Sin embargo hay otro loco de monte al que Cervantes llama “El Roto de la mala Figura” que da la casualidad de estar poseído por las malas hazañas de ése que hemos acabado de conocer como don Fernando.


Capítulo 23, Tomo 1


… Bajó el cabrero y en llegando a donde Don Quijote estaba, dijo:

-Apostaré que está mirando la mula de alquiler que está muerta en esa hondonada; pues a buena fe ha seis meses que está muerta en ese lugar. Díganme, ¿Han topado por aquí su dueño?

… Desde entonces [cuando haría cosa de seis meses el cabrero y sus compañeros le vieron por primera vez –al llegar a aquel intrincado lugar, el más áspero y escondido de Sierra Morena-] nunca más le vimos, hasta que desde allí a algunos días salió al camino a uno de nuestros pastores, y sin decirle nada se allegó a él y le dio muchas puñadas y coces, y luego se fue a la borrica del hato y le quitó cuanto pan y queso en ella traía, y con extraña ligereza, hecho esto, se volvió a entrar en la sierra.

Como esto supimos algunos cabreros, le anduvimos a buscar casi dos días por lo más cerrado de esta sierra, al cabo de los cuales le hallamos metido en el hueco de un grueso y valiente alcornoque.

Y estando en lo mejor de su plática paró y enmudeciose, clavó los ojos en el suelo por un buen espacio, en el cual todos estuvimos quedos y suspensos esperando en qué había de parar aquel embelesamiento, con no poca lástima de verlo, porque por lo que hacía de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin mover pestaña gran rato, y otras veces cerrarlos, apretando los labios y enarcando las cejas, fácilmente conocimos que algún accidente de locura le había sobrevenido.


Continúa la curación de un poseso.


Viendo desde lejos a Jesús, corrió y se postró ante él; y gritando en alta voz dice: ¿Qué hay entre ti y mí, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Por Dios te conjuro que no me atormentes. Pues Él le decía: Sal, espíritu impuro, de ese hombre. Y le preguntó: ¿Cuál es tu nombre? Él dijo: Legión es mi nombre porque somos muchos. Y le suplicaba insistentemente que no le echase fuera de aquella región.



Don Quijote no llegó a cuantificar como legión a aquellos demonios que por allí andaban, pero sí parece que le resultaban muchos.


Continua el Capítulo 47, Tomo 1.


-Par Dios, señor, respondió Sancho,- ya yo los he tocado; y este diablo que aquí anda tan solícito es rollizo de carnes, y tiene otra apariencia muy diferente de la que yo he oído decir que tienen los demonios; porque según se dice, todos huelen a piedra azufre y a otros malos olores; pero este huele a ámbar de media legua.

     Decía esto Sancho por don Fernando, que como tan señor debía oler a lo que Sancho decía.

- No te maravilles de eso, Sancho amigo, -respondió Don Quijote porque te hago saber que los diablos saben mucho, y puesto que traigan olores consigo, ellos no huelen nada, porque son espíritus; y si huelen, no pueden oler cosas buenas, sino malas y hediondas.

     Y la razón es que como ellos, donde quiera que están, traen el infierno consigo, y no pueden recibir género de alivio alguno en sus tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena.

     Y si a ti te parece que ese demonio que dices huele a ámbar, o tú te engañas, o él quiere engañarte con hacerte que no le tengas por demonio.


Continúa la curación de un poseso.


Como hubiera por allí en el monte una gran piara de puercos paciendo, le suplicaban aquellos diciendo: Envíanos a los puercos para que entremos en ellos. Y se lo permitió. Y los espíritus impuros salieron y entraron en los puercos, y la piara, en número de 2.000 se precipitó por un acantilado en el mar y en él se ahogaron …

Los porqueros … contemplaban al endemoniado sentado, vestido y en su sano juicio, el que había tenido toda una legión …


Sancho andaba siempre sobre el filo de la navaja en el que le mantenía su visión de la realidad (no se olvidaba nunca de su manteamiento en la venta) y la fe en lo que oía por boca de su amo, sustentado esto siempre por la promesa, que tampoco olvidaba nunca, de llegar a conde o gobernador de ínsula.


Vamos, que le pasaba como a los niños pequeños que cuando crecen y empezando a dejar de serlo, también empiezan a dejar de creer en los Reyes Magos aunque quieran seguir creyendo en ellos.

Sancho tenía razón. Aquel diablo que decía, no olía como puerco, sino como don Fernando, que era un señoritingo adonjuanado.


Se conoce que el escudero ya sabía que del azufre se deriva el ácido sulfhídrico, y de una piara, sus purines (los otros malos olores que dice).

Lo que no dice Cervantes es si Sancho se planteó la pregunta de quien pagó a los porqueros la factura de los 2.000 puercos ahogados. O, si la legión de espíritus impuros se disolvió en el agua del mar, como los cerdos, o salió burbujeante a la superficie como muy bien pudiera suceder en cualquier Libro de Caballerías. No hay que olvidar que los diablos, aunque espíritus atormentados, seguirán siendo espíritus siempre.


En fin, el misterio eclesiástico estará ahí permanentemente para resolver estos detalles menores.


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