REVISTA DE CIENCIAS Y HUMANIDADES DE LA FUNDACIÓN RAMÓN ARECES

Nº 1, Enero 2010

Aparte de otros contenidos, recoge cinco conferencias dictadas en su sede. De entre ellas, me voy a fijar en dos dada su solvencia y su proximidad a mi preocupación por los límites del crecimiento.


TÍTULO DE LA CONFERENCIA:

Muros o puentes (visiones alternativas de la integración regional en Norteamérica y Europa)

CONFERENCIANTE:

Douglas Massey, sociólogo especializado en población. Universidad de Princeton,  EE.UU.


Se trata de una conferencia muy instructiva y reveladora, con las siguientes virtudes:

- Como europeo, me ha descubierto algo que, a pesar de haberlo vivido desde dentro, me había pasado desapercibido.

- Siendo estadounidense el conferenciante y teniendo la autoridad que le da su currículo, ofrece una visión de lo norteamericano que no es la común por estos lugares nuestros donde tanto se admira “el modo de vida americano”.

- Por fin, la aplicación que se desprende de la conferencia no ha de limitarse a resolver el problema que plantea (el de Méjico-EE.UU), sino que su tesis constituye el punto de partida para implementar el Nuevo Paradigma que ha de sustituir al actual modelo de crecimiento sin fin.


Atendiendo a la fidelidad debida, voy a copiar los dos primeros párrafos de la conferencia que constituyen el núcleo de su desarrollo:

Hay dos modelos de integración regional: el modelo europeo y el modelo americano. El modelo europeo tiene objetivos sociales, políticos y no solamente económicos. La meta de la Unión Europea es crear una unión estable y próspera con derechos comunes y libertad de movimientos de todos los ciudadanos, de todos los países dentro de la Unión. Se toman acuerdos para reconocer la realidad de la inmigración laboral dentro de esta Unión. Y funciona bien.

Por el contrario, el modelo americano, es parcial e incompleto. Tiene objetivos muy limitados, económicos, pero no políticos ni sociales. La meta es crear una ventaja económica para el país dominante, es decir, los Estados Unidos, con pocos derechos transnacionales y movimiento limitado y restringido. Además, los Estados Unidos se reservan el derecho de tomar acciones unilaterales para impedir los flujos de mano de obra.

A continuación estudia los casos “paradigmáticos e instructivos”, además de paralelos, de España en relación con la UE, y de Méjico en relación con los EE.UU.

En España, para adherirnos a la UE integrándonos en la zona € hemos tenido que renunciar a bastantes cosas a las que estábamos muy apegados pero, a cambio, hemos accedido a un espacio político y social (libre circulación de mano de obra) en el que nos sentimos plenamente integrados. Por añadidura, aún podemos ver por ahí los grandes carteles que todavía nos recuerdan cuántas grandes, y aún pequeñas obras de infraestructura, se han llevado a término en nuestro país con la consecuencia a todos visible, de un gran avance social y económico para los españoles (solidaridad diacrónica -que diría Tamames- con visión de futuro).

Y ello debido a los “fondos de cohesión europeos” (de ajuste estructural) que los financiaron o cofinanciaron. Por supuesto, hemos tenido que abrirnos plenamente a las inversiones globales.

La relación de Méjico y EE.UU está continuamente en la primera página de los periódicos desde los tiempos de los “espaldas mojadas” que intentaban cruzar a nado el río Bravo (Tejas). Ahora, las recientes leyes aprobadas por el Senado con el patrocinio del Estado de Alabama, añaden a la emigración mejicana hacia el vecino del norte, barreras legales sobre las ya construidas barreras físicas de 700 millas que se extienden por los estados limítrofes: California, Arizona, Nuevo Méjico y Tejas.

Y todo, por qué? Pues, básicamente, porque Méjico, a pesar de haberse abierto previamente, como España, a las inversiones extranjeras (léase norteamericanas) no tiene, según contrato, derecho a la libre circulación de su mano de obra por los EE.UU. Ni siquiera se contempló la posibilidad de que ocurriera como en España / UE: que al crecer el nivel de desarrollo en nuestro país, nuestro trabajadores prefirieran quedarse en España en vez de emigrar a Europa; e incluso que se produjera en España la inmigración de retorno correspondiente a la emigración precedente.

Hay que añadir que esto costó a la UE miles de millones de €. Se hizo y funcionó perfectamente. Al igual que ha vuelto a ocurrir con los otros países que se han ido adhiriendo a la UE.

EE.UU está propiciando un progreso de nueva integración económica desde Méjico a Canadá, pero al mismo tiempo y, unilateralmente, insiste en la separación del mercado de la mano de obra al extremo de militarizar su frontera con Méjico. En vez de gastar dinero en fondos de cohesión para que Méjico se pueda adaptar a la nueva situación mejorando su capacidad productiva asentando así a la población, se lo gasta en militarizar la frontera para evitar que entren emigrantes en los EE.UU: Es el fracaso completo de “un tratado negociado por los norteamericanos para ser más o menos predatorio con los mejicanos … Ello ha provocado, entre otras cosas que el maíz de los EE.UU esté inundando los mercados de Méjico y los pobres agricultores mejicanos no puedan competir” (el conferenciante dixit).

También ha provocado que no se produzca, como ocurrió en España, una beneficiosa inmigración de retorno. Y que el destino de la creciente emigración mejicana que, tradicionalmente ha sido hacia los cuatro estados limítrofes, hoy se haya extendido, prácticamente, a todos los estados de la Unión. Lo que era un problema regional, se ha convertido en un problema nacional para los EE.UU. Por supuesto, otra consecuencia de calado socio-económico es que, la presión de la inmigración ilegal, ha forzado a la baja los salarios de los trabajadores documentados.

Qué podemos hacer? se pregunta el conferenciante. Para mí, la respuesta está clara,  añade: Adoptar Europa como modelo. Que, por cierto, cumplido con España, Portugal y Grecia el compromiso de transferencia de fondos estructurales para el desarrollo, viene ampliando ahora el mismo esquema con relación a Polonia y los países de la Europa Oriental. Y termina el conferenciante:

Si Europa puede hacerlo con Polonia, Rumanía, con la República Checa, con todos estos países que están en el mismo nivel de desarrollo que Méjico, los EE.UU, el país más rico del mundo, con la economía más grande del mundo, puede hacerlo con Méjico. Para ello se requiere un cambio de mentalidad. Pensar en los mejicanos como “nosotros” en vez de “aquellos”. Pensar en una sociedad norteamericana común, que compartimos Canadá, los EE.UU y Méjico, formando una unión, una sociedad norteamericana.

Y ahora me voy a referir a la tercera virtud que asignaba a esta conferencia al comenzar la reseña.

Efectivamente, el modelo europeo, y no el americano, es el que debe servirnos para implantar una alternativa de estabilidad universal al presente sistema económico que no se sostiene si no es creciendo continuamente.

Claro que, para ello es preciso, además, un cambio de mentalidad, también global, porque el modelo europeo tiene inoculado, como el americano, el virus del crecimiento sin fin. Este modelo europeo podría ser una mejor alternativa a aquella especie de Plan Marshall que yo recogí de Tamames en mi conferencia del Ateneo de Madrid.

Como decía entonces, se trata de asentar las poblaciones del Tercer Mundo en su propio hábitat una vez conseguida su transición demográfica (su estabilidad poblacional), manteniendo su crecimiento hasta el nivel de dignidad humana que ahora no tienen y merecen. A partir de ahí se establecería un sistema de vasos comunicantes entre los países emisores y receptores de fondos de cohesión hasta crear una comunidad humana lo suficientemente homogénea y estabilizada que permitiera a los naturales de todos los países (los actuales pobres y los actuales ricos) vivir dignamente teniendo atendidas sus necesidades de crecimiento material imprescindible y de desarrollo espiritual ilimitado. Nadie necesita, ni el rico ni el pobre, un yate de 12 metros para ser feliz.

En todo caso, ni yo ni nadie es quien para dictar los límites de la felicidad. Siguiendo con la caricatura de los yates, parece evidente que es la propia naturaleza la que determina que los cerca de 7.000 millones de pobladores del planeta que somos ya, estén impedidos de poseer esos yates … y otras muchas cosas superfluas.


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