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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Mirándola en silencio es otra visión donde lo que oculta la niebla es algo mucho más profundo. A mi vez, voy a mirarlo yo con algún detenimiento porque me llamó la atención al leerlo por primera vez para comprobar después que era clave en las antologías de nuestro poeta. Dice así:


        No habrá más luz, ni tiempo, ni esperanza,

        ni solución, ni vida, ni me importa-

        ría si no estuvieses tú por medio,

        ni la respuesta justa a esta injusticia

        nos será dada nunca.


        Nos iremos un día,

        dejando todo como está, dejándonos

        entre adioses y besos y hastanuncas,

        pues jamás volveremos a encontrarnos, jamás.


        No esperes más regresos,

        ni nostalgia, ni nada, ni hastasiempres,

        ni volver a abrazarnos ya, ni dime

        si te ha gustado el sueño que soñaste.


El poema tiene tres partes con sus fronteras marcadas por heptasílabos. La primera es una divagación de carácter general con una inserción personalista: en ella es donde el poeta, en silencio, mira a su amada. Formalmente ese paréntesis queda destacado por dos circunstancias: la pirueta de sustituir el adverbio de negación no por la conjunción copulativa ni, y la disección de la última palabra del verso, importaría. El consiguiente encabalgamiento transforma un no importa, presente en los años 80, por un importaría de más trascendencia temporal.


El poeta se deja llevar por un sentimiento nihilista sin solución. Que los de la poesía social no busquen los tres pies al gato de la injusticia: es la injusticia de la muerte. La injusticia no es que millones de seres mueran en guerras, hambrunas, exilios o catástrofes: la injusticia consiste simplemente, y nada menos, en que mueren.


La otra injusticia es otro cantar: el que se entona dentro de La verdad y otras dudas, por ejemplo en Romance del catecismo de mi infancia o en Canción del Pozo del tío Raimundo.


Rafael Montesinos no es indulgente con quien haya de responder de la injusticia sustancial. No se conformaría con una respuesta para salir del paso, incoherente, ambigua, dudosa, sospechosa, poco clara o interesada. Exige una respuesta justa, esto es, exacta, que no tenga ni más ni menos que lo que debe tener.


El daño que empieza a verse infligido al amor en la primera parte, se explicita en la segunda. No es una cuestión personal: además del amor, las víctimas son los enamorados. El jamás a que condena la separación queda remachado con otro al final del verso último, por si quedaba alguna duda: ese jamás que convierte en alejandrino al único endecasílabo que dejará de serlo en contraste con todos los demás que constituyen la estructura del poema.


La tercera parte no salva nada de la ruina. Como en Dante, renuncia a toda esperanza: la del abrazo, la de los sueños y lo peor, la de la comunicación, el intercambio amoroso.


No voy a recrear ahora a todo Montesinos porque es empresa excesiva, pero tampoco quiero quedarme en su nada, porque sería injusto. Uno de sus últimos poemas, Las cuatro esquinitas de mi cama, de La vanidad de la ceniza, lo termina con una estrofa que, a buen seguro, suscribiría Antonio Machado, el gran admirador de Unamuno o el propio vasco, español, universal:


        Estoy dudando, rezando,

        Señor, pidiéndote ayuda.

        Gracias por haberme dado

        la libertad de la duda.


Y yendo hacia atrás, la esperanza. Coincidiendo con el casamiento de nuestro poeta con quien sería su musa y su amor eterno por verdadero, Marisa Calvo, le sobreviene el periodo más fecundo de su obra, precisamente, el de País de la esperanza. El soneto Os dejo mi esperanza todavía es de una fuerza expresiva, de una honda belleza, de un contenido tan profundo, que no puedo evitar copiarlo.


        Os dejo mi esperanza todavía;

        no os dejo lo que fui, que lo que he sido

        -yo que lloraba todo lo perdido-

        por perdido lo doy con alegría.


        Os dejo lo que espero: la agonía

        del porvenir, el tiempo no venido.

        Y esperará -lo tiene prometido-

        aun contra la esperanza la fe mía.


        Desnudo he de cantar, porque el destino

        de la vida, al final de todo, es irse

        llena de fe, desnuda como vino.


        La vida es pobre, pero Dios la ampara.

        Solo vence quien sabe presentirse

        terco en el tiempo, la mirada clara.


Seguro que Marisa se estremecerá de amor y de esperanza al escuchar los cuartetos del soneto de Rafael Más allá de mí mismo:


        Más allá de mí mismo he de quererte,

        más allá de mi nombre y de mi olvido.

        Vuelve a estos versos cuando me haya ido

        con la dulce esperanza de la muerte,


        y hallarás otra vez mi amor, inerte

        el cuerpo ya, más vivo en su latido

        este paciente corazón herido

        del mucho tiempo que ha tardado en verte.




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