QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Título: MONTAIGNE.

Autor: Stefan Zweig.

Edita: Acantilado (111 páginas).


Después de haber leído los Ensayos de Montaigne, cae en mis manos la biografía que del autor francés hace Stefan Zweig. De ésta me sorprende una cosa. Montaigne, en su obra, habla de todo lo habido y por haber, pero Zweig sólo habla, fundamentalmente, de una cosa relacionada con su biografiado: de la búsqueda de su YO y de la libertad como expresión de su personalidad (la de Montaigne) y como medio para gestionar su propia esencia.


Así resulta que el opúsculo de Zweig más que una biografía cabal, es una hagiografía. Todo apunta a que biógrafo y biografiado son harina del mismo costal: Yo y mi libertad por encima de todo. Un sofisma de primer orden que Ortega habría de moderar con su célebre yo y mi circunstancia.


La biografía de Montaigne se puede construir desde sus cartas mejor que a partir de sus Ensayos. Al final de sus días contesta a Enrique IV, el rey que fuera hugonote (o sea, protestante francés) y convertido después al catolicismo gracias a la intervención del propio Montaigne, en estos términos:

Nunca he recibido ningún bien de la liberalidad de los reyes, como tampoco lo he pedido ni merecido … Soy, Señor, tan rico como deseo ser… No he metido la mano ni en los bienes ni en la bolsa de francés alguno, y no he vivido sino de la mía …

Es decir, el YO TOTAL. A Zweig se le escapa una circunstancia no menor. ¿Qué ha hecho Montaigne para merecer esas buenas cualidades de las que alardea en esa carta? Fundamentalmente, dos cosas: Heredar y utilizar durante diez años la herencia para escribir y publicar sus Ensayos. Son estos una obra importante, bien escrita, interesante aunque abundante en contradicciones.


Me fijaré ahora en la herencia. Su padre se la trabajó a fondo con un negocio de pescado, y su madre, descendiente de una familia judía conversa dedicada a las finanzas, original de Zaragoza, aportó una importante dote. Igual que heredó la torre de marfil de su castillo a la que se retiró para dedicarse sólo a sí mismo, bien apartado de familia y hacienda, también heredó de su padre la dolencia de sus cálculos biliares que le llevaron al borde del suicidio. Stefan Zweig entiende bien de esto porque él sí que se suicidó antes de terminar esta breve biografía que nos ocupa. También heredó Montaigne, para añadirla a su biblioteca, la de su amigo de la Boetie.


El tema del suicidio lo trata ampliamente Montaigne en sus Ensayos de la mano de su admirado filósofo el estoico Séull Žneca, también suicida. Los filósofos suelen tratar el suicidio como un acto supremo de libertad, es decir como algo muy liberal, que es lo que era Montaigne.


Nuestro autor concede, resonando con Montaigne:

… somos por educación esclavos de las costumbres, de la religión, de las ideologías; respiramos el aire de la época.

Pero resulta un contrasentido que, un hombre tan libre como el autor francés se comporte como un esclavo de su religión. Se acusaba en confesión (tenía su propio confesor) de haber ayudado a un príncipe hugonote (el futuro Enrique IV, rey de la Navarra anexionada a Francia, y nacido en el castillo de Pau). No sé si la penitencia impuesta (secreto de confesión) consistió en que Montaigne debería conseguir que el rey se hiciera católico, pero el hecho es que se hizo, haciendo recordar al mundo entero su famosa frase “París bien vale una misa” que le valió a Enrique IV el trono de Francia.


¿Qué más hizo Montaigne? Pues hizo siempre lo que le dio la gana, por mor de su concepto de libertad. Cansado de buscar su Yo en la soledad de su torre, decidió que debía buscarse en otros ámbitos, por ejemplo, viajando al extranjero. Se montó un viaje de cerca de dos años por Europa del tenor de pura serendipia: Aparentemente no iba a buscar nada concreto. Iba más bien a ver qué encontraba. Todo esto, en teoría, porque en la realidad lo que buscaba, una vez más, era el encuentro consigo mismo, pero ahora en un ámbito nuevo. Por eso el viaje debía entrañar un punto de soledad. Lo cual, para empezar se contradice con la realidad.

Esta vez se trata de un viaje en toda regla, sin otro objetivo que la eterna búsqueda de sí mismo.

… Me causaba tanto placer viajar, que odiaba la mera aproximación al lugar donde había planeado quedarme y fraguaba diferentes planes para viajar solo, a mi antojo y a mi entera comodidad.

… No es la partida de un gran señor, pero el séquito es considerable.

Sí es un gran señor el que viaja. Y no viaja solo sino con un nutrido acompañamiento. Lo acompañan también algunos ejemplares de su obra que regalará a quien se lo merezca (el rey Enrique IV, por ejemplo). Asimismo obsequia con su escudo de armas cuando hace falta epater le bourgeois.


Resumiendo: Me gustan más los Ensayos de Montaigne que su biografía por Stefan Zweig.