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O sea, que Montaigne jugaba muy bien las cartas de su tiempo: la religión y la política (fue alcalde de Burdeos). Y otra que dominaba con sobresaliente: la zalamería rayana en  el servilismo según se aprecia en la terminación de su segunda carta dirigida también al rey Enrique IV diez años después de la anterior, y dos antes de su muerte. Lo cual no estorba para que podamos apreciar su firmeza y dignidad ante el rey.


Lo que hice por sus predecesores, mayormente por Vuestra Majestad lo haré. Jamás alcancé ningún beneficio de la liberalidad de los reyes, como tampoco los solicité ni los merecí, y no recibí ningún estipendio de los pasos que di en el servicio de ellos, de los cuales Vuestra Majestad tuvo algún conocimiento. Soy, Señor, tan rico como deseo. Cuando haya agotado mi bolsa en París junto a Vuestra Majestad, tendré la osadía de hacérselo saber [cosa a la que no hubo lugar porque Montaigne murió a los dos años de escribir esta carta y cuatro antes de que Enrique IV entrara en París], y entonces, si Vuestra Majestad me juzga digno de que permanezca más tiempo entre los de su séquito, podrá hacerlo con facilidad mayor que si se tratara del menor de sus oficiales.

Sire, ruego a Dios por vuestra prosperidad y salud.

Vuestro humildísimo y obedientísimo servidor y vasallo


Claro, hay que tener en cuenta que esto del servilismo de los escritores era fruto del tiempo. En mi estudio sobre los sonetos de Shakespeare digo:


Parece que era costumbre entonces que los escritores se arrimaran a la nobleza con adulatorias alabanzas, para publicar. También Cervantes dedicó su Quijote al duque de Béjar con bastante más untuosidad que lo hicieran Shakespeare o su editor.


De los tres escritores, Montaigne, Shakespeare y Cervantes, este último era el más pobre y por tanto el que más debía trabajarse el mecenazgo. Montaigne era rico por su casa y no necesitó ayudas para publicar, así que hay que pensar que lo que hoy vemos en él como expresión del zalamero seguramente sería entonces la marca del hombre educado. He aquí un retazo de la dedicatoria de Cervantes:

En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia … como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes … he determinado de sacar a luz el Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico la reciba agradablemente en su protección … que poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fio que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.



Ya hemos visto cómo Montaigne era un católico practicante que tenía su confesor y todo. A este propósito quiero traer a colación lo que tengo escrito en algún sitio “Había quien destacaba, en materia religiosa, estas denominaciones: catolico-romanos (designación aplicada hoy a los católicos en Inglaterra), católicos, cristianos, católicos practicantes, cristianos comprometidos, cristianos sociológicos, católicos acostumbrados, cristianos de base, etc.” Montaigne sabía muy bien cómo la costumbre influía en las convicciones y en las creencias.

Tengo un amigo muy católico y muy practicante que me comentaba esto a propósito del Evangelio de San Lucas (Lc 1,26-38): Me sorprende que la Virgen se conturbara por las palabras que escuchó del ángel y no se sorprendiera de que tenía un ángel delante de ella … Copio del texto evangélico:

“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras …”

Puede ser que con la costumbre de oír repetido durante siglos el relato del Evangelista nos pase lo que le pasó a la propia Virgen: que encontremos tan natural que un ángel apareciera por allí.

De hecho, cosas así no eran infrecuentes en la antigüedad. Tenemos el caso, legendario o histórico, de Alejandro Magno, hijo de su madre Olimpia y de su supuesto padre Filipo de Macedonia que en vista de la realidad, se dijo que había sido engendrado por Zeus, cosa muy adecuada para un hombre que tenía tanto éxito en sus conquistas. Y que murió también, curiosamente, a los 33 años.

En De las costumbres Cap.22 L 1º, escribe Montaigne:


La costumbre es al par maestra violenta y traidora. Ella fija en nuestro espíritu, poco a poco y como si de ello no nos diéramos cabal cuenta el peso de su autoridad, y por suave que sea la pendiente por donde descendamos ocurre un día que ha dejado bien sellada su huella en nuestra naturaleza. Vémosla de tal modo violentar siempre las leyes de ésta, que cuando menos lo pensamos nos descubre un rostro tiránico, que carecemos de fuerzas para mirar de frente; Usus efficacissimus rerum omnium magister

La costumbre es en todo la maestra más hábil. PLINIO, Nat. Hist., XXVI. 2. (N. del T.)

Lo curioso es que Montainge, que es consciente del efecto costumbre, lo aplique a otras formas de creencia, pero no a la suya. Ello sólo demuestra que Plinio tenía razón. Sigamos leyendo a nuestro autor:

Estos efectos de la costumbre descúbrense todavía mejor en la impresión que produce en nuestra alma, donde no encuentra tanta resistencia. ¿De qué poderío no dispone sobre nuestros juicios y creencias? No hay opinión, por extraña que sea (y dejo a un lado toda la grosera impostura de las religiones, con la cual tantas naciones populosas y tantos personajes esclarecidos hanse visto dominados, pues en las religiones, estando por cima de la humana razón, es más excusable el extravío a quien por modo sobrenatural no se encuentra socorrido por el favor divino), que la costumbre no se haya implantado como ley allí donde bueno le ha parecido. No puede, pues, ser más justa esta antigua sentencia:

Vergonzoso es para un físico, que debe investigar sin descanso los secretos de la naturaleza, el presentar como testimonios de la verdad lo que no es sino costumbre y prejuicio. CICERÓN, de Nat. deor., I, 30. (N. del T.)


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