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TÍTULO: Ensayos.

AUTOR: Montaigne

Editorial Orbis, 1968, tres tomos.


Yo sólo tengo los dos primeros que acabo de leer completos. El tercero he podido leerlo en Internet. Pienso que con todo ello se me han sugerido cosas que intentaré poner en claro.


Como resulta que en este tiempo he tenido simultáneamente como libros de cabecera éste que comento y el Quijote, creo de utilidad hacer una comparación cronológica entre los autores de ambos libros.


Cervantes es ligeramente posterior a Montaigne (nació sólo 14 años después), pero ambos coincidieron en vida durante nada menos que 45 años. Todo este tiempo transcurrió en el siglo XVI. Cervantes fue 10 años más longevo que Montaigne, así que los últimos 16 años de aquel fueron del siglo XVII.


Montaigne habla de todo lo que se le ocurre: de la tristeza, de la ociosidad, de los mentirosos, del miedo, de la amistad, de los caníbales, de la soledad, de los olores, de la conciencia, de la crueldad, de la presunción, contra la holganza, de los pulgares, de la virtud, de la cólera, del arrepentimiento, de la diversión, de los vehículos, de la vanidad, de los cojos …


Y naturalmente, de muchísimas cosas más, siempre consideradas con seriedad y en profundidad y tomando pretexto en unas para evocar otras. Eso es lo que a mí me gusta hacer en mi Antropología de la vida cotidiana.


¿Qué son estos bosquejos que yo aquí trazo, sino figuras caprichosas y cuerpos deformes compuestos de miembros diversos, sin método determinado, sin otro orden ni proporción que el acaso?

Nos lo dice el autor en su capítulo de la amistad.


De los pulgares (Cap. 26)

En una de nuestras reuniones de los jueves en VIPS se suscitó, a propósito de nuestros tiempos de postguerra el tema de las pulgas de entonces, cuando no había insecticidas. Estábamos de acuerdo en que pulgar viene de pulga ya que estos afanípteros solían morir aplastados entre las uñas de nuestros pulgares si la captura había tenido éxito. El acuerdo duró hasta que nuestro latinista nos sacó del error en concordancia con lo que dice Montaigne en su Cap. 26:


Los médicos dicen que los pulgares son los dedos maestros de la mano y que la palabra pulgar viene de pollere (poder, valer mucho)… Dispensaban los romanos del servicio militar a los que tenían esos dedos defectuosos, o sólo uno de ellos, como si por esto no pudieran manejar las armas con acierto.

Alguien, cuyo nombre no recuerdo, habiendo ganado un combate naval, hizo cortar los pulgares a los vencidos para imposibilitarlos de guerrear y de manejar los remos.


Siempre que viajo en el metro me acuerdo de Montaigne al contemplar el pintoresco espectáculo de esos innumerables pulgares picoteando incesantes y ágiles sobre las LCD de sus dueños. Si Julio César, primero y Montaigne después, hubieran podido imaginar que los pulgares iban a resultar de utilidad para poner SMSs …


Hablando de Julio César hay que decir lo más importante tal vez, de este libro y de su autor.  Montaigne fue un latinista excepcional debido al interés que en ello puso su padre. Tanto, que su lengua materna era el latín gracias a que desde pequeño le asignó un preceptor alemán que no sabía francés pero sí mucho latín; hasta bien mayorcito no aprendió francés y eso, después de dominar el griego.


Ello, sin duda debió influir en su forma de escribir a base de periodos largos a lo latino, pero sobre todo en el acervo de conocimientos directos de que se nutrió acercándose directamente a todos los autores clásicos no sólo famosos o simplemente conocidos, sino muchos prácticamente desconocidos para la mayoría.


Montaigne fue el inventor del ensayo como género literario, pero es que además lo dotó de una peculiaridad exclusiva: la de apoyar su parlamento en un dicho, una expresión o una cita, de un determinado autor clásico que encaja tan justamente en lo que el autor quiere significar que, leyendo de corrido, apenas se da uno cuenta de si aquella apostilla es un añadido de alguien extraño o es propia del autor del ensayo. La cita es en su original latino o griego, de manera que el darla a entender al lector queda al arbitrio del traductor.


Y como ya dije que Montaigne toca todos los palillos, lo normal es que esas citas sean de contenido variado: histórico, filosófico, ético, religioso, etc. etc. Resulta asombroso que para cualquier cosa haya recordado que existe alguien de quien tomar prestada la ayuda de un aval clásico.


Montaigne es muy culto, está al corriente no sólo de lo clásico y de lo que esto contiene como sedimento de la lejana antigüedad, sino que está al día de los acontecimientos del momento: de las conquistas de los españoles en América, de las que él llama guerras civiles en su país (las que yo estudié como guerras de religión) o de las obras de escritores italianos recientes como Ariosto o Bocaccio.


El autor es además un estudioso muy reflexivo y observador que se interesa por todo y en todo profundiza. Así pues, aquellas citas no solo le sirven para apoyar una tesis suya, sino que las puede utilizar de pretexto para establecer distancias con filósofos o escritores.


No insistiré en la belleza elegante de su escritura y en sus abundantes recursos, pero a cambio mostraré, en margen amplio, lo que convenga para la comprensión del lector y para que éste sea quien juzgue la habilidad literaria de nuestro autor. Yo lo encuentro, con ser tan clásico, un tanto barroco, pero esto no es un demérito, naturalmente.


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