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Sobre los mocos


La primera vez que vi africanos abriendo zanjas en una ciudad, me llamó la atención. Fue hace muchos años en París, aunque hoy se pueden ver escenas semejantes aquí en cualquier sitio.


Cuando oigo a alguien quejarse de sus condiciones de trabajo por lo ofensivas, degradantes o insatisfactorias que puedan presentarse, siempre me acuerdo de mi amigo médico R. LL. que disfrutaba sacando con la máquina aspiradora los mocos de sus pacientes cuando taponaban peligrosamente las vías respiratorias.


Se complacía viendo al final cómo respiraba con satisfacción la persona sufriente. Era lo mismo que hacía la madre con el mocoso de su hijo.


Los mocos, por su aspecto y por su tradición han tenido siempre mala prensa; son desagradables y repelentes para los demás aunque aceptados incluso con complacencia por uno mismo, dado que prestan mucho juego. Cuando la naturaleza los ha puesto ahí es porque son útiles al organismo: imprescindibles, más bien.


Con gran sentido de la realidad, aquel mocoso le preguntaba a su padre: “Papa, ¿Pa qué tenemos diez deos en las manos si sólo tenemos dos bujeros en la nariz?”


Los mocos se asocian siempre con la nariz como primera etapa de lo respiratorio, pero asimismo  tienen mucho que ver con la boca y con los ojos. Como su principal papel es el de lubricante, también lubrican el agua de la saliva y el de las lágrimas. Además hacen de filtro para las impurezas que hay en el aire que respiramos.


Los tres componentes más importantes de la saliva son el agua, la mucina y la ptialina. Obsérvese que mucina tiene la misma raíz latina que moco; la mucina hace viscoso al bolo alimenticio para que se pueda mover bien por el tubo digestivo.


Las lágrimas también contienen una componente mucosa que lubrica el globo ocular. Cuando ésta resulta excesiva se acumula en el ángulo ocular interior en la forma sólida de legaña que no es otra cosa que un moco seco.


He hablado antes de los mocosos (no confundir con los moscosos que son unos días de vacación que un ministro apellidado Moscoso regaló a los de la Administración del Estado). Mocoso es el adjetivo que califica a algo con la composición o apariencia del moco. Por extensión, la palabra se ha elevado a la categoría de sustantivo atendiendo a quienes tienen más mocos que nadie: los niños. A los niños se les caen los mocos y a los viejos, la moquita. Ya se sabe, los extremos se tocan.


Por ampliación de la extensión son sustantivamente unos mocosos los que en un determinado grupo ocupan el rango inferior: un aprendiz en un oficio, un becario en la investigación, etc.


Naturalmente, el complemento del moco es el moquero. Éste es el nombre vulgar de la cosa; el científico es pañuelo. En tiempos remotos las viejas podían suplir el moquero por su delantal negro y en los medios rurales se llevaba mucho el conocido como ”pañuelo de cinco puntas”.


Cuando el pañuelo era sólo de cuatro puntas tenía esta otra aplicación: haciendo un nudo en cada una de ellas se conseguía un sombrero ajustado a la cabeza para protegerla del sol. La cabeza de los niños o las de los segadores cuando no había sombreros de paja y, también, la de los albañiles de andamio.


El “pañuelo de cinco puntas” era algo ingenioso, una especie de estornudo provocado artificialmente. Debía aplicarse al aire libre y consistía en lo siguiente: Inclinarse hacia delante desde la cintura. Taparse la nariz oprimiéndola entre los dedos pulgar e índice en posición de muñeca alzada. Hinchar la nariz desde dentro. Soplar fuertemente por la nariz hacia fuera mientras se sueltan repentinamente y hacia abajo los dos dedos. El resultado era, como ya se han imaginado, espectacular.


Luego había que limpiarse el exterior de las fosas nasales y del bigote con el reverso de la mano e incluso de la bocamanga; con ello dicha bocamanga podía verse adornada, después de varios usos, como con galón de brigada.


La historia de las despedidas está plagada de pañuelos ondeantes y lacrimosos. Lo cantábamos en el Campamento de la Milicia Universitaria:


Margarita el pañuelo sacó / cuando el tren hizo pi chaca cha / y una lágrima rodó, rodó, rodó / por su rostro angelical …


Esto era sólo una pequeña muestra de lo que pasaba con los trasatlánticos en las grandes estaciones marítimas. Esos trasatlánticos estaban dando ya sus últimas boqueadas, y los pañuelos ondulantes, también. Al final se sustituyeron éstos por rollos de papel higiénico que, retenidos por un extremo en manos de los despedidos eran arrojados a los despedidores para ver cómo el moroso arranque del buque estiraba el papel hasta dejarlo todo flotando en el agua.


Hoy, ya, ni moqueros, ni pañuelos, ni papel higiénico: nos apañamos con los clínex que nos permiten quitarnos los mocos y las lágrimas, pero no despedir a alguien.


Los médicos recomiendan la limpieza de nariz al grifo, mejor que al pañuelo convencional, al clínex o al pañuelo de cinco puntas.


Para terminar, copiaré de la Historia de España del académico de la Real Academia de la Historia Luis Pericot García, lo que dice a propósito de LAS REFORMAS INTERNAS durante el reinado de Carlos III: