Estás en: Mingote, una Antología del gesto

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Sexapeal no es exuberancia y descaro femeninos. He aquí dos gestos para atraer al hombre. Uno, con mirada desafiante, a los ojos, altiva, adornada con soltura corporal. El otro, apoyado en un tono muscular bajo con cabeza caída como promesa de una pasiva entrega. Después del primer gesto, todo es imprevisible, porque una cosa es el sexapeal y otra el laisser faire.

Ahora hay muchas facilidades para que los jóvenes se enamoren. El gesto de aproximación de él y los ojos en blanco de la chica -la llamada mirada celestial- lo dicen todo.

Antes, en cambio, el gesto de aproximación era mucho más difícil. Para el gomoso, el gesto era casi una gesta!

Tampoco hay que olvidar que siempre hubo el clásico triángulo amoroso con algún vértice en la inopia.

Es obvio que esto no es un requiebro amoroso, sino una gamberrada. Mingote ha plasmado aquí dos gestos típicos: el del masculino agresivo que se refuerza con las manos en los bolsillos, y el de la mirada a un objeto que se desplaza provocando el giro del rostro y aún del cuerpo.

El hombre, por su costumbre de trepar a los árboles, aprendió a confiar más en sus ojos que en su nariz. El olfato es el gran evocador de recuerdos. Por eso, en cierta tribu de Nueva Guinea, el amigo que se queda toca al que se va en la axila, y se frota para guardarse algo de él.

El olfato tiene relación con el sexo en los animales. Alguien asocia los perfumes al intento de nuestra sociedad puritana por eliminar olores corporales.

Maslow enseña que toda necesidad satisfecha no motiva. Ello se pone de manifiesto a medida que avanza el banquete. Nuestro tipo, de momento, aparece debidamente motivado dado su interés y fruición por la comida y la bebida.

Las necesidades del hombre, cuanto más primarias, se toman más en serio. Es raro hallar un gesto más serio que el de un niño mamando. El cuadro plasma la necesidad de alimentarse, y la de seguridad. El niño cierra el círculo que tiende la madre con sus brazos al aferrarse él a ella con el suyo.

La lectura es alimento espiritual y así induce un gesto de máximo interés y concentración.

      Mingote no se prodiga pintando niños, pero éste vale por todos. Su gesto de perplejidad, emparedado entre el geroglífico y el afán culturizante de la mamá, es sensacional.

      Gesto es no sólo lo que vemos en un rostro o en un cuerpo. Los llamados gestos efectivos son signos de pasados acontecimientos anímicos. Así, un escrito es la petrificación de algo ocurrido a alguien.

Por eso la grafología es arqueología fisiognómica a falta de una captura directa del gesto mientras se escribe.

El hombre registra con sus gestos todo contacto con el exterior, incluído el sonoro.

Y así podríamos seguir analizando gestos porque la producción de Mingote es inagotable. Pero hay que poner un límite, y nos lo impone este moro simpático que viene a gritarnos: Por favor, no me hableís más de gestos hoy! Ya he tenido bastante!

      Aquí se acaba el cuadro de Mingote que nos anunciaba su ujier medieval y picassiano.

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