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CARTA

A un amigo



En la tarde del primero de noviembre, 2021 volví a casa desde el hospital La Luz después de la última operación. Diagnóstico (doble): carcinoma diverticular (tumor que se sitúa en un divertículo hace tiempo formado en la vejiga) y vértebra estropeada pero según la RMN (resonancia magnética nuclear que me hicieron) sin consecuencias graves; solo las propias de mi edad que me obligan a ir encorvado con un brazo sujetando la espalda dolorida.


En cuanto a la vejiga, dos resultados positivos. Han logrado que cesara el sangrado; es asombroso cómo han conseguido que la orina bien roja que he estado produciendo durante meses se haya convertido en un líquido amarillento claro. Lo otro es que al resecar la pared de la vejiga no han necesitado profundizar en ella demasiado porque la parte  radical del tejido está limpia; no se llega al músculo de dicho tejido.


Mi asombro no es para menos: ¡Cómo es posible que en un canuto de diámetro tan pequeño (así debe ser para que pueda entrar en la uretra), quepan no sé cuantos subcanutos (luces, parece que los llaman, y que, a su vez, han de llevar dentro sus correspondientes actuadores) que permitan realizar con precisión delicadísima, funciones tan diferentes (no pasarse una décima de milímetro en la profundización al resecar)! Algunas que se me ocurren por su evidencia; seguramente hay más:


-Iluminación.

-Emisión de imagen (yo estaba viendo las que se producían durante la operación).

-Entrada continua del suero limpiador.

-Salida del material limpiado.

-Toma de muestras.

-Porta bisturís con sus actuadores.

-Extracción de materiales sólidos.

-Cauterización.

-Actuación sobre el globo de retención de la sonda en el interior de la vejiga.


Un poco de historia. Esta técnica se ha mejorado a lo largo de los últimos 40 años. Mi hijo Javier (ahora 61 años) ha entrado en ella, verán cómo.


Él, de 9 años llega con la familia desde Linares para vivir en Madrid. Problemas de acomodo escolar: al chico no le va eso de estudiar; probando en más de un colegio, termina su bachillerato elemental gracias a que conseguí que le aprobaran gratis la asignatura de latín; se trataba de uno de los colegios más famosos de Madrid.


Como estaba claro tanto para mí como para él que no iba a salir adelante por vía de estudio, nos pusimos de acuerdo para que al curso siguiente empezara en una estupenda escuela de formación profesional que hay cerca de casa, a un paso del hotel Claridge.


Allí pareció sentirse a gusto, pero había un inconveniente: también tenía que estudiar algo. Nuevo acuerdo paterno filial: probado (y rechazado) todo lo posible, el muchacho estaba dispuesto a ponerse a trabajar directamente, aunque solo fuera para constatar posibles diferencias de estado: estudiante - trabajador.


Pero también surgió otro problema: era menor y había que resolver la situación legalmente. Se consiguió gracias a que un vecino de casa era el director del Hotel Colón, y a que Goyo García Díez, el Director General de Trabajo, había sido mi compañero de clase en Bachillerato.


Con todo ello ya tenemos a mi hijo Javier sudando por cada pelo una gota durante un verano, trabajando de pinche de cocina en el hotel Colón mientras sus amigos disfrutaban de la piscina. Ya no hicieron falta más acuerdos paterno – filiales. El chico se buscó la vida y con 18 años está trabajando en un pequeño taller de aplicaciones electrónicas (calle Maíquez) especializado en comunicaciones: buscapersonas, antenas, etc. Parece que el taller debía de tener algún tipo de relación con la firma Fujitsu.


Después de patearse las azoteas de Madrid instalando antenas de televisión, nos sorprende Javier un día con esta noticia: “Mientras yo trabajaba, veo que un japonés, señalándome a mí, le dice a mi jefe: Quiero que este chico venga a Japón dentro de dos meses”.


Como tenía tiempo, se marchó mes y medio a Irlanda con el fin de aprender inglés. Y a Japón se fue para volver tres meses después. De Fuji volvió con muchas ideas; yo pude verle moverse con naturalidad por planos grandes como sábanas llenos de circuitos electrónicos debidamente ilustrados … ¡en japonés!


Con 20 años montó su propio taller en el que fabricaba cámaras de vídeo y endoscopios para uso en hospitales. Vendió más de 600 equipos. Orientaba a los cirujanos a pie de quirófano, en su aplicación.


Había algo en su producto que necesitaba mejorarse. Y se puso a ello. Pero nadie  le hizo caso porque era una tontería innecesaria, decían. Como nadie le apoyó, abandonó el negocio y se dedicó a otras cosas.


Hoy, cuarenta años después sigue siendo apreciado por los urólogos cirujanos de aquellos tiempos y por los que les han sucedido. Y ahora todos los equipamientos que se usan en urología quirúrgica tienen incorporada la mejora que él pretendió.


Yo he sido ahora el primer beneficiado de la familia por su experiencia y generosidad.


En otro orden de cosas te diré, Mariano, que hemos cambiado el estado de ayuda al matrimonio, que teníamos. De acuerdo con Mª Jesus y Javier que se están ocupando de resolver todo género de dificultades, bien complejas muchas veces y con una dedicación ejemplar, hemos pasado de tener una asistencia por horas a tener la ayuda de una mujer interna. Se trata de Aisha, una marroquí de 50 años con experiencia en estos menesteres. Y la cosa parece que funciona.

Luz