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Pgs. 1    2    3     

Hablaba antes del territorio inhóspito en que se asentó el estado de Israel: Lo que en el norte eran pantanos productores de malaria y en el sur el puro desierto. Ya sabemos lo que los Kibuts supusieron en la aventura creadora de los judíos. Asombra ver hoy aquellas zonas pantanosas convertidas en humedales perfectamente estructurados para acoger una inmensidad de variadas aves migratorias. Y qué decir del lado este del ángulo del Neguev. Ese lado es la frontera israelo-jordana; pues bien, de la línea fronteriza al interior de Israel, todo el territorio se ve desde el aire salpicado de cultivos, ya de intemperie, ya de invernadero; el riego por goteo ha hecho el milagro, igual que los plásticos (como los de Almería) que cubren las numerosas parcelas; el lado jordano se mantiene desértico. Y todo como consecuencia de que los judíos han sabido aplicar la ciencia a la agricultura, según dice nuestro libro. La ciencia y el empeño emprendedor, de riesgo y aventura, de los judíos.


Esta diferencia entre lo árabe y lo judío se aprecia también dentro de Israel donde asimismo habita una minoría de ciudadanos árabes (los posibles votantes árabes constituyen solamente el 15%, u 848.500 de un total de 5.656.705  de electores). Estos árabes están allí discriminados radicalmente ya que el estado donde están es, por definición, un Estado Judío. Por añadidura el Ejército los discrimina también, no sé si por razones de seguridad o de pura objeción de los propios árabes. Otra objeción al Ejército es la que ejercen los judíos ultraortodoxos. El resultado es que estos dos colectivos no se benefician de lo que tan bueno resulta para la ciudadanía israelí, que es la integración en la masa social, en el melting pot que mencionaba más arriba. Y la consecuencia de ello es que ambos colectivos, especialmente el de los árabes, tienen dificultades para encontrar trabajo. Es decir, hay en Israel dos colectivos un  tanto segregados que, aunque minoritarios, son importantes, y no contribuyen a la economía del país.


Tan sólo quisiera añadir que esa minoría de ciudadanos árabes está evolucionando tan rápidamente que Israel se está planteando, no ya admitir, sino impulsar la creación del Estado Palestino a fin de evitar el crecimiento árabe dentro de sus propias fronteras: los árabes tienen una media de 4 hijos por familia mientras la media de los israelíes es de 2,7. Añadiéndose además el hecho de que cada vez hay menos inmigrantes que quieran ir a Israel.


De todas maneras, a mí me parece exagerada la importancia que los autores conceden a esas dos minorías como causantes de un gran deterioro a la economía israelí. Naturalmente, tienen sus razones; simplificando mucho podría decirse que los árabes son unos indolentes que, encima, no dejan trabajar fuera a sus mujeres, y los ultraortodoxos, unos aprovechados. A éstos últimos se les concedió al principio la exención del ejército para que se pudieran dedicar al estudio a tiempo completo en los seminarios judíos (y de paso, para conservar el voto cautivo jaredí –colectivo ultraortodoxo-). Empezaron acogiéndose al chollo 400 estudiantes, y hoy ya son decenas de miles.


Lo que está en juego en estas apreciaciones es algo típico de la política ultra liberal: Hágase tabla rasa y que cada cual se las apañe como pueda. ¡Todos a seguir el creciente y trepidante ritmo de la economía, que es lo que se necesita para ser feliz!


¡Como si la felicidad se pudiera imponer por decreto! La política debe estar por encima del rasero, tanto  para evitar a los de la mamandurria como para subvenir a los que tienen limitaciones intrínsecas. No sé si los árabes israelíes están en este último caso, pero me imagino que donde sí están es en el servicio doméstico y otros trabajos inferiores que los judíos no cubren ya que tienen que quedar liberados para dedicarse plenamente a la creación y elaboración de ideas.


Me voy a referir ahora a cómo ve el libro el crecimiento económico en Israel. Copio: “Ben-David es uno de esos cuatro economistas entre los mejores del mundo que sigue en Israel (… tenemos dos premios Nobel de economía recientes y uno o dos de química …) y que está haciendo sonar todas las alarmas sobre el crecimiento económico continuado del país. Entre 2005 y 2008, Israel creció considerablemente más rápido que la mayoría de países desarrollados. Pero hubo una recesión unos cuantos años antes, así que, como dice Ben-David lo único que hemos hecho es volver al camino del largo plazo… Estamos donde teníamos que haber estado si no hubiéramos sufrido la recesión”.


Es un alivio ver que un sabio economista nos recuerda lo del largo plazo. Sin embargo no dice todo lo que tenía que haber dicho, esto es, que Estamos donde teníamos que haber estado si no hubiéramos sufrido la recesión y un crecimiento considerablemente más rápido que la mayoría de países desarrollados.


Porque el crecimiento exponencial cortoplacista tiene dos inconvenientes: que es exponencial y por tanto insostenible, y que su exponente es alto (cuanto más alto, mejor, dicen los crecimientistas), y por tanto conduce al colapso antes.


Pongamos cifras a las palabras de Ben-David. Supongamos que antes del año 2000 Israel venía teniendo un PIB constante de 1.000 y que del 2000 al 2005 ocurrió una recesión con crecimiento negativo de tasa t = -1% (razón de la progresión geométrica r = 1 + t / 100 = 1 – 1 / 100 = 0.99).

El PIB de los años sucesivos sería:

2000 (1.000); 2001 (990); 2002 (980,1); 2003 (970,3); 2004 (960,6); 2005 (951).


Supongamos asimismo que entre 2005 y 2008 hubo un crecimiento de t = 4 % (r = 1 + t / 100 = 1 + 4 / 100 = 1.04).


El PIB de esos años sería:

2005 (951); 2006 (989); 2007 (1.029); 2008 (1.070).


Supongamos, por fin, que entre 2008 y 2012 el PIB se estabilizó al valor de 1.070. Ello indica que en 12 años se pasó de un PIB de 1.000 a otro de 1.070, es decir:


1.070 = 1.000 r 12-1     ;     1,07 = r 11     ;     log 1,07 = 11 log r     ;     log r = log 1,07 / 11 =


= 2,67  10 --3       ;      r = 1,006


que supondría una tasa de crecimiento constante para esos 12 años de t = 100 (r-1) = 0,61


Aquel alivio se justifica: Estamos donde teníamos que haber estado. Es decir, evitándonos las fatigas de una recesión y los inconvenientes de un alto y rápido crecimiento. En cambio, un crecimiento del 0,61 % en el medio plazo de 12 años, es razonable, evita sobresaltos y tensiones y da lugar a que sea digerido por las personas, la sociedad y el planeta tierra. Mejor aún habría sido un plazo realmente largo.


Quiero terminar con algo importante que destaca el libro en su final:


“Paul Romer, considerado uno de los grandes economistas de la nueva teoría del crecimiento observa que los grandes saltos en crecimiento y productividad han surgido de proto-ideas que han incrementado la generación y la expansión de las ideas.”


Se ve que Paul Romer, que se estremece ante el crecimiento exponencial, apuesta por el crecimiento de lo inmaterial, de las ideas que no consumen materia ni energía y que, ojalá, sirvan para encarrilar la locura en que estamos.


Y añado en esa línea: Así como siempre ha habido judíos para una cosa y para la contraria (Mrx y Rothschild), espero la aparición del sabio economista judío que tome el relevo del otro judío,  David Ricardo, para diseñar una economía que no necesite del crecimiento para hacer feliz a la humanidad.






BIBLIOGRAFÍA


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MALTHUS4.html

TRANSPARENCIA2.html


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