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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Acabo de mencionar dos figuras de inmigrantes, los pobres y los de buena formación intelectual. En el caso del Israel originario esas dos figuras están personalizadas en el libro por los de procedencia masiva de Etiopía y Rusia, respectivamente. Pero como judíos hay por todo el mundo, cabía esperar, y así sucedió, una gran afluencia de ellos a partir de 1948 en que la ONU reconoció el estatus del nuevo Estado Judío.


Recuerdo que cuando yo trabajaba en Bradford, allá por el año 1956, vino una vez a llorar en mi hombro un joven judío de origen birmano, compañero de fábrica, cansado de andar errante por todas partes. Estaba instalado provisionalmente en Inglaterra y no me hubiera sorprendido de que acabara viviendo en Israel. Da la casualidad de que en el mismo año 1948 Birmania (Burma para los ingleses) había obtenido la independencia del Reino Unido.


Porque esa es otra: el judío es por naturaleza inquieto, con el desasosiego que producen la insatisfacción y las ganas de curiosear y explicarse las cosas que suceden. Tan es así, que el libro apunta a que en estos momentos ya se atisba una nueva diáspora desde Israel al amparo de la globalización. Materia, por otra parte, tan natural para los judíos, y desde tiempo inmemorial, ésa de lo global. Si a ello se añade que hoy Israel es geopolíticamente una isla, la explicación del salto hacia fuera resulta coherente.


Pero aquel lugar seguro que ofrecían los sionistas a los judíos no existía. Era un lugar rodeado por el mar y por los enemigos; un lugar que había que asegurar y para ello se necesitaban soldados; y armas, y equipos de guerra. Aún recuerdo cómo proliferaban por Jerusalén antes de 1948 las ollas a presión cargadas con la metralla de los terroristas palestinos. Todavía no se habían marchado los ingleses.


La habilidad de los pioneros sionistas consistió en sacar partido de estos ingredientes: un territorio, unos enemigos; unas gentes a las que a la vez había que dar trabajo y sustento, y protección; personas dispuestas a todo y a las que tenían que llevar al unum desde el pluribus; gentes de las que había que extraer su esencia individual en beneficio de la nueva comunidad en formación. Sin olvidar al amigo judío rico, en especial, al inglés o americano.


Y sobre todo un componente excepcional: una sociedad en formación con la cualidad de un igualitarismo desafiante en la que la autoridad es discutida en todo momento, incluso en el ejército, que es lo más sorprendente. Con este ingrediente básico y todos los otros, no es de extrañar que precisamente el ejército se constituyera como soporte de la sociedad. El ejercito se construyó como catalizador del abundante conocimiento técnico que, aplicándolo a la defensa del país, podía ser aportado por los inmigrantes más selectos. El servicio militar obligatorio, de larga duración y desclasado (un taxista podía ser el jefe de un alto funcionario) propiciaba el trato personal más allá de la propia relación militar.


El libro alardea del éxito que siempre tuvo en el ejército la iniciativa de sus miembros a despecho del valor de la disciplina y de la estructura. Y lo siembra de ejemplos tales como el final feliz de la intervención de una patrulla que, desobedeciendo órdenes, fue capaz de rescatar a unos rehenes en manos de los terroristas…


Evidentemente, esto que puede ser de suma utilidad en situaciones concretas y de alcance limitado, no tiene nada que ver con la estrategia de estado relacionada con la defensa antimisiles, el espionaje o los ataques preventivos.


Así pues, el ejército resulta ser el destino anhelado por todos los muchachos mejor dotados y más destacados en los estudios secundarios. El Ejército, en colaboración con la industria civil, se convirtió en una incubadora tecnológica que permitió a mucha gente joven trabajar con equipos sofisticados y adquirir experiencia en puestos directivos (Simon Peres en el Prólogo).


Habrá que admitir que esta realidad no es exportable. Un pequeño país armado hasta los dientes (y a la última) porque está rodeado de enemigos por todas partes, no es lo normal en el mundo actual, a pesar de todo lo que podamos observar. Los autores se fijan en que hay, tan sólo, otros dos países en parecidas aunque bien diferenciadas condiciones: Singapur y Corea del Sur.

Por tanto, los demás tendremos que imaginar un sustituto del Ejército que haga las funciones que éste ejerce en Israel, en lo tocante a estimular la creatividad, la curiosidad investigadora, la orientación hacia la producción de cosas inmateriales de utilidad, la profundización en las ciencias, la apreciación de lo sistémico, el balance de toda actividad con vistas a no sobrepasar la huella ecológica, el estímulo de la cooperación frente a la competición.


Hoy, la informática es un recurso al alcance de todo el que quiera utilizarlo con sabiduría y estudio, contando con escasos recursos de inversión. El libro se centra por extenso en esta cuestión para mostrar cómo hay pilares judíos entre todos los grandes de la informática: Intel, Google y demás.


Pondré un ejemplo de observación personal. En Madrid hay mucho contento porque se va a instalar un supercasino internacional creador de mucha riqueza (?) y puestos de trabajo. En Israel los casinos en tierra firme están prohibidos (no los flotantes que se alejan de los puertos). Pues bien, Internet está plagada de casinos on line radicados en Israel. Apostaría cualquier cosa a que las aplicaciones informáticas que los sustentan son creación de israelíes que, de paso, las exportan. Israel tiene un muy próspero comercio exportador de inmateriales cuya materia prima es la inteligencia, el estudio, el conocimiento y el trabajo para transformar todo ello.


Como el ejército de España es otra cosa distinta del de Israel (ni es obligatorio ni hay reservistas, etc.) deberíamos imitar la actitud de este último apoyándonos en unas leyes de educación adecuadas. Claro, lo primero que se necesita es que haya legisladores que crean en ellas y será raro que surjan de un pueblo que no tiene gran interés en estas cuestiones.


Copio del Capítulo 13 del libro: “Hoy en día Israel tiene 8 universidades y 26 escuelas superiores. Cuatro de ellas están entre las mejores 150 universidades del mundo y siete ocupan los primeros puestos en la lista de las mejores universidades de la región Asia-Pacífico”. Y del Capítulo 14: “Israel es un líder en la comunidad académica internacional… el Instituto Weizmann y la Universidad Hebrea de Jerusalén [son] los mejores lugares del mundo para trabajar en el ámbito académico, fuera de los EE.UU”. Estas cosas son las que hay que imitar.


Ya que nuestro ejército no produce directivos de empresa punteros como el de Israel, nosotros disponemos, en cambio, de empresas especializadas en organizar simulaciones de batallas en terrenos de caza, para ejecutivos y trabajadores de firmas importantes. Dichas empresas aplican tecnología punta y, en vez de pelotas de goma o pintura, emplean armas electrónicas que funcionan con sensores. En fin, todo un esperpento que explota la agresividad como medio de acrecer la competitividad empresarial. Seguro que Gila habría tenido mucho que decir a propósito de estas batallitas y de otras de alta política. Con él nos habríamos reído mucho aunque seguiríamos sin exportar ideas con valor añadido.


Porque las start-up que yo he visto desde mi observatorio en el que he permanecido durante muchos años en Madrid consistían, mayormente, en las de jóvenes que querían abrir un bar de copas, una peluquería o una tienda de trapos; como mucho, una casa rural.




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