QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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    Título: START-UP NATION (la historia del milagro económico de Israel).


Autores: Dan Senor. Ha sido asesor en Relaciones Exteriores y Portavoz de la coalición liderada por

EE.UU en Irak. Asimismo lo fue del gobierno en Qatar y ha cursado estudios en Israel. Ha trabajado para compañías de inversión globales. Es colaborador de Wall Street Journal, New York Times, Washington Post y Time Magazine.


         Saul Singer. Es redactor Jefe Editorial de The Jerusalem Post y colabora en Wall Street

Journal, Newsweek y CNN-Opinion. Trabajó durante 10 años como Asesor de Asuntos Exteriores y Finanzas en diversos comités del Congreso de los EE.UU. En 1994 se traslada a Israel. Ha participado en el Foro Económico Mundial de Davos 2010.


Editorial: Toy Story, S.L, 2012.


333 páginas.



Se trata de un libro modelo. Tomo esta palabra en el sentido que le dábamos al estudiar la asignatura de Semejanza de Modelos: sus autores han modelado en él fielmente la realidad judía, israelí, actual y global. Y lo hacen sin verter opiniones o deseos, sino registrando hechos contados por los más variados e importantes protagonistas.


Lo que no quiere decir que sea un paradigma, un modelo a seguir a pies juntillas, la panacea para todos, la solución de cualquier problema.


Los autores tampoco lo pretenden y así lo manifiestan, de forma que si alguien saca conclusiones y las airea como de obligado cumplimiento, será bueno estudiarlas antes de cumplirlas.


Al empezar me gustaría dar la definición que yo vengo utilizando para una start-up y para su prima hermana la spin-off , que me sorprende no ver mentada en todo el libro.


La empresa start-up es una que alguien crea de la nada apoyándose solamente en una idea sobre la que siente gran convicción de éxito; ello le llevará a arriesgarse por ella y a conseguir que otros arriesguen su dinero y la financien. Yo a ésta la llamo una empresa semilla; entiendo que la metáfora de la semilla como representación de una idea es adecuada. Tanto que en el libro se habla de semilleros de start-ups. En los alrededores de Madrid hay algunos.


Una start-up así definida se distingue muy bien de algo semejante a lo que estamos acostumbrados a encontrar por estas latitudes. La semejanza es sólo aparente ya que la idea matriz de la start-up es razonablemente plausible desde un punto de vista científico. No se trata, pues, de esas ideas con las que yo me he tenido que enfrentar a veces tales como las del tipo que inventa el movimiento continuo, las del que contradice el principio de Arquímedes o de alguien que transmuta en oro ciertos metales. No hay que olvidar que en Israel existe una solera de formación científica muy solida y bien extendida.


Cuando hablo del riesgo inherente a una start-up estoy pensando en las empresas de inversión en capital-riesgo que están tras él, inventadas en los EE.UU, un objeto de deseo insatisfecho por estos lares y, extensamente tratadas a lo largo de todo el libro.

(El capital riesgo es un tipo de inversión que suele destinar el dinero a empresas tecnológicas de alto crecimiento –pág. 179-).


A una spin-off yo la llamo empresa brote porque surge como retoño de una planta que ya tiene consistencia, de manera que el brote puede ser trasplantado o injertado. La planta esa puede estar creciendo en una Universidad, en un Centro de Investigación o dentro de otra empresa. Los de la spin-off son los propios investigadores que un día deciden instalarse por su cuenta llevando consigo todo el conocimiento acumulado para acrecentarlo y explotarlo industrial y comercialmente. Y siempre con el razonable acuerdo económico entre las partes. El Silicon Valley está lleno de ellas.


Según todo esto, el título es un acierto: denota que de una simple idea, por la que lucharon sin desmayo sus pioneros (los sionistas Ben Gurion y, a su sombra, Simon Peres, entre otros), asentada sobre desierto y tierras inhóspitas, dio lugar al Estado de Israel que hoy conocemos. La idea consistía en proporcionar un lugar seguro como asentamiento para el pueblo judío que andaba disperso por el mundo, en la mayoría de los casos en situación precaria o de persecución.


Los estartapistas de Israel consiguieron para su empresa el apoyo económico de judíos ricos del extranjero pero consiguieron, sobre todo, un ex pluribus unum excepcional, sobre todo si se tiene en cuenta que la mayoría de los inmigrados no conocía su idioma común, el hebreo.


El antecedente más próximo de ese pluribus lo tenemos en las 13 colonias británicas que en Norteamérica dieron lugar a los EE.UU. El e pluribus unum original que campea en el sello de los EE.UU (yo prefiero ex a e) no refleja al pluribus más reciente. Cuando yo vivía allí (años 1957-58) traté con Bob Velarde, un tejano de origen mexicano, con Jonescu (nuestro Jefe de procesos de origen rumano), con un matrimonio joven que acababa de inmigrar desde Hungría huyendo de la brutal represión soviética de 1956, y con mis queridos patrones, los señores Facio, naturalmente, italianos.


Esto, que no es más que un botón de muestra personal, refleja lo que hoy todos conocemos de los EE.UU: un melting pot (un crisol, diríamos) a donde entran ciudadanos de todos los sitios (naturalmente, judíos incluidos) para salir siendo al poco tiempo unos orgullosos ciudadanos americanos.


Pues tras algo así iba Ben Gurión con su idea. No sólo no restringió la llegada de emigrantes judíos de todas partes, de toda condición, sexo y edad, sino que la estimuló e implementó. El libro no explica cómo se puede saber si alguien es judío sino dando la pista de que su madre sea judía. Que esa madre sea, a su vez, judía se remite a que su madre también hubiera sido judía y así sucesivamente. Como se ve, a los gentiles eso tal vez les parezca una petición de principio, pero los judíos, que es lo que importa, lo deben encontrar tan natural y convincente.


Como otros muchos yo pienso que todo emigrante (y por tanto, inmigrante) es una persona selecta, escogida. No es de los que se quedan en su lugar aplastados por la desgracia, el desánimo, la desesperación, o atenazados por el miedo o el hambre. No importa que sea de baja extracción social, analfabeto o simplemente pobre. Demuestra ser una persona valiente, atrevida, con iniciativa, con capacidad de sacrificio y espíritu de aventura. Si además es inteligente y con formación, pues miel sobre hojuelas. La nueva e incipiente sociedad israelí que ha de acogerlo ya se ocupará de complementar con valores positivos ad hoc, las carencias que vayan apareciendo.



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